LO QUE POCOS SE
ATREVEN A DECIR Y, MENOS A ESCRIBIR.
Por
LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.
Los
considerados entendidos en “esto” del toro, hablan en exceso del
término “llenar escenario” compendio de esos detalles de
componer la figura a base de meter tanto la barbilla en el pecho como
los riñones, en los lances de capote y muletazos imitando a Juan
Belmonte.
A
la cabeza colocan al matador de toros José Antonio Morante
de la Puebla
a pesar de que su figura, cada vez menos estilizada, no es comparable
a la de los jóvenes toreros que también componen y, muestran
cuerpos juncales, musculados, flexibles sin pizca de grasa.
La
falta de preparación física que, al parecer tampoco necesita éste
“toreador” en
los toros a los que se enfrenta, en
demasiadas ocasiones le obligan a “tirar
por la calle de en medio” cuando, éstos, le atosigan un poquito sin
tener en cuenta que los emolumentos cobrados le obligan a ofrecer
“algo más” a
los espectadores paganos, - a sus incondicionales “les
basta y les sobra” con
verle hacer el paseíllo descompasado, cómo
se fuma un puro en el callejón-
y, jalearle
dos verónicas cadenciosas con ese horripilante capote de colorido
tan poco taurino o dos trincherazos donde no se manda para nada al
toro, obviando la “suerte
suprema” pues
para él es insustancial y puro trámite.
En
mis años mozos de
estudiante de
la década de los años sesenta, en la plaza de Las Ventas que, por
aquel tiempo era la primera plaza del mundo, no existía ese término
y, los aficionados nos fijábamos en que los matadores, de capote
torearan en base al lance
rey
es decir a la verónica de suerte cargada donde, el remate era
invariablemente la media verónica.
Después
en la faena de muleta el pase rey era el natural
donde también se cargaba la suerte y se remataba con el “obligado”
de
pecho cuando no había otro remedio para despedir al toro y
desembarazarse de su atosigamiento.
Y
en la “suerte
suprema”
se exigía entrar en derechura y, para conseguir trofeo la estocada
debería estar arriba del todo y
no perder la muleta en el embroque.
Era
un toreo serio sin alharacas de ningún tipo donde los lances y
muletazos superfluos se recriminaban más que aplaudían.
Hoy
“las ciencias
adelantan que es una barbaridad” como
constaban los comentarios de D. Hilarión y D. Sebastián en la
Zarzuela “La Verbena de la Paloma” pero
no en el toreo y, por supuesto en raciocinio político.
Y
en la Plaza de Las Ventas los que asistimos, cada vez más de
tarde
en tarde, por aquello de que nuestra residencia, Tarifa, nos pilla
demasiado a trasmano y
con una comunicación ferroviaria de pena, pues se tarda a Madrid lo
mismo que desde Madrid a Nueva York en avión, notamos
como la afición madrileña, salvo raras excepciones, ha
sufrido una involución
que
va en aumento y,
donde como todo en esta sociedad, llevan la voz cantante unos cuantos
“lerdos en
materia taurina”
quienes vociferan,
desconocen los fundamentos de la lidia, reglamentación y reglas de
urbanidad y, por lo tanto están deteriorando de manera progresiva
la reputación que siempre tuvo esta plaza considerada
como la primera plaza del mundo. El
mexicano que ocupaba
la
localidad contigua a la mía en la última corrida a la que asistí
el 23 de mayo se echaba las manos a la cabeza con tanto desmán.
Todo
está en proceso involutivo (utilizando
un término anatómico):
presidentes, alguacilillos, delegados de autoridad, público
impuntual y hasta en la hora de comienzo del festejo que, de estar la
plaza acondicionada (acabaría
con ese viento consustancial con la plaza por su ubicación), serían
las 5 en punto de
la tarde
y el
festejo finalizaría
a una hora prudencial para poder aprovechar las fiestas isidriles en
materia para taurina los “isidros”
que asistimos a Madrid en estas fiestas patronales y donde hay mucho
que ver en esta maravillosa ciudad capital de la nación.
“De
Madrid al cielo” reza
el dicho que no es aplicable a términos taurinos
desgraciadamente.