LA PLAZA DE TOROS DE ACHO.
Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.
España cuando salió para el Nuevo Mundo se llevó sus coliseos como palestra de su pasión lidiadora.
Cuando los conquistadores llegaron allí; a unos como Pizarro le dio por clavar en su noche triste una cruz en el Cerro de San Cristóbal de Lima que se eleva al lado del “río hablador”, el Rimac, mientras que a otros, cuando ya el territorio pertenecía la Reino de España y se estableció allí el Virreinato, como al titular del mismo D. Miguel de Amat y Junient, mujeriego por demás y aficionado a la Fiesta Brava, se permitió autorizar en el año de 1.765, levantar una plaza de toros, a iniciativa de D. Agustín Hipólito de Landaburu y Rivera adinerado ganadero y Alcalde de la ciudad de Lima. Plaza que con el paso del tiempo se convirtió en la tercera del mundo en antigüedad por detrás de la de Béjar y Zaragoza y por delante de la Maestranza de Sevilla por aquello de que aunque esta se empezó antes (1.749) se acabó después.
Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.
España cuando salió para el Nuevo Mundo se llevó sus coliseos como palestra de su pasión lidiadora.
Cuando los conquistadores llegaron allí; a unos como Pizarro le dio por clavar en su noche triste una cruz en el Cerro de San Cristóbal de Lima que se eleva al lado del “río hablador”, el Rimac, mientras que a otros, cuando ya el territorio pertenecía la Reino de España y se estableció allí el Virreinato, como al titular del mismo D. Miguel de Amat y Junient, mujeriego por demás y aficionado a la Fiesta Brava, se permitió autorizar en el año de 1.765, levantar una plaza de toros, a iniciativa de D. Agustín Hipólito de Landaburu y Rivera adinerado ganadero y Alcalde de la ciudad de Lima. Plaza que con el paso del tiempo se convirtió en la tercera del mundo en antigüedad por detrás de la de Béjar y Zaragoza y por delante de la Maestranza de Sevilla por aquello de que aunque esta se empezó antes (1.749) se acabó después.
La plaza costó 107,609 pesos y 6 reales y fue inaugurada el 30 de enero del año 1.766 con asistencia del Virrey, sin autorización del Rey de España Carlos III, y con la terna compuesta por Pisi, Maestro de España y Gallipavo que se enfrentaron a toros de la Hacienda Gómez de Cañete propiedad del ya mencionado D. Agustín Hipólito de Landaburu y Rivera, siendo el primer toro el llamado "Albañil".
Se la bautizó con el nombre de Acho que significa “monte alto y escarpado en las inmediaciones de la costa y desde el que se descubre bien el mar”.
Arquitectónicamente estaba compuesta por tribunas de madera sobre base de adobes (barro más cañas) , una de las cuales poseía los llamados “cuartos” que eran unas ventanas desde las que veían en la intimidad la corrida las personas relevantes lejos de las miradas del público. Tribunas que circundaban un ruedo de 90 metros de diámetro (el mayor del mundo) sin callejón y con burladeros (parapetos de madera pegados a los muros de trecho en trecho) quien en su centro poseía un laberinto llamado “el templador” que estaba formado por postes de la altura de un hombre que servía como refugio del torero en caso de apuro.
Lo más original de su construcción son los grandes arbotantes de adobe que sostienen las graderías y que forman las galerías bajas de entrada, por medio de un anillo de arcos peraltados de índole mudéjar que le dan una bellísima impresión.
Su capacidad era de 7.000 personas y en el primer contrato se le dio permiso al empresario para dar 8 corridas de toros anuales que luego se fueron ampliando hasta desaparecer el límite con el tiempo.
Una bella plaza que estaba enclavada en el barrio denominado “Bajo el Puente”, cerca de la “Quinta de Presa” donde vivieron su romance el Virrey Amat y la bella cholita, Micaela Villegas alias “La Perricholi” quien paseaba sus encantos por la Alameda de los Descalzos en una hermosa carroza y de la que cuentan que al ver a un humilde sacerdote ir a pie con el Sagrado Viático, bajó del carruaje tirado por cuatro caballos, hizo subir al sacerdote y monaguillo y les acompañó ella detrás a pie hasta la Iglesia de San Lázaro a la que después hizo donación del carruaje al no querer profanar el coche que acababa de ser purificado por la presencia de Dios. Carroza que desde ese momento fue conocida como del “Sagrario” y que inspiró a Próspero Merimée para escribir su obra “La carrosse du Saint-Sacrament” y a Juan Ignacio Luca de Tena argumento pintoresco para representar a “La Perricholi”.
Plaza que en aquellos tiempos se llenaba los domingos de tal manera que la gente no iba a misa (al coincidir los dos horarios) y que motivó la queja por parte de la autoridad eclesiástica al virrey quien no tuvo más remedio que expedir una real cédula (6 de octubre de 1.768) con la prohibición de las corridas en domingo y que desembocó en la semana de cinco días laborales para los limeños.
Tiempos en los que destacaron los diestros “El Jerezano” y Esteban Corujo.
Este recinto ha sufrido a lo largo de su existencia numerosas reformas y ampliaciones desde la primera en 1.883 en que se cambio la fisonomía arquitectónica para darle el aspecto circular, hasta la última en el año 1.946 con tribunas de cemento y en la que se elevó la capacidad hasta los 13.300 asientos al tiempo que se reducía el ruedo a los 60 metros. Actualmente las graderías tienen 15 accesos o tendidos, distribuidos de la forma siguiente: del 2 al 7 es la sombra, del 1 al 8 es el sol y sombra donde se encuentran el palco del Juez de Plaza y el de El Presidente de la República, y finalmente del 9 al 15 es el tendido de sol. Posee 2 puertas de ingreso al ruedo, la de chiqueros (toril) y la de cuadrillas o Puerta Grande.
Por esta bella y cómoda plaza han pasado todos los ases de tauromaquia tales como “Joselito”, “Manolete”, Domingo Ortega etc.
En 1.803 por Real Cédula fechada en Aranjuez, el Rey Fernando VII vinculó la plaza de Acho al Hospicio que en el año 1.567 fundó D. Diego Ladrón de Guevara para menesterosos de ambos sexos por cesión de sus derechos por parte de D. Agustín Leocadio de Landaburu hijo del fundador de la plaza. También el virrey Amat le otorgó el beneficio que preveía desde 1.765 que una vez terminado el contrato de la plaza de toros de Acho pasase el íntegro del beneficio obtenido en la misma al Real Hospicio, si bien el taurófilo Garland atribuye el traspaso al Virrey Perezuela con la intervención del Arzobispo de la ciudad. En el año 1.817 se dictó un nuevo reglamento de corridas en el que se trataba, entre otras cosas de la “represión de los rateros” que debían “hacer el agosto” en días de corrida, si bien a título de “la dignidad exterior del representante del Monarca” no se suprimió la “llave de oro” que al grito de “¡Viva el Rey!” le era entregada al Virrey después de simular abrir el toril en la primera corrida de cada año y cuyo valor venía a ser de 535 pesos.
Por sus palcos han desfilado todos los virreyes, el General San Martín cuyos fondos de la corrida que presidió fueron dedicados a la construcción de un navío que llevó su nombre. El presidente Bolívar y demás personalidades de la sociedad peruana.
En el año 1.848 y tras una travesía de cinco meses en barco desde Cádiz al puerto de Callao, arribó la primera cuadrilla española contratada por el empresario José María Urresti, que representaron el estímulo y ejemplo de los toreros españoles, pues los diestros limeños desconocían las enseñanzas de un Montes, o un Pepe-Hillo que habían logrado fijar verdaderas normas del toreo. Estaba compuesta esta cuadrilla por: Carlos Rodríguez, malagueño que como banderillero había actuado a las ordenes de Montes, su hermano José que se hizo famoso por una ruidosa aventura pasional y otros toreros gaditanos de menor renombre.
Y seguro que en esta plaza le hubiera gustado clavar unos rejones a D. Francisco Pizarro que ya lo había hecho en la Plaza Mayor de la ciudad.
Se la bautizó con el nombre de Acho que significa “monte alto y escarpado en las inmediaciones de la costa y desde el que se descubre bien el mar”.
Arquitectónicamente estaba compuesta por tribunas de madera sobre base de adobes (barro más cañas) , una de las cuales poseía los llamados “cuartos” que eran unas ventanas desde las que veían en la intimidad la corrida las personas relevantes lejos de las miradas del público. Tribunas que circundaban un ruedo de 90 metros de diámetro (el mayor del mundo) sin callejón y con burladeros (parapetos de madera pegados a los muros de trecho en trecho) quien en su centro poseía un laberinto llamado “el templador” que estaba formado por postes de la altura de un hombre que servía como refugio del torero en caso de apuro.
Lo más original de su construcción son los grandes arbotantes de adobe que sostienen las graderías y que forman las galerías bajas de entrada, por medio de un anillo de arcos peraltados de índole mudéjar que le dan una bellísima impresión.
Su capacidad era de 7.000 personas y en el primer contrato se le dio permiso al empresario para dar 8 corridas de toros anuales que luego se fueron ampliando hasta desaparecer el límite con el tiempo.
Una bella plaza que estaba enclavada en el barrio denominado “Bajo el Puente”, cerca de la “Quinta de Presa” donde vivieron su romance el Virrey Amat y la bella cholita, Micaela Villegas alias “La Perricholi” quien paseaba sus encantos por la Alameda de los Descalzos en una hermosa carroza y de la que cuentan que al ver a un humilde sacerdote ir a pie con el Sagrado Viático, bajó del carruaje tirado por cuatro caballos, hizo subir al sacerdote y monaguillo y les acompañó ella detrás a pie hasta la Iglesia de San Lázaro a la que después hizo donación del carruaje al no querer profanar el coche que acababa de ser purificado por la presencia de Dios. Carroza que desde ese momento fue conocida como del “Sagrario” y que inspiró a Próspero Merimée para escribir su obra “La carrosse du Saint-Sacrament” y a Juan Ignacio Luca de Tena argumento pintoresco para representar a “La Perricholi”.
