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jueves, 20 de marzo de 2008

EL APURO DE MAZZANTINI.


Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.

Que de siempre han existido hombres forzudos en el mundo. ¡No lo ponemos en duda!.
Ahí está el caso del atleta griego Milón de Crotona, nacido en el año 510 a.d.Cristo, que se hizo famoso por su gran fuerza durante la celebración de aquellos juegos que, en honor a Júpiter y cada cinco años se celebraban en la ciudad de Olimpia, obteniendo premio en 32 ocasiones.
El mismo que sostuvo con una sola mano el techo, que se venía abajo, del aula donde Pitágoras daba clase mientras salían todos los alumnos del recinto.
Cuenta la historia que cuando era joven le regalaron un becerrito del cual se encariño tanto, que lo llevaba a todas partes cargado sobre sus hombros.
Todos los días y durante cuatro años realizó este ejercicio. Naturalmente el becerro se hizo un toro.
Cuando llegaron las Olimpiadas, Milón se presentó a la prueba de fuerza llevando a su toro a la espalda y dando con él, sin respiro alguno, la vuelta al Estadio en medio de grandes ovaciones. Seguidamente, dejando su carga en el suelo le asestó un puñetazo en la testuz, matándolo en el acto, para seguidamente comerse la mole en pocas horas.
Yo en mis años mozos conocí a un abulense del pueblo de Martínez, perteneciente al partido judicial de Piedrahíta, de nombre Eutiquiano propietario de un camión Pegaso de pequeño tonelaje, al que tumbado de espaldas debajo de él y con los pies apoyados en el eje trasero lo levantaba en vilo durante más de un minuto.
Uti (diminutivo con el que se le conocía) como todos los dotados de gran poder, era de carácter bonachón, si bien cuando cualquier jovenzuelo se “pasaba de la cuenta" lo cogía y lo “tiraba materialmente al tejado” de aquellas casas de un solo piso. Y lo dejaba allí para que cualquiera de sus familiares lo bajara mediante una escalera.
Imitando a Milón, en el Matadero de Muñogalindo (pueblo cercano a Avila), donde se sacrificaban las terneras de raza avileña de menos de 110 kilos de peso que abastecían a la Casa Civil de su Excelencia el Generalísimo, Uti, de sendos y certeros puñetazos propinados en la testa dejó k.o a las diez y nueve componentes de la partida sustituyendo a un mazo de madera encargado de esta operación.
Pero independientemente de estos lances puntuales hay trances en la vida en los que no se pueden describir lo que el ser humano es capaz de hacer por librarse de algún peligro. En casos de gran apuro, el cuerpo humano por el llamado “instinto de supervivencia” imprime a sus miembros una fuerza que no tiene en momentos ordinarios realizando una serie de admirables movimientos que después no pueden explicarse o repetirse.
Y este es el caso que le ocurrió a D. Luis Mazzantini y Eguía el día 12 de octubre del año 1.890 en la Plaza de Toros de Madrid durante la celebración de la decimonovena corrida de abono de aquella temporada.
Era un mano a mano entre Mazzantini- "Guerrita" para finiquitar una corrida de D. Anastasio Martín de Sevilla.
El berrendo cuarto toro de la tarde de nombre “Farolero” resultó manso ante los caballos, pero la insistencia y el bien hacer de los piqueros, “Cantares” y “Pegote” le libraron de las banderillas de fuego, al “robarle” las varas reglamentarias.
Los encargados de parear fueron Antonio Guerra (hermano de "Guerrita") y “Primito”.
Mazzantini corrió al bicho por derecho, y como éste le fuera a los alcances, saltó al callejón, pero también lo hizo el toro que lo encunó contra las tablas del tendido, cerca de un burladero, quedando aprisionado entre las dos astas y dando con la espalda en la contrabarrera.
Fue un momento de gran emoción y angustia que pudieron ver en directo los espectadores de las localidades de preferencia. Un momento crítico de difícil descripción para poder transmitir el sentimiento de terror no sólo en el diestro sino en los espectadores.
Mazzantini se agarró a los cuernos con toda su fuerza y empleando hasta la ultima gota de energía disponible en su naturaleza consiguió desviar la cabeza del toro lo justo para poder salir y refugiarse en el burladero próximo sin resuello alguno, para poder salvar su vida en aquel momento crítico. La ovación atronadora premió el esfuerzo titánico de el diestro de Elgóibar.
Finalmente Guerrita, a quien por turno le correspondía, se encargó de lidiar magistralmente a “Farolero” y finiquitarle de una soberbia estocada recibiendo otra ovación no menos sonora que la dispensada a su compañero.
El suceso quedó reflejado por el revistero y por el historiador tanto en el semanario La Lidia como en la revista El Toreo.
El crítico “Don Ventura” (Ventura Bagües Navarro) lo narró en su día al tiempo que se preguntaba si en frío hubiera sido capaz de realizar ese hercúleo esfuerzo y como este servidor de ustedes indaga por todos los escritos “habidos y por haber” lo encontró y ahora se lo refiere.
Pero es que resulta que unos cuantos años antes concretamente el 14 de julio del año 1.828 a Pachón le había ocurrido lo mismo y en la misma plaza, Madrid.
Era otra corrida mano a mano entre Pachón y Manuel Parra con toros a partes iguales aportados por los ganaderos Gaviria (Madrid) y Juan Domínguez Ortíz (Utrera), quienes llevaron como sobresaliente a Lorenzo Bedea.
Se trataba del torero cordobés Francisco González "Pachón" al que se le calificó como torero rudo en sus formas debido a su gran corpulencia.
El tercer toro de esa tarde de nombre Bordador que recibió 20 varas, a la salida de una de ellas se encontró de cara con Pachón y le encunó entre las tablas de la barrera. El torero haciendo uso de una gran fuerza, se apoyó en el pitón derecho, dio media vuelta y con un airoso quiebro se salió del peligro siendo aplaudido a rabiar.