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sábado, 4 de abril de 2009

ELUCUBRACIONES SOBRE LA BRAVURA.

Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.

De siempre me ha gustado investigar sobre la bravura del toro de lidia, por aquello de considerarla como condición primordial para la subsistencia de nuestra Fiesta.
Bravura que alguien definió acertadamente como: crédito de la divisa, lucimiento del espada, garantía de la satisfacción del público y razón de ser de este luminoso espectáculo.
Y fue una pena que mi misión quedara en proyectar el Centro Tecnológico del Toro de Lidia por encargo de la Junta de Castilla y León a través de la Consejería de Agricultura y Ganadería. Luego la política entró en ello y se fueron al traste las misiones de investigación proyectadas, con lo cual siguen sin investigarse de manera categórica todos los numerosos factores que intervienen en esa condición primordial. ¡Podíamos haber avanzado tanto!
El ganadero se limita a buscar la bravura de su vacada mediante la selección. Cierto que a veces acude al cruzamiento de sus vacas con otros productos de selección más avanzada para seguir nuevamente seleccionando. ¡Selección! ¡Selección! Y más ¡Selección!
Una selección de cualquier especie animal se hace basándose en tres puntos:
-Por carácter morfológico.
-Por función económica
-Por cualidad anímica.
De los cuales, como se comprende fácilmente, el tercero es más complicado de seleccionar.
Pero en el caso del toro de lidia, el seleccionar el toro por la bravura es prácticamente imposible, puesto que hemos de basarnos en un criterio de adivinación. No podemos basarnos, de manera categórica, en la lidia, debido a que esto es precisamente lo que no se puede hacer con la finalidad de que el toro salga a la arena de la plaza prácticamente virgen para los toreros de a pie. Y ha de ser virgen para se le pueda engañar en sus ataques ciegos de furor y acometividad, pues de lo contrario, si no se le matara y se volviera a torear pasados dos o tres años se acordaría de lo vivido en la plaza y solamente se dedicaría a tratar de herir al lidiador. El ¿por qué de esto? Porque el toro bravo tiene un instinto muy desarrollado para orientarse y recordar.
Hoy, a los toros que luego se han de lidiar en plaza, únicamente (y no en todas las ganaderías) se les prueba en la llamada prueba de acoso y derribo, donde se les enfrenta al caballo es decir al primer tercio de la lidia quedándonos sin saber como es su comportamiento ante las telas, de ahí su escasa eficacia, máxime cuando lo que hoy pide el público son los 100 pases de muleta.
Pero es que además ocurre que:
-La bravura no es constante para cada individuo más que entre ciertos límites.
-Que positivamente varía con la edad.
-Que la apreciación del concepto bravura es eminentemente subjetiva.
-Que si se admite como indiscutible el punto de vista del público, es decir si nos adaptamos al gusto del consumidor, el concepto está en evolución casi continuamente.
Ahora voy a tratar de analizar de manera pormenorizada los puntos anteriormente expuestos.
Respecto al primero: se ha de admitir que un toro no tendrá el mismo comportamiento un día que otro. Y el problema con que nos encontramos es la imposibilidad de lidiar completamente un mismo toro en dos días distintos para tratar de colegir si daba el mismo comportamiento.
Me he quedado con las ganas de hacer una prueba en plaza de tientas consistente en probar un toro en días distintos con la misma secuencia (fácil de retener mediante video) para ver cual era su comportamiento, pues estoy más que convencido que habría variaciones importantes derivadas de los imponderables surgidos (temperatura ambiental, humedad, velocidad del viento, ruidos adicionales, cantidad de ozono atmosférico etc. etc.) pues he podido observar como los toros embisten más y mejor en días de tormenta con lluvia.
Por otro lado pienso que de la misma manera que una persona necesita inspiración para determinadas acciones, el toro necesita afectividad para determinados actos y el embestir es un acto voluntario y sujeto a las más o menos ganas de pelea que tenga en ese momento puntual.
El segundo punto está más que comprobado, pues todos hemos observado que la pelea de esta clase de res varía con la edad hasta el punto de llegar a ser de signo contrario. Toros de distintas ganaderías que lidiados de toros tuvieron un comportamiento manso y traicionero, al ser lidiados de novillos su comportamiento se tornó en bravo y noble. Se trata indudablemente de que en estos animales, tan inteligentes, la personalidad tiene su evolución de manera semejante a lo que ocurre en humana donde los jóvenes revoltosos se tornan en hombres formales, aunque a decir verdad, lo contrario también se da.
