DON
TANCREDO.
Por
LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.
Lo
de que las plazas de toros no se llenan, no es de ahora. Ya en el año de 1900
cómo tampoco se llenaban, apareció un zapatero pluriempleado como albañil y
como novillero sin suerte (se quedó en banderillero) que, tras ver en la Habana (Cuba) a “El Orizabeño” que realizaba la suerte
del cajón, se vino para acá y tras presentarse como el “Fascinador ilusionista
de toros bravos”, comenzó a llenar las plazas anunciándose en los carteles con
el nombre de pila que no era otro que Tancredo, debido a sus alardes de valor.
Tancredo
López Martín había nacido en el barrio valenciano de El Grao un 29 de junio del
año 1862.
Algún
periodista de la época llegó a escribir de él: “Es el primer albañil que gana dinero estando parado” y no le
faltaba razón porque hasta el año 1931 no apareció el Decreto sobre el primer
seguro de desempleo en España con la creación de la Caja Nacional contra el paro
forzoso que se encargaría de gestionar las subvenciones del Estado a los
sindicatos y asociaciones mutuas que ofreciesen el seguro de paro a sus socios.
Su
primera actuación tuvo lugar en una placita que se construyó cerca de Valencia
llamada Vaquella un 19 de noviembre del año 1899 con un toro de Flores.
Fue
contratado en plazas como Zaragoza, Logroño, Sevilla, Málaga, Bilbao. Pero la
fama la alcanzó tras actuar en Madrid.
En
los carteles se anuncia Don Tancredo y sus actuaciones en Madrid, a comienzos
de año, le catapultaron a la fama y es considerado cómo EL REY DEL VALOR.
D.
Tancredo López, tan discutido por su valor temerario en círculos y cafés, hacía presentación en la plaza de la calle de Alcalá el 30 de diciembre del 1900, y eso fue suficiente para que gran número de
aficionados y multitud de curiosos ocuparan la totalidad de las localidades de
sol y un buen número de las de sombra.
Juan
de Invierno cronista de “El Toreo” narró
así su primera actuación:
“Limpio
el redondel de estorbos, salieron los areneros y colocaron bastante más atrás del
centro de la plaza y frente a la puerta de chiqueros el pedestal sobre el que
D. Tancredo López había de ejecutar su experimento. El público esperó algunos
segundos la aparición del rey del valor.
Saludó
al público y se dirigió hacia el tendido 3, donde brindó la suerte o
experimento que iba a ejecutar, y allí le entregaron la careta blanca con la
que cubrió el rostro, dirigiéndose en seguida al pedestal, sobre el cual se
subió tomó la misma posición que otras veces.
Una
vez de esta forma colocado, hizo la señal con la cabeza, y el veterano Albarrán
descorrió el cerrojo de los chiqueros, dejando en libertad a un toro de D.
Víctor Biecinto. El toro salió enterándose dirigiéndose paso a paso hacia el
pedestal sobre el que estaba D. Tancredo, y al llegar dio un bufido que resonó
en la plaza, que estaba completamente silenciosa.
El
bicho se quedó parado, y el público creyó, sin duda, que iba a huir y comenzó a
aplaudir. Entonces “Culebrino”
principió a olfatear a D. Tancredo, llegando con el hocico hasta su cintura,
sin que éste hiciera el menor movimiento, y cuando al astado bruto le cupo en
gana, se retiró un poco y dio una acometida, haciendo saltar la cubierta del
pedestal, del que derribó a D. Tancredo sin hacerle perder el equilibrio.
El
bicho siguió el viaje tras el rey del valor, en ayuda del cual acudieron varios
peones, tirando aquél el sombrero y teniendo que trasponer la barrera.
El
público en seguida tributó a D. Tancredo una ovación en premio a la serenidad y
valentía que demostró al ejecutar su experimento.
En
seguida salieron peones y jinetes, y se dio comienzo a torear a este bicho en
lidia ordinaria.
VUELTA
AL RUEDO.
Antes
de que saliera el toro cuarto, ya las localidades de la plaza se habían ocupado
por completo, y esto era porque allí comenzaba la parte sensacional de la
corrida.
Los
areneros sacaron el pedestal y lo colocaron en el centro de la plaza. D.
Tancredo tanteó el pedestal y en seguida se subió a él, cruzándose de brazos y
ordenando con la cabeza que se diera suelta al de Trespalacios.
La
plaza quedó en aquel instante tan silenciosa como un cementerio. Acto seguido
Albarrán abrió el portón de los chiqueros, dejando libre el paso a Sacristán,
que estaba marcado con el número 14. Era este toro de pelo jabonero sucio y
cortito y apretado de herramientas. Salió revolviéndose a los chiqueros, y
después, paso a paso, llegó hasta D. Tancredo, al que olió y hociqueó hasta la
cintura por el lado derecho, sin que éste hiciera el menor movimiento. En
seguida el bicho dio una vuelta, colocándose a la espalda de D. Tancredo, y un
individuo no pudo contenerse y empezó a aplaudir, imitándole la concurrencia;
entonces el bicho, ante aquel ruido, acometió a lo que tenía delante, pero D.
Tancredo, conocedor de lo que podía pasar, y una vez hecho su experimento,
abandonó el pedestal, saliendo corriendo y tras él el toro, viéndose apurado
para tomar las tablas del 7. Los peones salieron en seguida al redondel, y con
sus capotes lograron distraer al animal, mientras D. Tancredo era objeto de una
prolongada ovación, que duró más de dos minutos, teniendo que dar la vuelta al
redondel.
Cómo
se trataba de una suerte arriesgada fue prohibida en el año 1809 por el
Ministro de la Gobernación Juan
de la Cierva.
D.
Tancredo tuvo imitadores tales como María Alcaraz “Dª Tancreda” y “El tió
Carrasquiña” quien esperaba al toro tumbado en el suelo de la plaza cubierto de
musgo y salía corriendo cuando el toro se disponía a dar un bocado al verde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario