MANUEL BENITEZ PÉREZ “EL
CORDOBÉS”.
Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ.
Veterinario y escritor.
Era el año 1964. Mes de septiembre.
Víspera del día de San Mateo. Es decir el 20 de septiembre. Mi padre, que
atendía clínicamente la ganadería del Vizconde de Garci-Grande fue avisado por
el mayoral de la ganadería para que asistiera al tentadero de la tarde, por si
sus servicios veterinarios fueran necesarios ya que Alvarito Domecq iba a
rejonear dos toros mogones que su amigo Luis, el hijo del vizconde (que era un
excelente rejoneador), le había guardado como preparación previa a su actuación
al día siguiente en la corrida mixta de Salamanca.
Desde la Horcajada (Avila),
pueblo de residencia, nos fuimos en moto hasta Alaraz (Salamanca) en cuyo
término estaba la finca de ganado bravo del vizconde.
Al llegar quedamos sorprendidos
pues no solamente estaban la cuadra de
caballos de Alvarito sino que
además estaban Santiago Martín “El Viti”, Diego Puerta y Manuel Benítez “El Cordobés” que también actuaban en la
corrida estrella del ciclo taurino de la feria de Salamanca.
Tras la salida del primer toro y,
después de ponerle el rejoneador un rejoncillo de castigo, mientras cambiaba de
cabalgadura, Diego Puerta comenzó a picar a “El
Cordobés” para que le diera unos capotazos. No se hizo mucho de rogar,
salió en busca del toraco y le administró unos excelentes lances con la pierna p’alante que remató con una
excelente media verónica.
Álvaro Domecq siguió lidiando el
toro a caballo hasta que, tras lidia completa con los cuatro caballos que trajo
en su camión, le dio muerte de un pinchazo y certero rejón de muerte.
Comenzaron los comentarios sobre
las verónicas que “El Cordobés” había
administrado al morlaco. Mi padre que sabía un rato de toreo, sentenció que
habían sido unas excelentes verónicas donde cargó la suerte y remató con una
más que excelente media. Santiago Martín “El
Viti” ratificó la opinión de mi padre.
Cuando salió el segundo toro y
tras ponerle tres rejoncillos de castigo y un par de
banderillas por parte de Luis Garci-Grande con uno de los caballos de Alvarito, nuevamente salió a la palestra Manuel Benítez ahora con la muleta en la mano y tras tres doblones para quitar temperamento al toro que era muy bravo, se llevó la muleta a la zurda y ejecutó una serie de cinco naturales con la muleta sostenida por las yemas de los dedos que fueron rematados perfectamente a la cadera, tras haber cargado la suerte, en todos ellos. Remató con un pase de pecho de los denominados de “pitón a rabo”. Saludó a la concurrencia, que le aplaudió a rabiar, y se metió en el burladero donde le esperaban sus compañeros de oficio que como él eran matadores de toros.
Yo estaba en la tapia justo
detrás del burladero donde estaban los
matadores y mi padre, y oí el comentario de “El
Viti” cuando le dijo:
“Manuel si toreas tan bien como
nos has demostrado ¿por qué no haces esto en la plaza? A lo que “El Cordobés” respondió: “Porque sería
igual que tos vosotros” y rompió en una carcajada que llegó incluso a descentrar
al toro que estaba esperando la entrada de uno de los caballos de Alvarito.
Al día siguiente fui con mi padre
a la corrida de Salamanca donde “El Cordobés” volvió a hacer de las suyas con
buenos pases, pero muy dosificados y en cambio dio un verdadero recital de
pases del desprecio y saltos de la rana. Como tuvo suerte con el estoque obtuvo
un gran triunfo al igual que sus compañeros de terna con un Alvarito Domecq en
maestro del rejoneo.
Desde ese momento tuve un gran
respeto por “El Cordobés” porque
era valeroso al máximo y sus faenas las
basaba en: ¡Inmovilidad!¡Inmovilidad! e ¡Inmovilidad! Y eso ante un toro bravo
no es fácil de superar.
Manuel Benítez fue un
revolucionario que triunfó a pesar de la oposición de los puristas-eruditos del
toreo, por que tuvo y, aún hoy conserva, un preciso sentido de las distancias y
del comportamiento de los toros. Por ello cuando se televisaba alguna de las
corridas que toreaba, ese día los bares se llenaban para ver la corrida por TV,
mientras las ciudades quedaban paralizadas
con la aquiescencia de todos.
Ojeando periódicos de tiempos pasados me topo
con uno del año 1970 que se anuncia así:
Año 1970.
“EL CORDOBÉS” ROMPE MOLDES: 121
CORRIDAS.