Por ello y dado que la prueba ha de hacerse en edades juveniles hemos de reconocer que las conclusiones que deducimos pueden ser en ocasiones erróneas.
Y este es el motivo por el muchos ganaderos han dejado la tienta de machos única y exclusivamente para cuando se elige un semental por la gran influencia que el padre tiene en la progenie al aparearse con sesenta vacas. Todas las precauciones son pocas cuando se ha visto en repetidas ocasiones que con una lámina cuasi perfecta y con un abolengo insuperable puede salir un animal manso completo.
¿Qué sería lo ideal? Probar en campo abierto toda la camada de machos y escoger los dos o tres mejores ejemplares y llevarlos a la plaza de tientas para probarlos con las telas. Luego, podemos acertar en la elección o tener el fracaso más estrepitoso consecuencia de no haber sido capaz el semental elegido, de transmitir la bravura.
En cuanto a la tienta de las hembras se refiere, se las probará fundamentalmente en la suerte de varas y solamente cuando hayan aprobado esta asignatura se las pasará a ver su comportamiento con las telas ya que en este caso no importa torearlas. Se llevará a efecto por banderilleros más que por matadores ya que los primeros no buscan el lucimiento y sí cumplir con las órdenes dadas por el ganadero que será el verdadero director de lidia.
Esta tienta de hembras tiene su razón de ser en que se considera a la bravura como un carácter hereditario si bien, por el momento se desconoce, el mecanismo genético de la transmisión.
Después, nos podemos encontrar con sorpresas idénticas a las que nos deparó la elección del semental, es decir que una vaca madre que nos ha dado cinco o seis crías superiores nos dé una rematadamente mala en cuanto a bravura se refiere y lo peor del caso es hacernos pensar que ¿cuantos toros bravísimos hemos podido dejar de criar? al haber mandado a sus madres al matadero porque ese día no demostraron su bravura en la plaza de tientas.
Por esta razón hay ganaderos que retientas a sus vacas pasado un año es decir a los cuatro años que es la edad a la que se van a lidiar sus crías como toros y lógicamente las manifestaciones de la tienta estarán, o deberían estarlo, más acorde con lo que luego su hijo dará en la plaza. Naturalmente, con la finalidad de que la vaca no se acuerde de las vivencias vividas en la primera tienta deberá hacerse en lugar distinto. Pero ¡misterio! ¡misterio! es esta alquimia ganadera.
El tercer punto deriva de lo subjetivo que es el término bravura. Seguro estoy que si en una plaza de tientas hubiera un número determinado, y también indeterminado, de aficionados para juzgar la bravura de la becerra en la tienta referida al comportamiento ante el caballo de picar, las anotaciones de cada uno de ellos no coincidían entre sí, pues mientras unos se decantarían por la bravura sostenida, otros son partidarios de la res que se crece ante el castigo, e incluso otros verían disculpable el hecho de que la vaca fuera a menos consecuencia de la prolongación del castigo. ¡Complicado! ¡Complicado!
Por otro lado hemos de tener en cuenta que la bravura proviene de la acertada mezcla de muchos ingredientes algunos no perfectamente definidos (nobleza, temple, suavidad, temperamento, nervio, casta, codicia, etc.) y naturalmente hay gustos para todos y de que el ganadero se decante de un lado o de otro saldrá la personalidad de la bravura de sus toros. Pues la berrea de la vaca que para unos es quejido, para otros es venirse arriba ante el castigo. ¡Difícil de encajar!
Y finalmente el cuarto. Si la bravura de un toro el ganadero ha de adaptarla al gusto de los “consumidores” que al fin y a la postre son los que mantienen el espectáculo, ahora sí que “con la Iglesia hemos topado” pues no se trata en este caso de verdaderos aficionados, sino mucho lerdo en la materia que pide cosas rayanas en el pecado taurino, lo que sumado a las exigencias de la figuritas punteras del escalafón taurino sumen al ganadero en casi casi un verdadero ataque de nervios que quitando de aquí, poniendo de allá va llevando la bravura de sus toros (conseguida tras mucha selección y mucho tiempo) al filo de la navaja que marca el límite de la mansedumbre y levantar esto, le costará tiempo, dinero, sudor y lagrimas, pues hemos de partir del hecho de que la bravura se consiguió a base de seleccionar a los psicópatas bélicos de la manada de bóvidos salvajes donde la normalidad era la mansedumbre.