TERCERA CORRIDA DEL ABONO SAN MATEO VALLADOLID 1980.
Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.
En una tarde bochornosa por el cielo encapotado, casi se llenó la plaza para ver la lidia de los toros de Salvador Gavira que iban a lidiar los diestros: Curro Vázquez (perla y oro), Roberto Domínguez (burdeos y oro) y Tomás Campuzano (azul y oro) quien realiza el paseíllo desmonterado por tratarse de su primera aparición en el coso del paseo de Zorrilla.
Los aficionados de verdad estaban con la “mosca detrás de la oreja” con el comportamiento de los toros de Gavira ya que, en las anteriores ocasiones en que habían venido por estos lares, se habían caído en demasía, pero en esta ocasión no fue así porque don Salvador está cuidando a sus pupilos para que los mareantes transportes no los acusen en el comportamiento en plaza. El remedio meterlos en jaulas, subirlas a camión y hacer unos cuantos kilómetros en los días previos al viaje definitivo para que se acostumbren al estrés del viaje. Un remedio para andar por casa, pero que parece que da resultado. Algún día imagino que tratarán al toro como el atleta que es en cuanto a ejercicio se refiere y no cebar a los animales en predios cercanos a la finca en la fase de acabado.
Curro Vázquez en su primero con 458 kilos que manseó en exceso recorrió el ruedo en dos oportunidades corriendo detrás del toro, cosa que por otro lado es lo que suele gustar a los toreros ya que es más fácil que correr delante cuando los toros aprietan.
La gran clase que atesora no la saca a la plaza, donde no hace otra cosa que aprovechar los viajes del toro aliviándose en exceso y no dejando los pies quietos.
Como mató rematadamente mal, cuatro pinchazos y tres descabellos, recibió los pitos de la concurrencia.
En su segundo con 461 kilos, tampoco dejó las zapatillas fijas en la arena, no obstante lo cual logró algún pase aceptable. Como mató con prontitud de una media estocada, su labor fue silenciada.
Roberto Domínguez en su primero un toro con 492 kilos realizó, tras unos doblones de cartel de toros, una extraordinaria faena, llena de estética y torería que a pesar de finalizar con una estocada atravesada y descabello a la primera, fue premiado con una oreja, si bien hubo petición unánime de las dos por parte del público. El presidente acertó en la concesión pero el público obligó al paisano a dar dos vueltas al ruedo en medio del entusiasmo.
En su segundo con el peso más alto de la corrida 510 kilos. Roberto Domínguez realizó una faena temeraria dotada de bellos momentos.
Se trataba de un toro probón que embestía a arreones y siempre buscando las femorales del vallisoletano. Faena en medio de la tragedia, pues cada pase era un sin vivir, un camino hacia el hule. Al final triunfó la inteligencia frente a una agresividad de un manso con mucho peligro, por lo que el público tributó la ovación más grande de la tarde cuando Roberto se fue a por el estoque de matar.
Falló a espadas y necesitó cinco entradas convertidas en cinco pinchazos y un descabello y por ello perdió los trofeos., pero la faena quedó para la historia de ahí que el público lo reconociera y lo premiara obligándole, tras saludar desde el tercio, a dar la vuelta al ruedo.
Tomás Campuzano en su primero un toro con 450 kilos estuvo valiente y realizó una faena de mérito ante un toro que presentó bastantes problemas. Faena fácil, variada en medio de sonrisas hacia el publico. Faena carente de profundidad, de muleta retrasada y sin mando sobre el toro. Como la culminó con una gran estocada, hubo petición unánime de orejas y presidencia concedió, acertadamente, una.
En su segundo con 490 kilos de peso, realizó una buena faena, si bien menos meritoria que la realizada en el primero, pero como el toro era otro, los pases fueron más profundos y más limpios. También mató de una gran estocada y se volvieron a pedir las dos orejas que en esta ocasión presidencia, excesivamente dadivosa, concedió. Las paseó en triunfo en las dos vueltas al ruedo que el público le obligó a dar.
Una corrida terciadita, igualada en cuanto a hechuras, pocos pitones y mansita. No apretó en varas y algunos buscaron la querencia tablas. En general fueron nobles y se dejaron torear, salvo el quinto que tenía un pitón izquierdo que era un peligro constante.
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