HISTORIAS
DE UN VIEJO VETERINARIO. RECORDANDO A MI PADRE.
Por
LUIS ALONSO HERNÁNDEZ.Veterinario y escritor.
D.
Félix Alonso Tórres fue un veterinario militar nacido en el año 1910 en Viñegra
de Moraña (Ávila) quien por tener que ayudar económicamente a sus padres, dejó
lo castrense para, tras convertirse en Veterinario Titular, ejercer su
profesión con grandes conocimientos, profesionalidad, y moralidad en distintos
pueblos de las provincias de Salamanca, Toledo y Ávila.
Salvo
su etapa en la provincia de Toledo, concretamente en el municipio de El
Torrico, pueblo de unos 2.000 habitantes allá por la década de los 50, siempre
su actividad profesional se desarrolló en partidos veterinarios con anejos,
denominación con que se conocían a los municipios más pequeños componentes de su partido veterinario.
En
aquellas épocas `predominaba el ganado vacuno de labor, los típicos bueyes de
trabajo, y el ganado equino en sus tres variedades de especies: caballar, asnal
y mular como maquinaria animal a utilizar en las labores de cultivo de las
tierras cuando España era eminentemente
agrícola y comenzaba a emerger la ganadería.
El
Veterinario Titular del pueblo ejercía a su vez las labores de Inspector
Municipal Veterinario, teniendo bajo su control tanto la sanidad animal como la
derivada de los productos animales, vegetales y del pescado que una vez por
semana llegaba al pueblo.
Sus
clientes eran los ganaderos quienes
llegaban a un acuerdo pecuniario con él que quedaba reflejado en un contrato
impreso sobre una cartulina que a su vez poseía unos cupones donde se
especificaba el mes y el año que el veterinario cortaba y entregaba a su
igualado cuando había satisfecho la cantidad estipulada bien en forma de dinero
o en productos del campo, generalmente trigo que era la producción cereal más
importante del pueblo.
La
mayoría de los ganaderos igualaban todos los animales que constaban en la
Cartilla Ganadera que la Dirección de Ganadería había establecido como
obligatoria y cuya tramitación se llevaba a efecto por parte del Secretario del
Ayuntamiento y del Veterinario. No obstante algunos ganaderos, no igualaban
todos los animales con la finalidad de ahorrarse unas pesetas y como la
picaresca española se ha dado de siempre, también intervenía en estos
igualatorios de tal manera que siempre era el animal igualado el que se ponía
enfermo.
El veterinario perfeccionó la Cartulina del contrato reflejando la
edad, capa y particularidades de los animales igualados, si bien a los ganaderos pobres hacia la vista gorda e
incluso en ocasiones no les cobraba. Ellos correspondían regalándole una carga
de leña para la lumbre o un serón de sandías y melones.
El veterinario sabía
perfectamente el número de animales que cada ganadero poseía, pues algunos
denunciaban a sus vecinos cuando iban a pagar la iguala por aquello de la
envidia tan propia de los pueblos.
Algunos
ganaderos no se igualaban y trataban a sus animales por su cuenta si bien no
podían acudir a atención veterinaria ajena puesto que el partido veterinario
por ley era un partido cerrado lo que significaba que no podía ejercer ningún
veterinario aparte del titular del pueblo..Cuando finalmente requerían los
servicios del veterinario, éste les aplicaba las tarifas vigentes que en aquellos
tiempos venían a representar la mitad de la iguala anual.
Cuando
estuvo de veterinario en otros partidos siempre tuvo anejos. En ocasiones hasta
7 anejos distantes hasta veinte kilómetros del pueblo cabecera. A ellos acudía
tres veces por semana en un recorrido para realizar las inspecciones protocolarias,
expedir las Guías de Origen y Sanidad para los animales que iban a los mercados
regionales y en la época de Matanzas Domiciliarias de Cerdos para recoger las
muestras que posteriormente analizaría en su casa.
Tenía
trabajo, pero también tenia tiempo para acudir, cuando el sol caía, al bar del
pueblo a jugar a las cartas o al dominó en lo era un verdadero experto.
En
El Torrico vivió bien, pero como las necesidades económicas iban en aumento y
por otro lado disminuyó el laboreo del campo en cuestión de cultivo a base de
animales, hubo de buscar otros municipios donde la actividad principal fuera
distinta a la cuestión igualas, como eran; los animales de engorde en vacuno y
las matanzas domiciliarias de cerdos.
Yo
viví mi niñez en este pueblo y recuerdo los baños en el río Tajo, tanto en
nuestro término como a su paso por El Puente del Arzobispo. Mis correrías por
los campos de olivos en busca de los nidos de tórtolas. La alimentación y
cuidado de los tortolitos hasta que se hacían volanderos y les dábamos libertad
y de ese Rollo de Justicia que data del siglo XVII que estaba ocupando casi el centro de la plaza
principal del pueblo, subido en sus tres escalones de piedra frente a un
Ayuntamiento moderno y funcional dotado de su Sala Capitular que veía desde el
exterior subido a una de las ventanas tras apoyar los pies en el dintel de la pared.
También
de los viajes a Talavera de la Reina a donde mis padres nos llevaban en esa
especie de camioneta que nos recogía en el cruce con la carretera de
Valdeverdeja perteneciente a la Empresa Casas de El Puente del Arzobispo.