El pasado 19 de octubre, en la
plaza de Jaén, Manuel Benítez “El
Cordobés” sumó su
corrida número 121 del año. Jamás nadie ha toreado tanto en una sola temporada. En la feria de San Isidro de ese mismo año, cortó 4 orejas en cada una de las dos tardes en que actuó. El periodista de “Pueblo” José Manuel Carril fue testigo de excepción de esta arrolladora campaña y así escribió de “El Cordobés” en su última tarde.
Le falta –decían- subirse encima
del toro. Le faltaba. Ahora, después de lo de ayer, ya no le falta ni eso.
Ayer se cerraba en Jaén el ciclo
más largo que jamás ha vivido un hombre en la historia del toreo. Dicen que,
porque nunca se llena la plaza de toros
de Jaén, es una de las más grandes del mundo. Ayer –dicen que porque iba
él- parecía una de las más pequeñas, porque nunca se vio tal demanda de
localidades, ni tan apretadas las puertas por un público que quería, pero no
podía entrar.
Sólo una vez, hace de esto diez u
once años, la plaza de Jaén estuvo a punto de estallar. Toreaba en tan notable
ocasión un mozo de ademanes rudos, de piel blanca y pelo rubio, al que por su
impresionante forma de reír se le adivinaban las ganas que tenía de vivir, y al
que, por su legionaria forma de interpretar el toreo, se le notaba lo poco que le importaba morir.
Se llamaba Manuel Benítez “El Cordobés”
y caminaba hacia la gloria, abriéndose paso a dentelladas con el hambre y con
la miseria. Nunca más, hasta ayer, volvió a llenarse esta plaza.
¡QUE DIFÍCIL ES LLEGAR!
Ayer a esa hora en que los
tendidos empiezan a valer más que una barrera y las barreras han perdido todo
su valor, porque ya no hay quien las venda, aquel muchacho de entonces me decía
al abandonar el hotel, camino de la plaza.
-¡Qué difícil es llegar, Carril!
Yo lo dije:
-Más difícil es mantenerse. Y me
contestó:
-Depende; basta con querer llegar
un poquito cada día.
Envuelto en su traje de torear
verde y oro iba a hacer su paseíllo 121 de la actual temporada. Llevaba en los
ojos la misma mirada de aquel otro paseíllo, que casi era el primero de su vida
y que, cómo éste, pudo muy bien ser el último. El sabía que esta corrida iba a
pasar a la historia. Nunca nadie toreó tanto y nunca nadie se jugó tanto. La
atronadora ovación que lo recibió en solitario se prolongó durante 109 minutos,
convertida en la apoteosis más larga que nadie
logró encontrar nunca en el toreo.
Se alargó tanto porque desde que
salió el primer toro…
Era –ya lo he dicho- su 121
corrida de la actual temporada, pero parecía la primera; tal era
el poderío y la fuerza física que estaba derrochando. Decían a mi lado que ya tiene 2000 millones de pesetas -yo no lo sé- pero parecía que estaba empezando a ganar el primer duro de su vida.
Dicen –cada uno es muy dueño de
decir lo que quiera- que lo que este hombre hace en los ruedos no es torear. Yo
pongo por testigo a la plaza de Jaén y
le pido que me escupa a la cara mi mentira
si miento al afirmar que, si lo de ayer no es toreo, “El Cordobés” lo acaba de inventar; de
tal forma explicó la asignatura en siete lecciones prodigiosas por lo bellas, por lo completas,
por lo distintas, por lo sencillas, que fueron premiadas con once orejas y tres rabos, a más de una pata concedida por
el presidente y que el torero se negó a que fuera cortada.
Dicen que este hombre, que ha
culminado su prodigiosa temporada estableciendo un record “imposible“ a la
misma velocidad que la inició; es uno de los diez personajes más populares del
mundo. Ayer, cuando la inenarrable apoteosis se acercaba a su fin y él era
paseado por el anillo a hombros de los
hombros de su propia cuadrilla, que se negaron a que el honor correspondiera esta vez a los demás, parecía
el más importante de esos diez famosos: tal era el derroche de poderes que acababa de hacer y el entusiasmo incontrolable que acababa de
despertar.
Cuando el sexto de la tarde ya era
histórico sin haber muerto todavía, este hombre llamado “El Cordobés” se plantó
ante él, indefenso su cuerpo y su rostro como transfigurado, y se lanzó hacia
su enemigo borracho de placer, como queriendo decir: Ahora que lo ha conseguido
todo, lo mejor es morir. Pero el toro asustado de tanto valor retrocedió…el
torero le siguió. Le faltaba –decía-subirse encima de un toro. Le faltaba.
Ahora, después de lo de ayer, ya no falta ni eso.
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