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viernes, 30 de abril de 2010

VERSO SOBRE EL MODO DE TOREAR A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX.

Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.

Comentario en verso a modo y modos de torear a principios del siglo XX, escrito por L. Vázquez.

Como los espadas de hoy
no tienen otro objetivo
al admitir un ajuste
que cobrar lo convenido,
sin exposición ninguna
y los mayores alivios,
poniendo el arte de Montes
y al de Frascuelo en olvido,
apelan a cuantos medios
hay que los ponga en camino,
sin cuidarse para nada
de su buen nombre y prestigio.
De aquí que al pisar la arena
de cualquier circo taurino
un toro con facultades,
que persiga con ahínco,
que tenga sangre y bravura
y los suficientes bríos;
toro con el que pudiera
sacar inmenso partido
si tuviese de torero
algo más que los vestidos,
tolere, ya que no ordene,
que uno tras otros los chicos
le destrocen y estropeen,
recortando de lo lindo
una, dos, tres, veinte veces,
de un modo terrible, inícuo,
hasta conseguir dejarlo
convertido en marmolillo,
sin poder mover el rabo
ni hasta moverse de un sitio.
Y claro está, de este modo
corren el menor peligro
los citados matadores
al cumplir su compromiso,
pues no es lo mismo entenderse
con un toro que está vivo
y acuda pronto a los cites
que con uno inofensivo.
Con aquél hay que torear,
tener arte y tener bríos;
con éste, poco aprensión
y algo más que es poco digno
.

En toda época se ha ironizado sobre el toreo diciendo que está en decadencia por el empleo de trucos. Y así lleva siglos este emocionante arte de burlar con gracia la fiereza de un toro de lidia, que no perdona la ocasión de atrapar a un diestro, si es que por torpeza o accidente se deja coger.
LA SUERTE DE VARAS EN A FERIA DE ABRIL SEVILLA 2010.

Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.

La Feria de Abril de Sevilla ha quedado atrás. Hemos analizado algunos detalles, pero no hemos sometido a su consideración, poniendo por delante las bases del bien picar (sacadas de mi libro “Incursión por el mundo de los toros”), ¿cómo se ha realizado la SUERTE DE VARAS?
Los aficionados de estos tiempos no hemos tenido la suerte de ver torear a caballo nada más que a los rejoneadores. Antiguamente los picadores toreaban a caballo no sólo porque tenían que defender la vida del noble bruto para salvar la suya propia, sino porque defendían su gloria a base de hacer un buen trabajo que redundaría en beneficio de los tercios siguientes.
Eran buenos jinetes que además contaban con el aprecio y estima de los aficionados que conocían la importantísima función que desempeñaban, sin la cual (a pesar de su anonimato a veces) el matador no podría realizar la gran faena que luego se premiaría con las orejas y rabo.
Picadores que probaban con detenimiento los caballos cuando no eran de su propiedad, porque de ellos dependían su seguridad y su dignidad profesional. También cuidaban, con esmero, su atuendo, aunque en muchas ocasiones su enorme humanidad no les favorecía. Eran los que ponían el máximo interés en picar “arriba” y “agarrarse”. Los mismos que hacían esta hermosa suerte. Hermosa porque la realizaban bien, pero repugnante cuando no se hace con arreglo al arte.
Picar con arte, requiere:
“Que el brazo resista el empuje del toro, que castigue la almohadilla del morrillo, y que saque al astado por delante”
¡Que bonito resulta! Ver al picador citando al toro con rectitud a una distancia de la barrera que no debe rebasar los tres metros. Y que, cuando el toro acomete, el piquero al tiempo que coloca la puya en todo lo alto del morrillo, se carga sobre el palo y sesga al caballo hacia la izquierda para que el toro salga por delante sin herir al noble bruto.
Eran los tiempos de José Bayard “Badila” y de Paco Fuente, cuando los caballo iban sin la protección del peto.
“Badila” decía que para picar bien a los toros se necesitaban tres cosas:
“Mano izquierda, pulso firme y dominio del caballo”
Si bien para él, lo más importante es el caballo, del cual exige como cualidades:
“Obedecer a la rienda, no ser receloso, y no extrañar al toro”
Y… ¿Quién fue “Badila”?
José Bayard y Cortés un varilarguero nacido en Tortosa el 19 de marzo del año 1858 de la unión entre un francés y una madrileña y a quien El Bachiller González de la Rivera definió como: “Un gran picador, valeroso, artístico, esforzado, gallardo, que figurará en primera fila en la historia del toreo entre los varilargueros de todos los tiempos y que además aspiraba a la corrección de maneras sociales y a la elevación de la intelectualidad”.
Se apodó “Badila” porque “Frascuelo” en cierta ocasión le preguntó:
¿Por qué estás tan serio? ¡Parece que te hubieras tragado una badila!
Comenzó en el mundo del toro trabajando para Salvador Sánchez “Frascuelo”, luego éste lo colocó en su cuadrilla como varilarguero de reserva, cuando le salvó la vida, estando de mozo de estoques y saltando la barrera para apartar a su matador herido del peligro.
Tomó la alternativa en Madrid el 1 de junio de 1879 e hizo innovaciones en la indumentaria que vestían los picadores: cambió la funda de hierro que protegía la pierna, reformó la calzona y diseño una nueva chaquetilla.
Era un piquero culto que tocaba muy bien el piano, cantaba incluso ópera con una voz más que notable y poseía amplios conocimientos de música y arte.
Autor de aquella anécdota en la que “er meico” de la plaza de toros, tras un batacazo de los muchos sufridos, le pronosticó:
¡El toro le ha roto la clavícula, compadre!
A lo que “Badila” le contestó:
-Lo que me ha roto a mí es todo el verano.
Estuvo presente en la muerte de Domingo del Campo “Dominguín” el 7 de octubre del 1900 en la plaza de Las Arenas de Barcelona, tras cornada del toro “Desertor” de don Eduardo Miura cuando salía de un puyazo suyo y le partió la vena safena y la arteria ilíaca.
Ya en la enfermería el preagónico Domingo le dijo a “Badila”:
“Señor José, deme usted un beso”
Y tras recibirlo dijo:
¡Pobre madre mía!
Aportó dinero, junto a Luis Moróder Peiró, para fundar en 1929 el Museo Taurino de Valencia.
¡Picó muchos toros de Miura y recibió las caricias de unos cuantos! La más grave fue la del toro “Cigarrero” lidiado en Montevideo el 1 de enero de 1890 que le propinó un tumbo produciéndole una hemorragia pulmonar y contusiones en la cabeza.
Murió en Madrid en el año 1906 a los 47 años víctima de una congestión cerebral.