torostarifa.blogspot.com

viernes, 28 de mayo de 2010

LAS COSAS INTERNAS DE LOS TOREROS.

Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.

La tragedia, la gloria, el desengaño y la superstición son inseparables en el toreo.
Todos los toreros, sin excepción, encuentran el desengaño de sus ilusiones al echar de menos el olvido de los públicos y los aplausos que se fueron. De ahí que traten por todos los medios de adherirse al mundo del toro en facetas donde ya no es el co-protagonista directo.
Ganadero, empresario, apoderado, director artístico o veedor, son los oficios más comunes que le ayudan a mitigar la añoranza de las glorias pasadas, y, al ser llevados a los medios de comunicación, le llenen de aplausos ese “ego” que nunca le abandonará.
Supersticiones, a veces extraordinarias e incluso rayanas en sobrenaturales, y eso que los toreros, salvo rarísimas excepciones, son profundamente religiosos a su manera, dependiendo del grado de preparación intelectual que indudablemente ha mejorado mucho en la actualidad.
¿Toreros ateos? No hace mucho se ha declarado José Tomás, pero normalmente es difícil esta tendencia sobre todo en los momentos previos a la corrida, cuando están orando en la capilla de la plaza, conscientes de la papeleta que han de solventar, y que es una continuación más seria, de la advocación realizada ante las capillitas desplegadas en la habitación del hotel.
Pues los toreros son conscientes que la tragedia puede venir por causa de una equivocación del toro o de ellos mismos, durante el desarrollo de la tragicomedia que es la corrida, y que nada tiene que ver con lo acontecido en los momentos previos y base de las supersticiones.
Este artículo viene a colación del e-mail recibido de una lectora coruñesa de este blog, en el que me pregunta por la valoración que puede tener un macho perteneciente al traje de torear que llevaba Manuel García Cuesta “el Espartero” el día de su trágica muerte en la plaza de toros de Madrid (27-05-1894) y que el mozo de espadas del diestro metió en el bolso de la chaqueta de uno de los médicos que atendió a “Maolillo” que era su bisabuelo.
Tragedia que vino precedida de una visión trágica de lo que iba a ocurrir por parte de “Guerrita” quien, tras la visión de los toros a lidiar, llegó a decir a “Maolillo”:
-No torees esa corrida. Te puede matar un toro.
A lo que “Maolillo” contestó:
-No tengo más remedio que ir. Estoy comprometido. Es un compromiso que he de cumplir. Iré.
Con posterioridad trató de disuadirle recurriendo a la mediación de Urcola, íntimo amigo de “el Espartero”, e incluso le propuso montar una pelea de gallos (a la que ambos espadas eran muy aficionados) para el día siguiente que estuvo a punto de acabar con la comparecencia. Pero…el destino (éste si está escrito) hizo que “Maolillo” fuera a Madrid a la fonda de siempre de la calle Gorguera sin acordarse de la recomendación de su rival, aunque amigo, “Guerrita”, y sólo se turbó cuando al hacer la señal de la cruz antes de ponerse el traje de torear catafalco y oro dijo a su mozo de espadas:
-Dios quiera que se me de bien esta tarde.
Llegando su turbación al cenit, cuando el coche de caballos que le conducía en unión de su cuadrilla ,se cruzó con un coche fúnebre que hizo clamar a su banderillero Antolín:
¡Mala pata!
Luego en la plaza un toro grande de Miura llamado “Perdigón” se llevó a los cielos a “Maolillo” cuando entró a matar por segunda vez ligeramente conmocionado a causa del porrazo sufrido tras ser volteado aparatosamente en la primera entrada.
El toro le tropezó brutalmente, lo enganchó por el vientre y lo volteó sobre el pitón derecho.
Colapsado llegó a la enfermería donde no pronunció palabra alguna el autor de la frase: “Más cornás da el hambre” que tal vez en esa su última entrada a la suerte suprema, se olvido de describir la parábola que tantas y tantas veces prodigó.