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viernes, 20 de febrero de 2009

RECORDANDO A UN AMIGO QUE AÚN ESTÁ ENTRE NOSOTROS.

Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.

Ha sido necesario que, un colega de profesión del pueblo de Villalpando, contactara conmigo a través de este blog, para que recordara algunos momentos vividos al lado de este gran torero que es ANDRÉS VÁZQUEZ.
Una persona que tras dar muchas vueltas a su nombre artístico, Andrés Mazariego Vázquez, tras arrinconar al “Nono”, “Niño de Villalpando” se quedó con Andrés Vázquez que era un nombre elegante para un torero, dejando en la cuneta el apellido paterno no sé si en represalia por no dejarle, en su día, ser torero.
Comenzó su aprendizaje taurino desde abajo del todo, en las capeas de los pueblos de las provincias de Zamora, Salamanca y Guadalajara, en esas plazas levantadas a base de carros y talanqueras donde los mozos del lugar no dejaban refugiarse en caso de apuro picándole con las varas dotadas de una punta al final que preparaban para evitar que los toros remataran contra estos endebles elementos constitutivos del recinto.
Capeas donde se corrían toros pasados de trapío y edad que sabían latín, algo de matemáticas y hasta casi la teoría de la relatividad de Einstein. Conocedores de muchas “martingalas” consecuentes de su entrenamiento en el arte de dar cornadas durante su devenir en los pueblos a los que años tras años acudían para hasta “saludar a sus habitantes”.
Naturalmente ante semejantes elementos, Andrés para sobrevivir, tenía que sortear estas cornadas y engañar de continuo al oponente para que no reaccionara y pusiera en práctica lo aprendido sobre la manera de coger a quien osara ponerse delante. Andrés, poco a poco con el paso de los años, fue aprendiendo incluso a castigar con doblones al toro para quebrantarle, haciendo que sus huesos crujieran, en esa especie de toreo de esquiva más que de lucimiento.

No obstante también Andrés, de vez en cuando y siempre robados, intentaba conseguir un lance o un muletazo artístico para alimentar su ego, ver que era capaz de hacerlo y al tiempo congraciarse con los espectadores que desde los carros y talanqueras le increpaban de continuo.
Luego, tras varios años de malvivir, cuando ya logró debutar con picadores de novillero, acudió a la Escuela de Tauromaquia de la plaza de Vista Alegre dirigida por el matador de toros de la Alcarria, Julián Sainz “Saleri II”, de quien Andrés aprendió mucho a su lado y lo unió a lo que él había absorbido, cual esponja por su cuenta durante su actuación por libre, hasta llegar a los 26 años para tomar la alternativa en Madrid en el año 1962 de manos del matador Gregorio Sánchez, el “albañil de Santa Olalla” al que tuve ocasión de ver de novillero principiante disputando y perdiendo la oreja de oro en la semipermanente plaza de toros de Las Navas del Marqués al también novillero Pedro Palomo.
Y como ocurre a tantos y tantos matadores de toros tras el doctorado,… a esperar que algo imprevisto ocurriera y cambiara su vida de torero en paro. ¡Y llegó lo inesperado! ¡El hada salvadora en forma de toro, como no podía ser de otra manera! ¡Una alimaña de las que producía Victorino Martín Andrés!

Era el año 1969 cuando en la Plaza de Toros de la Monumental de las Ventas, salió por el “portón de los sustos”, “Baratero” un toro bravo de verdad hasta el punto de tomar cinco puyazos arrancándose desde el mismo centro del ruedo y creciéndose ante el castigo. Ante él, ¡Andrés Vázquez se destapó!, desgranando todos sus amplísimos conocimientos taurinos de lidiador y tras consentirlo, lo domeñó para alcanzar el triunfo que lo catapultó a la fama.








Luego, más corridas de los Albaserradas de la A coronada, que los hermanos Escudero Calvo casi regalaron al “paleto de Galapagar”, hasta un total de diez que encasillaron a Andrés como el especialista en la difícil lidia de los victorinos.
Las puertas de las ferias importantes se le abrieron y al mismo tiempo la posibilidad de lidiar otras ganaderías más potables.
En 1971 quedó máximo triunfador de la Feria de San Isidro merced a las faenas realizadas a los toros del hierro de Alonso Moreno. Aquella década en la que en la Fiesta de los Toros predominaba la suerte de varas porque los toros generalmente tenían casta y poder. Solían ir tres o más veces al caballo, y exigían al picador ser un consumado jinete. Eran toros que llegaban al tercio final dotados de gran movilidad y con fuerza por lo que había que poderlos para sacar faena.
Como Andrés era torero de “pata palante” las cornadas eran duras y sufrió unas cuantas. Posiblemente la más grave la que le propinó en la temporada 1972 un toro de Samuel Flores en la Feria de abril sevillana.






Es Andrés, hombre dicharachero, con un fardel lleno de anécdotas de todo tipo, que cuenta con gracia en medio de esa risilla entrecortada y contagiosa al tiempo que pone ojos de pícaro reviviendo la puesta en escena. Amigo de sus amigos, cariñoso y como buen castellano amante de la verdad por encima de todo.
Andrés, “llama al pan, pan y al vino, vino” sin reparar en las consecuencias que el “decir las verdades del barquero” le pueden causar, de ahí que por ello y a pesar de la brillantez con la que desempeñaba su función fue defenestrado en la “caja tonta”.
Ahora parece está mas tranquilo de ese no “estar quieto” que siempre lo ha caracterizado. Parece que tiene el don de la ubicuidad pues se le encuentra uno en todos los sitios por muy alejados que estén de su lugar de residencia. Bien acompañando a un novillero que empieza; asesorando a un matador en sus comienzos; charlando en Jornadas Taurinas y siempre sentando cátedra de sus conocimientos taurinos.
A veces cuando tiene algo que “rumiar” lo saca de suS adentros cantando flamenco que lo hace muy bien a pesar de esa voz atiplada.
He gozado de momentos a su lado compartiendo burladero, por el temperamento que imprime, como; en Medina del Campo en un gran triunfo de José Miguel Arroyo “Joselito” que alternaba con “Espartaco” y “Morante de la Puebla” o en La Coruña; cuando compartimos funciones invitados por el amigo Carlos Zúñiga, o en Valladolid; tomando unos vinos en la barra de cualquier bar o bien; viendo como los galgos persiguen a la liebre tratando de darle caza
Es este nacido en Villalpando el 25 de julio de 1936 un zamorano que se “calienta fácilmente” cuando habla de toros, resultado a veces incluso “fanfarrón”, pero su cabeza dura no le hará ceder ante nada ni ante nadie.
Estuve presente cuando hace unos pocos años, se retó con el amigo Simón Caminero (un palentino que tampoco se arruga fácilmente) a que torearía 25 corridas. Se firmó el contrato que terminó con una cogida de este hombre todo pundonor y juventud a pesar de los muchos años vividos. Y es como algún colega de él dijo:
“Lo que no pue ser, no pue ser y además es imposible”

Andrés recibió un merecido homenaje en Madrid que fue más cultural que taurino. Homenaje más que merecido.
Un abrazo para un amigo que es y será "Genio y Figura" po siempre. !Va por tí, TORERO!