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lunes, 18 de enero de 2010

LA ENTRADAS DE TOROS.

Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.

Aunque no muy aclarado, parece ser que en un principio, cuando las corridas de toros se celebraban en las plazas mayores de las ciudades (acondicionadas para tal fin), para presenciar el espectáculo, había que pagar a la entrada con las monedas de entonces (reales de vellón) que, con el precio justo, se iban depositando en las bolsas que, en cada puerta de entrada, portaban los cobradores.

Al construirse las plazas estables, ante la necesidad de reserva de determinadas localidades –destinadas a ser ocupadas por las autoridades-, y al establecerse diferencias de situación y comodidad, surgieron los diferentes precios.
Y así, mientras las localidades sin numerar se iban pagando como siempre, las de abono (que en aquél entonces eran las numeradas) que comprendían los llamados balcones, cajones y tarimón, (a las que se accedía desde fuera de la plaza), se hacía imprescindible la presentación a los porteros de unos boletines que, previamente, se habían comprado en los sitios designados al efecto.

Así es como se hacía en la plaza de Sevilla en el año 1738. Y así, debía ser en Madrid hasta que José Bonaparte hubo de cambiar la normativa con la finalidad de dar las máximas facilidades al público (para que asistiera a las corridas) que había perdido la costumbre de asistir debido a las prohibiciones a que había sido objeto la fiesta de los toros en los años 1804 y 1805. Con ello, se retorna a lo antiguo –en cuanto a manera de entrar en la plaza- es decir, pagando al momento con los reales de vellón a depositar en las bolsas.

En el año 1836, Francisco Montes en su Tauromaquia, preconiza la numeración de las localidades tratando de conseguir una ocupación racionalizada de la plaza y evitar los inconvenientes de las aglomeraciones que, lógicamente, traían rencillas con repercusión en la alteración de orden público.
Finalmente, llegamos al año 1840. Año en que desaparecen los cobradores de la plaza de toros de Madrid, porque varios empresarios de la capital establecieron los billetes. Estos se vendían en las calles Carretas y Alcalá en despachos acondicionados al efecto.
Al principio los billetes eran muy sencillos, formato rectangular con tamaño de 5 x 4 centímetros. Iban pegados a un cartón que en el dorso tenían unas contraseñas para evitar falsificaciones, hasta que en el año 1850 fueron sustituidos por otros entalonados, cuya parte talonaria quedaba en la caja que portaban los porteros de la plaza a los fines de control.
Luego ha ido progresando, como todo, la confección de billetes de la mano de Regino Velasco, impresor que murió en el callejón de la plaza de toros de Madrid al ser corneado por un toro que saltó al callejón. Y presumo que no estaremos muy lejos de que se implante el billetaje con cinta magnética para control recaudatorio y evitar falsificaciones.
(Resumido del capítulo que dedique a las Entradas de Toros en mi libro “Incursión por el mundo de los toros” editado por Quirón Ediciones de Valladolid en el año 1977)
Y desde siempre los mejores pintores taurinos han sido los encargados de llevar sus obras como portadas de entradas como puede verse en las que reproduzco de la plaza de toros de Valladolid.