LA SEXTA CORRIDA DE LA FERIA
TAURINA SAN MATEO DE VALLADOLID 1980.
Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ.
Veterinario y escritor.
La corrida estrella de este ciclo
taurino fue, salvo en el aspecto económico, (lleno hasta la bandera) un
verdadero fiasco. ¿Culpable? El veedor de la casa Chopera, que no supo elegir
para los pupilos de su cuadra de matadores, los toros adecuados para que
pudieran lucir el arte que indudablemente atesoran.
Los toros de doña Eusebia
Galache de Cobaleda conformaron una corrida seria, gorda y difícil que se les
indigestó a estos "figurones del escalafón" acostumbrados a torear babositas que
no les miden de manera sorda y que son dechado de nobleza en las embestidas.
Los galaches fueron toros bien presentados y con pitones, que pelearon en caballos más de lo habitual
y que al llegar a la muleta, se tornaron es ásperos e inciertos.
Con este material estos toreros,
calificados como figuras, que han sido molestados en algunos momentos por el
viento, no han podido con ellos acostumbrados como están a torear de continuo
toros pochos y tontorrones. Los toros con problemas les saca sus miserias que
no son otra cosa que su carencia de recursos para solventar las dificultades
presentadas. Si a todo esto se suma la falta de ganas, pues...eso: ¡Desencanto
general que acaba en almohadillazos desde los tendidos!
Dámaso González (azul eléctrico y
oro) en su primero, un bonito toro de 523 kilos, se mostró muy desconfiado en
todo momento. Muy lejos de esas faenas encimistas que le hemos visto cuando el
material es el adecuado.
A la hora de la verdad, pinchazo
hondo y descabello al segundo intento. La música de viento apareció en los
tendidos.
En su segundo, un toro astifino con 490
kilos, se asustó del todo, cuando hirió, en banderillas, a su hermano Julio
González que sufrió “Una herida inciso contusa en escroto que disecó ambos
testículos” y pendiente de confirmar posible fractura de costillas, el diestro
albaceteño cortó por lo sano y comenzó a aliñar a su enemigo para seguidamente
recetarle una estocada que acabó con el astado. El silencio fue la nota
dominante.
José María Manzanares (azul y oro) en su
primero un toro de 529 kilos, estuvo sin quietud y con excesivo miedo. Falto de
sitio daba penita ver al alicantino a merced de su enemigo. Mató de un bajonazo
y la bronca fue de época.
En su segundo con un peso de 552 kilos
la faena transcurrió en medio de almohadillazos por parte del público que se
indignó con el comportamiento del alicantino, al que siguió acosando durante la
faena del Capea al último toro de la corrida, lanzándole almohadillas al
callejó desde las localidades próximas a él. Fue una faena de toreo por la
cara. Mató al toro de un pinchazo sin soltar y media al encuentro. Grandísima
bronca.
Pedro Gutiérrez Moya “Niño de la
Capea” (turquesa y oro) en su primero un toro con 470 kilos, que era el de
menos peso de la corrida, no logró acoplarse con el toro, ¡un toro! que le
correspondió en turno.
Lo mató de media estocada y
escuchó pitos.
En su segundo, último de la
tarde con 576 kilos, “El Capea” salió a jugársela a pesar de que el enemigo se
paraba, medía y probaba en cada embestida. La decisión inicial duró poco y
acabó aliñándole al ver el peligro que representaba. Lo mató de media estocada
en lo alto y fue premiado con una bronca porque el público consideró que había
estado muy por debajo de su oponente.
A la salida de la plaza el sentir
general del público es que estos figurones del toreo son unos pegapases a los
toritos de carril, pero que demuestran no ser matadores de toros, cuando se
enfrentan a verdaderos toros con poder y dificultades.