D. JOSÉ SÁNCHEZ GARCÍA (D. José “El Gordo”).
Había estudiado Magisterio y sacó su plaza como maestro de la
enseñanza pública en tiempos de la República pero, el régimen franquista lo
desposeyó de su título y plaza por lo que hubo de ejercer por “libre” en nuestra ciudad tras venirse
de San Fernando (Cádiz) ciudad de su nacimiento.
La primera
clase que montó fue en el propio salón de su casa que, además constaba de cocina y un
pequeño dormitorio. Clase que no tenía
más luz y ventilación que la proporcionada por la puerta de entrada.
Luego, a medida que el alumnado creció hubo de trasladarse al
Retiro a un garaje en los terrenos que hoy ocupa la Casa del Mar. Allí tenía
una pileta en la que solía afeitarse.
Con el tiempo abrió una sucursal en la calle de La Luz en los
altos de un patio donde impartía clases nocturnas de Comercio y de Mecanografía
a los alumnos que trabajaban durante el día. .La clase de mecanografía tenían
una duración de media hora, pero si había máquinas libres, D. José no ponía
pegas para que el alumno que lo deseara pudiera seguir practicando para poder
lograr mejores puestos en el mercado laboral.
Incluso en sus clases había pre-recreo, consistente en partidos de
fútbol antes del comienzo de las clases en la plazuela que daba a la Caleta con
la participación de D. José quien siempre jugaba de defensa central, donde, a
decir verdad le costaba revolverse con
rapidez por lo que de vez en cuando se caía y exageraba la lesión.
Cuando los
alumnos lograban ponerlo en pie D. José daba por terminado el partido y, seguidamente en la clase narraba las incidencias del mismo en lenguaje
cervantino, lo que hacía que los alumnos se revolcaran de risa en medio de los
improperios del maestro que les llamaba “follones”
y “malandrines” mientras pedía a
un alumno cualquiera que le trajera de la repisa de la cocina el bálsamo de Fierebas” que no era otra
cosa que el frasco de Floid que usaba para después del afeitado.
A D. José su gordura no le venía del cielo, pues el maestro era un
verdadero “tragón” y lo que ganaba
consecuente de su intenso y continuo trabajo, cómo era soltero y vivía con
estrecheces,se podía permitir el lujo de degustar en aquellos tiempos de los años 50, incluso
JAMÓN, prohibitivo para la mayoría de los humanos. Jamón que pendía colgado de
una garrucha sujeta al techo de la pequeña cocina que había llegado allí tras tirar de la
cuerda que la sustentaba y que los alumnos veían mientras las bocas se les “hacía agua”
Cuando a D. José se le abría el apetito, soltaba la cuerda
amarrada a un cáncamo de la pared y descendía la pata de jamón, como si de una
bandera arriada se tratara, mientras los alumnos entonaban las notas del himno nacional. Notas
que repetían cuando, tras cortar unas lonchas, izaba nuevamente la pata hasta
reintegrarla a su lugar de procedencia.
Cuando los alumnos le pedían “un
cachito” D. José les obsequiaba con
unas lonchitas muy finas que, previamente había cortado, y que iba depositando
sobre las lenguas de los alumnos como si de una hostia de comunión se tratara.
Aparte de ser un virtuoso del billar, capaz de hacer 200
carambolas en una tacada, presumía de sus dotes y conocimientos taurinos. Su
ídolo era su paisano el matador de toros Rafael Ortega que era un consumado
estoqueador hasta el extremo se ser conocido con el sobrenombre de “El Rey de espadas”.
D. José tenía a gala el haber sido el maestro del matador en sus
comienzos taurinos enseñándole desde como posicionarse ante el toro, el vaciado
de las embestidas y hasta como rematar las tandas de pases tanto de capote como
de muleta y sobre todo la manera de matar que realizaba de manera teórico
práctica ante el alumnado al final de las clases en medio del jaleo y aplausos
en momentos de diversión fuera de la seriedad de las clases donde era un maestro serio, exigente y
eficaz.
Siempre contaba la siguiente anécdota:
“Un día en
una corrida de toros en la que actuaba Rafael Ortega, ante la imposibilidad de
matar al astado, tras siete u ocho pinchazos, Ortega miró al tendido y al ver
que D. José se encontraba entre el público asistente, ,le preguntó.
- ¿Pepe por dónde, crees tú, que debo entrar a matar el toro?
En palabras de Miguel Piñero “Cayetano”,
D. José sufrió un revolcón frente a la plaza de toros cuando una vaca brava
se escapó del matadero y tras embestir a varios transeúntes que lograron
escapar de sus acometidas se encontró con D. José “El Gordo” que no tuvo la agilidad necesaria para escapar y recibió
una soberana paliza de la vaca, afortunadamente sin consecuencias graves.
¡En esta ocasión no le sirvieron para nada sus conocimientos
taurinos!
D. José ejerció en Tarifa por espacio de 28 años.
Fue un hombre afable que se hizo querer a pesar de que era muy
exigente en el estudio sobre todo en gramática donde no perdonaba las faltas de
ortografía y en la sintaxis. Hacía muchos dictados sobre el Quijote, dictándoles de memoria
De vez en cuando daba algún que otro "pescozón" a los alumnos díscolos
como eran los hermanos Blanco que, como dato curioso ocurría que cuando pegaba a
uno de ellos lloraban los tres. Considerado con los que usaban gafas pues se
las hacía quitar antes de darle el "remosquete".
Murió a los 60 y pico años en su ciudad natal San Fernando de una “cosa mala” tras operación, recuperación y recaída final.
Lo escrito se trata de un resumen de una glosa que José Araujo
Balongo publicó en la revista Aljaranda además
de narraciones de personas que conocieron a D. José