Allí
aprendí mis primeras letras y estudié los primeros cursos de Bachillerato
dirigido por ese gran maestro que fue D. Víctor Calvo Estrada, el practicante y
maestro que estaba casado con la hermana del Señor cura D. Juan Díaz Fidalgo.
Aprendí
a montar en bicicleta por el camino de La Chorrera. Era una bicicleta de carreras
que mi padre tenía en el sobrado y de marca Peugeot.
Cuando
mi padre cambió de destino, en los otros pueblos, ya estaba estudiando en Madrid
la carrera de Veterinaria. Durante las vacaciones aprendía de mi padre la práctica de la
profesión y a este respecto les contaré una anécdota curiosa donde se refleja,
en parte, la socarronería de mi progenitor, a pesar e ser un hombre bastante
serio y con malas pulgas cuando se enfadaba.
Era Navidad.
Yo estaba a punto de acabar la carrera de Veterinario. Me había desplazado al
pueblo para pasar las Fiestas con mis padres.
Una
noche a eso de 23,00 horas una llamada telefónica emitida por un ganadero de
uno de los anejos de La Horcajada (Avila).
- Don
Félix, Soy fulano. Le llamó porque tengo una vaca que no puede parir.
- ¿Desde
cuando está de parto?
- Desde
esta mediodía.
- ¡Pero
hombre! y ¿esperas a estas horas para avisar?
- Pues sí…Esperando y esperando a ver si paría
y ahora tengo miedo a que se muera la vaca.
-
Bueno. Ahora voy para allá. ¿Nieva mucho por ahí?
- Bueno, mucho no, pero si están cayendo copos
y está todo cubierto de nieve.
- Me
llevará mi hijo en el coche y tardaremos un rato (el pueblo estaba a 20
kilómetros de la Horcajada y la carretera cubierta de nieve).
Cuando
llegamos salieron a recibirnos al oír el ruido del coche.
- Pasen
y siéntense un rato a la lumbre para que entren en calor.
Mi
padre tras calentarse un poco las manos que estaban ateridas dijo:
- Vamos
a ver como viene ese ternero.
Nos
encaminamos a la cuadra. Mi padre se quitó la pelliza, se remangó las mangas de
la camisa, metió mano en la vagina de la vaca y dijo:
- Viene
bien lo que pasa es que se han paralizado los movimientos de dilatación.
Esperaremos un rato para que comiencen los dolores de dilatación que la he
provocado y si no pare, le sacaremos el feto a la fuerza.
Nos
sentamos nuevamente a la lumbre en espera de acontecimientos.
Los
ganaderos así como dos vecinos más que habían acudido al acontecimiento, se
traían un cachondeíto bastante exultante.¿Con que... D. Félix en un momento pare?
¿Está usted seguro?
Yo
veía que por momentos mi padre se iba a cabrear.
Los
ganaderos siguieron con su cachondeo y ahora comenzaban a imitar los berridos
de un ternero. ¡Ya seguro que ha salido! ¿Vamos a verle D. Félix?
Mi padre se olió la tostada como después en el coche me dijo.
Cuando
mi padre calculó que ya había pasado el tiempo de espera dijo:
- Bueno
vamos para allá que ya debe estar asomando el ternero.
Cuando
llegamos a la cuadra el hocico del ternero asomaba fuera de la vulva. Mi padre
posicionó al feto y éste salió de inmediato.
La exclamación de los ganaderos fue:
-
Joder resulta que si había ternero dentro.
En
ese momento mi padre preguntó:
- Ah. Habiais dudado de ello ¿A
esovenía ese cachondeo que os traíais en la cocina?
- Pues
mire usted D. Félix. Es que poco después de llamarle, la vaca parió y como
había tardado tanto en parir pues pensamos, mi hermano y yo, que era bueno que
echara usted una exploración a la vaca por ver si tenía algún daño por dentro.
- Bien
hombre, Bien Pero con la nochecita que
está nos podías haber evitado el viaje. Gracias a que me ha traído mi hijo que
si vengo solo no sé si hubiera llegado
- Cuando
usted metió mano y nos dijo que venía bien el becerro, nos hizo gracia porque
el becerro estaba en la pajera tapado con este trillo. Levantó el trillo, .y
allí estaba el becerro.
Y
siguió:
- Luego…cuando
vimos que el becerro que estaba dentro de la vaca asomaba el hocico quisimos
que la tierra nos tragara.
- Nada
hombre. Nada. ¡DEBERIAIS HABER CONFIADO EN MI PROFESIONALIDAD!
- Perdone
usted D. Félix. Dígame cuando le debo.
- Pues
mira por la visita, dado que eres igualado. Nada. Pero por el cachondeíto te
voy a cobrar solamente 2.000 pesetas.
Dinero
que el ganadero le entregó en mano en forma de dos billetes de mil pesetas de
aquellos grandes que les llamaban lechugas.
Seguidamente
nos invitó a unos huevos fritos y unos trozos de chorizo que frieron en la misma
lumbre en la que nos estábamos calentando en medio de las risas por la
ocurrencia de mi padre en darles una lección de profesionalidad y bien hacer.
Y
con las dos mil pesetas de los años 1966.. Bien calentitos por dentro y por
fuera nos metimos en el coche y regresamos a La Horcajada..