Plaza que en aquellos tiempos se llenaba los domingos de tal manera que la gente no iba a misa (al coincidir los dos horarios) y que motivó la queja por parte de la autoridad eclesiástica al virrey quien no tuvo más remedio que expedir una real cédula (6 de octubre de 1.768) con la prohibición de las corridas en domingo y que desembocó en la semana de cinco días laborales para los limeños.
Tiempos en los que destacaron los diestros “El Jerezano” y Esteban Corujo.
Este recinto ha sufrido a lo largo de su existencia numerosas reformas y ampliaciones desde la primera en 1.883 en que se cambio la fisonomía arquitectónica para darle el aspecto circular, hasta la última en el año 1.946 con tribunas de cemento y en la que se elevó la capacidad hasta los 13.300 asientos al tiempo que se reducía el ruedo a los 60 metros. Actualmente las graderías tienen 15 accesos o tendidos, distribuidos de la forma siguiente: del 2 al 7 es la sombra, del 1 al 8 es el sol y sombra donde se encuentran el palco del Juez de Plaza y el de El Presidente de la República, y finalmente del 9 al 15 es el tendido de sol. Posee 2 puertas de ingreso al ruedo, la de chiqueros (toril) y la de cuadrillas o Puerta Grande.
Por esta bella y cómoda plaza han pasado todos los ases de tauromaquia tales como “Joselito”, “Manolete”, Domingo Ortega etc.
En 1.803 por Real Cédula fechada en Aranjuez, el Rey Fernando VII vinculó la plaza de Acho al Hospicio que en el año 1.567 fundó D. Diego Ladrón de Guevara para menesterosos de ambos sexos por cesión de sus derechos por parte de D. Agustín Leocadio de Landaburu hijo del fundador de la plaza. También el virrey Amat le otorgó el beneficio que preveía desde 1.765 que una vez terminado el contrato de la plaza de toros de Acho pasase el íntegro del beneficio obtenido en la misma al Real Hospicio, si bien el taurófilo Garland atribuye el traspaso al Virrey Perezuela con la intervención del Arzobispo de la ciudad. En el año 1.817 se dictó un nuevo reglamento de corridas en el que se trataba, entre otras cosas de la “represión de los rateros” que debían “hacer el agosto” en días de corrida, si bien a título de “la dignidad exterior del representante del Monarca” no se suprimió la “llave de oro” que al grito de “¡Viva el Rey!” le era entregada al Virrey después de simular abrir el toril en la primera corrida de cada año y cuyo valor venía a ser de 535 pesos.
Por sus palcos han desfilado todos los virreyes, el General San Martín cuyos fondos de la corrida que presidió fueron dedicados a la construcción de un navío que llevó su nombre. El presidente Bolívar y demás personalidades de la sociedad peruana.
En el año 1.848 y tras una travesía de cinco meses en barco desde Cádiz al puerto de Callao, arribó la primera cuadrilla española contratada por el empresario José María Urresti, que representaron el estímulo y ejemplo de los toreros españoles, pues los diestros limeños desconocían las enseñanzas de un Montes, o un Pepe-Hillo que habían logrado fijar verdaderas normas del toreo. Estaba compuesta esta cuadrilla por: Carlos Rodríguez, malagueño que como banderillero había actuado a las ordenes de Montes, su hermano José que se hizo famoso por una ruidosa aventura pasional y otros toreros gaditanos de menor renombre.
Y seguro que en esta plaza le hubiera gustado clavar unos rejones a D. Francisco Pizarro que ya lo había hecho en la Plaza Mayor de la ciudad.
Finalmente quiero hacer constar que en los anexos de la plaza hay un Museo Taurino donde se exhiben trajes en días de triunfo de matadores españoles famosos (uno de Domingo Ortega), esculturas y cuadros taurinos de pintores taurinos famosos. Hay un Goya titulado “La Cornada”, otro de Fortuna titulado “El quite”. Objetos: como una silla que perteneció a Carlos V y un mueble de Isabel Rodríguez de Guzmán o un fundón de estoques en cuero repujado que perteneció a Belmonte y que regaló el hijo de este al museo.
Marco taurino adecuado para llevar a efecto en el mes de octubre su “Feria del Señor de los Milagros” que premia con el “Escapulario de Oro” al diestro triunfador y que en numerosas ocasiones se ha venido para España, desde aquél primero alcanzado por Luis Procura en el año 1.947.
Marco taurino adecuado para llevar a efecto en el mes de octubre su “Feria del Señor de los Milagros” que premia con el “Escapulario de Oro” al diestro triunfador y que en numerosas ocasiones se ha venido para España, desde aquél primero alcanzado por Luis Procura en el año 1.947.