PENSAMIENTOS DE UN VIEJO MAYORAL.Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ.
Veterinario y escritor.En cierta ocasión oí decir a un
mayoral -persona que convive con los toros bravos las veinticuatro
horas del día- al sacar sus propias conclusiones qué: “los
animales, aunque en distinto grado, tienen, al igual que las
personas, INTELIGENCIA”.Creo que la confundió con INSTINTO. Pero....Una “inteligencia” de otro género,
de otra clase, de otro color pero que indudablemente ellos discurren
bien, a su manera, y, matizó pues imagino tendría motivos para hacerlo, que los más listos son
los animales más pequeños como la hormiga o la
abeja.Dentro de los bóvidos- a los que conocía perfectamente- decía que,
mientras las vacas de leche son idiotas, los toros
de lidia son más listos que el hambre, alcanzando su
culmen cuando nos referimos al toro de Miura.¿Por qué? Pues porque en esta
ganadería las cosas se hacen siempre igual rindiendo culto a la
tradición pues D. Eduardo Miura tenía a los machos en la Isla (El
Conde Chico) y otros cerrados hasta el mes de septiembre en
que pasaban al Cuarto los toros útiles de la camada
del año siguiente.Una vez liquidados los toros de
saca, los toros chicos pasaban a ser los toros
grandes que estaban todos juntos en manadas en Cuarto y,
cuando había que apartar una corrida, D. Eduardo se metía entre los
toros y, en cinco minutos con la garrocha apartaba a los seis
ejemplares componentes de la corrida, mientras sus hijos y los
criados, sujetaban a los bueyes presenciando la escena, en silencio
absoluto, desde una respetuosa distancia. Cuando murió D. Eduardo sus
descendientes continuaron la tradición.Un día de primavera llevaron a toda
la camada al rincón de siempre de uno de los cerrados y, tras elegir
a los seis toros componentes de la corrida, en cinco minutos quedaron
arropados por los bueyes.Se trataba de la primera corrida que
salía en esa temporada en la que había mucho y bueno donde
escoger.D. Antonio dijo:-Vamos con ellos.Tras abrir la cancela, los toros
salieron al camino pegados a la alambrada que cerraba el cerrado
donde habían estado alojados.En los primeros 300 metros todo fue
normalmente, pero uno de los toros cárdeno de capa, todo un tío,
dio un salto de costadillo y se coló en el cercado donde había
estado encerrado con anterioridad a la salida.D. Antonio ordenó seguir adelante con
los cinco componentes restantes que completaron recorrido con
normalidad y fueron embarcados.-Tiempo habría para volver a por
el disidenteCuando volvieron a recoger al cárdeno,
éste se hizo el desentendido. Le echaron los bueyes a los que en
principio siguió sin protesta alguna hasta que dio un respingo y
salió de naja, antes incluso de finalizar el recorrido de la
alambrada que circundaba el cerrado.Esta escena se repitió ciento de
veces en las que el toro cada vez más furioso, corneaba a los bueyes
hasta que estos acabaron por temer acercarse a semejante fiera que,
de momento no atacaba a los jinetes, hasta que finalmente se refugió
en una quebrada donde no había manera de sacarle.Hasta un vaquero ordenado por D.
Antonio y teniendo cuidado de no darle en los ojos, le lanzó varias
pedradas con la honda, hasta que una de ellas le dio en un ojo y
aquello le salvo del embarque, siendo abandonado en el lugar que
ocupaba yéndose la comitiva del encierro, en busca del sustituto.El elegido fue un toro de capa castaña
que no presentó dificultades en el encierro quién, finalmente
completó la corrida.A lo largo de la temporada, siguieron
saliendo corridas pero para ninguna de ellas se pensó contar con el
toro díscolo que no pudo ser encerrado en el primer encierro el cual
seguía el proceso de recuperación del ojo apedreado y del mal rato
que se le hizo pasar por su tozudez.Un buen día del mes de agosto para
una corrida norteña se escogieron los seis toros y al poco de echar
a andar, uno de ellos repitió la gracia del hermano pero como llovía
sobre mojado, uno de los vaqueros con su caballo, tomó el arroyo
para que no se encastillase en él el nuevo saltarín. Allí comenzó una brega de aúpa ya
que el toro no quería salir del cerrado. Hubieron de turnarse tanto
los equipos de vaqueros, como los de cabestros. Al final hubieron de sacarle D.
Antonio y D. José solos, sin vaqueros y sin bueyes, achuchándole
muy de cerca con los caballos y poniéndole la garrocha en las ancas
hasta que al fin quedó a buen recaudo en el encerradero.A la mañana siguiente el toro no
apareció por ninguna parte. Se pensó que le hubieran matado otros
toros pero, resultaba que estos estaban tranquilos sin rastro de
sangre, ni de lucha por ningún lado. Por la noche se supo que el toro se
había presentado en la Isla tras, haber estado
navegando durante toda la noche.De la Isla fue de todo
punto imposible sacarle teniendo que optar finalmente por llevar con
una carreta una jaula a la Isla y allí, dándole al
toro su querencia, se le metió en la jaula y tras amarrar bien los
barrotes, no fuera que se escapase y diera nuevos problemas, trasladarle a un corral desde el que con los cabestros se
procedió, no sin ciertas dificultades al embarque.Lo que nunca supimos es como se
comportó en la lidia pero por hechos referidos estos toros que dan
“mucha guerra” en el campo, no son los de mejor
comportamiento en la plaza. Y así es como, aunque con otras
palabras, lo refirió Luis Fernández Salcedo en la Revista
El Ruedo del día 11 de noviembre del año 1962.
PENSAMIENTOS DE UN VIEJO MAYORAL.

