Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ.
Veterinario y escritor.
Juan
Belmonte había nacido en Sevilla el 14 de abril del año 1892.
Vistió
por primera vez el traje de luces en Elvas (Portugal) el 6 de mayo del año 1909 a los 17 años.
En
Sevilla se presentó sin picadores en agosto del año 1910, si bien la
revelación como novillero fue el 21 de julio del año 1912 en
novillada del Duque de Tovar formando terna con Larita y Posada.
La
alternativa la toma en Madrid el 16 de octubre del año 1913 de manos de “Machaquito” y actuando como testigo
Rafael “El Gallo” con el toro “Larguito” de Olea.
Una
de las primeras entrevistas que le hicieron a Belmonte cómo matador de toros
fue la realizada por José María Carretero para Nuevo Mundo el día 24 de julio
de año 1915, cuando el torero contaba con 23 años.
La
tituló:
JUAN BELMONTE O FASCINADOR DE TOROS.
Joselito y yo seremos dos buenos
compañeros, aunque se empeñen en lo contrario.
Y
decía así:
Belmonte
por el defecto de su lengua, habla lentamente, pero con corrección. Cecea mucho
y en el trato es todo lo contrario de lo que aparenta ser en la plaza.
Charlando con él, desaparece el melancólico, el taciturno, el trágico del
redondel, y se nos muestra bromista, risueño, alegre, superficial.
¿Cómo
nació en usted la afición a los toros?
-Hombre,
eso sí que no puedo decírselo. Yo creo que lo llevaba en la masa de la sangre. Allí en Sevilla,
como usted sabe, existe la obsesión del toreo. No se vive más que para los
toros. Todos torean. Raro es el camarero que mientras le sirve a uno un chato de montilla o un
ponche de café no le da al parroquiano
una verónica con el paño o un pase natural con la botella de agua,
¿Dónde
toreó usted el primer becerro?
-Verá usted. Yo, ante la “banasta” era
muy valiente, hasta el punto que se me
consideraba como el “primer matador”
pero los amigos me decían: “Juaniyo, que jindama pasarías tú delante de un becerro”.Yo la verdad
también lo creía. Entonces, para cerciorarme bien, acordamos reunir entre todos
un duro que costaba torear un becerro en la “Venta de Caraancha”; recuerdo que
era tan grande mi deseo, que puse, además del mío, el dinero que les
correspondía pagar a varios de los muchachos. Llegó el día…Yo, la noche
anterior, la había pasado sin cerrar los ojos; no sé si de miedo o de ilusión.
Nos soltaron el becerro. Usted no puede imaginarse lo grande que nos pareció.
Ninguno salíamos a torearlo. Al fin yo me impuse al miedo y fui el primero que
me dirigí al torete y le di una larga cambiada. Me resultó tan bien, que ya me
creía un Lagartijo.
¿Usted
ya había presenciado muchas corridas de toros?
-Ninguna. Yo he visto muy pocas corridas.
La cuestión es que cuando chico me pasaba toda la semana reuniendo dinero perra
a perra para ir a los novillos; pero llegaba el día de la corrida y me daba
lástima gastarme de pronto la pesetilla que había conseguido juntar. Yo salí a
torear formalmente sin haber presenciado más que una corrida de novillos.
¿Entonces,
¿Quién fue su maestro?
-Yo creo que el toreo no se enseña ni
se aprende. El que sabe, sabe porque sí, y el que no, no hay Dios que le
enseñe. Bueno; pues después de esta becerrada, nos reuníamos una pandilla de
chicos y nos íbamos de noche a Tablada. Toreábamos desnudos, porque teníamos
que atravesar el río a nado, dejando la ropa en la orilla. Y allí, a la luz de
la luna o de un farolillo de acetileno, competíamos en verónicas, en pases de pecho, y, sobre
todo, en revolcones. Las verónicas eran mi especialidad. Muchas veces nos
sorprendió el alba vendándonos las heridas que nos largaban las vacas.
¿Con
qué toreaban?
-Con una blusilla que teníamos allí
enterrada. Cuando estábamos llevando esta vida, se organizó una becerrada sin
picadores y salí yo de matador. Me tocó un becerrote manejable y quedé como las
propias rosas. Aquella fue la primera tarde que me llevaron en hombros a
Triana. Se empezó a hablar de mí, y en una novillada benéfica consiguieron
sacarme algunos amigos. Y no quiero acordarme de aquella tarde. Me tocó un toro
veleto, que me quitó el tipo. ¡Que fatigas pasé! Yo ya estaba loco, extenuado,
lleno de indignación: y abrazaba al cuello del toro, llorando, y lo abofeteaba.
Por fin, me lo echaron al corral. Entonces, abandoné mis aficiones taurinas, y con unas grandes desesperanzas me
agarré al trabajo de bracero. Dos años estuve sin torear. Un día Calderón me
sacó de mis casillas Y volví al ruedo,
dispuesto a quedar bien o a que un toro me calase definitivamente. Se dio una
buena tarde. Tuve una racha de suerte y me bautizaron como “El fenómeno”
¿Cuáles
son los toros que le agradan más?
-Me da igual. Los que salgan bravos. Yo
no entiendo de toros una palabra. Dicen que los miuras son difíciles y con miuras he logrado mis mayores triunfos.
¡Cualquiera sabe!
¿Cuál
torero le gusta más?
-Usted no me va a creer, pero yo le
juro por mi salud que yo no soy inteligente, ni en toros y en toreros. Todos
los compañeros que alternan conmigo torean muy bien. Es más no me doy cuenta de
si toreo bien o mal. Hago siempre lo que sé: unas veces gusta y otras no. El
público sabrá por qué.
¿Es
usted supersticioso?
-Nada absolutamente. Mi mejor amigo es
un tuerto el cual me ha estado acompañando, mucho tiempo a todas las corridas.
Era lo primero que veía por la mañana y al salir a la plaza.
¿Cuanto
dinero lleva usted ganado?
-No sé; ahorrados unos cien mil duros.
Dicen
que las mujeres le traen a usted de
cabeza.
-¡Hombre, si me gustan mucho. ¿A quien
no le agrada una “gachí” bien puesta?
Dicen
que Joselito y usted no son buenos amigos.
-Leyendas. Joselito y yo seremos dos
buenos compañeros aunque los apasionados se empeñen en lo contrario. En la
plaza ante la muerte, todos nos queremos bien, aunque cada uno defienda
noblemente su puesto y procure quedar lo mejor posible. ¿Qué tiene que ver lo uno con lo otro?
¿Qué
aficiones tiene usted además de los toros?
-Acosar y derribar me gusta más que el
toreo. Después leer y el cinematógrafo.
Nos
detuvimos en la Rosaleda. El trianero
echó pie a tierra trabajosamente. En todos los coches que pasaban se oía la misma exclamación:
¡Belmonte! ¡Belmonte el trágico!. Y él reía.
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