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sábado, 23 de julio de 2011

COSAS DEL MUNDO DE LOS TOROS.

Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.

En el mundo taurino ocurre lo que no sucede en ningún otro estamento. Abundan los “sambenitos” impuestos por cualquier taurino con predicamento, que luego de boca en boca, corren como la pólvora.
Con que un matador de los de la parte alta del escalafón taurino diga que “los toros de un ganadero van como la seda”, ese ganadero no da abasto para vender corridas. Claro que al lado de estos “sambenitos positivos” están los “negativos” consecuentes a que si el diestro de “campanillas” se ha visto asfixiado por un toro de una determinada ganadería, en el momento que diga que “los toros de ese ganadero embisten rebrincados y con la cara arriba” el hombre acumula corridas so pena que las venda a precio de saldo.
Y es que a los toreros no les gustan los toros:
Que recargan y romanean en la suerte de varas.
Que se revuelven en un palmo de terreno.
Que asfixian a los diestros.
Que disciernen y buscan el bulto.
Que tienen raza y genio.
Que no se cansan de embestir.
Que tengan verdadera bravura.
En cambio sí les gustan los toros de bravura comercial:
Que entran al paso al caballo, con la cabeza humillada y sin cornear, ni apretar.
Que van por derecho a los lances y rematan largos.
Que van despaciosamente y únicamente acuden a la llamada, y no siempre, del matador.
Que no atosigan.
Esos toros que, cómo un ganadero salmantino dijo: “Están a dos dedos de la mansedumbre”
Pero…¿Son verdaderamente los toreros quienes eligen los toros? No. Ellos tienen determinadas preferencias, dimanadas de diversas faenas triunfadoras con determinados encastes, que les lleva, en las supersticiones que suelen atesorar, a querer seguir triunfando con los componentes de esa ganadería, pero son sus mentores (apoderados) quienes llevan este tema del toro elegido, porque ellos se juegan su recompensa económica que suele ser lo que les mueve en su representación.
Si los toros son boyantes y nobles, aparte de propiciar el triunfo se asegura (aunque los imprevistos pueden surgir en cualquier momento por circunstancias diversas) la integridad física de su poderdante y con ello la continuidad de actuaciones y los dineritos derivados del % estipulado en sus honorarios como apoderado.
No puede estar ajeno este hombre a la esencia de su naturaleza como tal, agresiva y egoísta, pues, como decía Plauto y confirmó posteriormente Thomas Hobbes: “El hombre es un lobo para el hombre” que está sujeto a las tres causas principales de discordia: la competencia, la desconfianza y la gloria, y,…analicen ustedes si ¿no es el mundo del toro el más propicio para la discordia?
Si el apoderado es un pesetero se convierte en un “pejiguera” traducido en una máquina de pegas ante cualquier astado a lidiar que en muchas ocasiones lo que hace es perjudicar la evolución del oficio (que no carrera) de su representado. Este inconforme señor se enfrenta con ganaderos, empresarios, presidentes de plaza, veterinarios etc etc, al no estar de acuerdo casi nunca con los toros aprobados cumpliendo la reglamentación vigente, pues siempre son demasiado grandes, tienen demasiados pitones o miran de manera demasiado ofensiva.
Siempre aboga por los toros cómodos, brochitos y terciaditos. Toro a la medida del arte o incompetencia de su poderdante, cuando lo que debería imperar es que a la hora del reconocimiento y sorteo le dijeran. “Si un toro tiene los cuernos incómodos o feos, aguántese porque para eso su torero está calificado como figura” y con este proceder casi seguro que se acabaría con esa frase cada vez más arraigada de…”si ese toro entra en sorteo, mi torero se va”.
¡Ha de estar controlado todo hasta en los más nimios detalles, para que el gasto del matador sea el mínimo y así poder torear el centenar de corridas! Controla, el toro, el tiempo, el viento, la luz, los tiempos entre pases, la salida de los cánones del toreo. ¡Hasta la Biblia celestial del toreo si es que existe!¡Control total!
Consecuencia final: que el señorito torero, acostumbrado a torear cada vez más babosas, las pasa canutas cuando ha de enfrentarse a un toro de verdad que, a veces por lo que sea, “se le cuela” en una determinada plaza. Fracaso en toda regla y un paso atrás en el camino de su oficio.
Y como este es el quid de la cuestión, lo contamos para que comiencen a pensar en los motivos por los que fracasan la mayoría de las corridas de la temporada taurina. Y estos fracasos, debidos a la falta de defensa de la integridad del toro, son los que han empezado a mostrar las plazas vacías y el segundo paso, que quiera Dios sea atajado, será el final de la Fiesta de los Toros.