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lunes, 21 de julio de 2008

MI ADMIRACIÓN POR LOS TOREROS.

Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.

¡De siempre he admirado a los toreros!, pero ahora, mucho más.
¿Causa? Porque antes les admiraba por su trabajo, tras ver como “resolvían la papeleta” de dominar a un toro díscolo, a base de técnica, conocimientos de comportamiento, exposición y valor, pues cuando he tenido la oportunidad de “ponerme delante” (eso sí ante eralas e incluso utreras) pasaba “las de Caín”, cuando la oponente respondía a mis requerimientos taurinos cortándome el terreno tratando de “echarme mano” y me sentía impotente de “solucionar la papeleta” en medio de una especie de desazón en mi ánimo.
Yo, en esos momentos podía “mirar para otro lado” dejando que la erala fuera a parar a otras manos de los que “guardaban tapia” para, alegrarme cuando no podían tampoco con ella o “tomar nota” de como alguno solventaba la dificultad, para llevarlo a efecto en una nueva entrada, pero el torero, a veces ante un Miura, un Dolores Aguirre o un Victorino, y ante una plaza llena que indudablemente lo juzgará, ha de solucionar el problema sobre la marcha sin que nadie le sustituya a no ser que, ante la más mínima duda o equivocación, vaya al “hule”.
¡Eso es muy fuerte ! De ahí mi primera admiración.
Pero ahora les admiro más, porque yo también he sufrido una “pequeña cornada” en forma de extirpación de vesícula biliar y como, a pesar de que la intervención fue con cirugía laparoscópica normal con sus cuatro pequeñas incisiones abdominales de escasa agresividad quirúrgica, (no con una sola incisión en el ombligo como tras el experimento exitoso, lo realizarán de ahora en adelante los médicos del hospital madrileño Reina Sofía) se complicó ligeramente al tener que ampliar la incisión y posterior sutura a consecuencia del enorme tamaño de la piedra enclavada que no permitía la salida por el trocar de implantación peri-umbilical. Naturalmente se alargó, más de la cuenta, el periodo de recuperación.
Los inconvenientes de un post-operatorio, quizás porque mi umbral de sufrimiento es muy inferior al de cualquier torero, son inaguantables por aquello de limitarse los movimientos, paralizarse las digestiones, perder el apetito, sentir molestias de todo tipo y tener que estar secuestrado en la cama de una clínica.






Y en estas circunstancias tuve tiempo de pensar en esas cornadas de verdad (comparadas con mi menudencia) sufridas de forma violenta en sitios tan dolorosos como la región anal, testículos, o región abdominal con incluso ruptura de asas intestinales, que requieren enterectomía y por tanto un periodo de recuperación largo y penoso, que estos hombres (hechos de otra materia) superan con la ilusión de volver en medio de una entereza digna de encomio cuando corren el peligro de reiteración al ejercer nuevamente su oficio.
¡Esto es más fuerte aún! De ahí mi admiración rotunda.