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domingo, 14 de diciembre de 2025

EVOLUCIÓN DE LOS ENCASTES DEL TORO DE LIDIA.

Fue aquel lejano día del 8 de mayo del año 1997 cuando asistí a una interesante conferencia pronunciada por Don Rafael Cabrera Bonet médico especialista  en Medicina Legal y Forense y Presidente de la Asociación Juvenil Taurina Española  desarrollada en el "Círculo Taurino D. Luis Mazantini" del Colegio Mayor Universitario de San Pablo y,. como es habitual en mí tomé mis apuntes correspondientes del tema tratado que no era otro que: EVOLUCIÓN DE LOS ENCASTES DEL TORO DE LIDIA que hoy he querido colgar en mi blog al considerarlo de importancia para los interesados en el tema.
RESUMEN DE LA CONFERENCIA PRONUNCIADA EN EL CIRCULO TAURINO DON LUIS MAZZANTINI DEL COLEGIO MAYOR UNIVERSITARIO SAN PABLO EL DÍA 8 DE MAYO DE 1997 por D Rafael Cabrera Bonet Médico Forense .
Titulo:
EVOLUCIÓN DE LOS ENCASTES DEL TORO DE LIDIA.
Más que relatar las listas de los ganaderos que fueron, hacer unas apreciaciones sobre lo que fue el toro de lidia con diversidad de encastes a la uniformidad actual.
La Fiesta siempre ha caminado unida a los gustos del público que la presencia, quien le ha dado carácter y la ha modificado a su gusto con adaptación tanto de ganaderos como lidiadores a los cambios y arbitrariedades.
Ya en las antiguas fiesta caballerescas, aquellas que se celebraban en la Plaza Mayor de Madrid,la lidia transcurría según los criterios de los siglos XVI y XVII, si bien en cuestión de ganado no se hilara como se hizo después, ya que se iban marcando unas líneas maestras en cuanto a la especialización de las reses a ese toreo a caballo que requerían :agilidad, acometividad, movilidad y fuerza más que una bravura depurada tal como hoy la entendemos.
Sin embargo, ese mismo público no demasiado exigente en materia de ganado, sí “hilaba muy fino” en cuanto al gusto por determinadas suertes que proliferaron en los siglos citados y, así de la primitiva lanzada a caballo (suerte primigenia) se fue pasando al uso del rejón (más fino y aristocrático) que permitía el lucimiento del caballero y cabalgadura, en buenas suertes de toreo a la jineta.
Cuando surgían los desaires, al jinete se le exigía con fuerza el empeño a pie como acto de purgación del deshonor sufrido, y como suerte más arriesgada y difícil donde, el que se exponía era el hombre y no el équido.
En estos siglos el ganado que acude a la plaza de Madrid procede de tres grandes zonas ganaderas:el ganado del Jarama dotado de proverbial bravura debido a las regias manos que dirigían su crianza. El procedente de los montes de Toledo de la Sierra de Pusa.. Aunque la fuente más importante de ganado estaba en las comarcas castellano -leonesas de Salamanca y sobre todo Zamora, pues de momento no se hablaba del Raso de Portillo hasta los siglos XVIII y XIX que fueron los que aportaron la sangre brava a Madrid en abundancia y con lucimiento.
De ahí que, para las Fiestas de 1614 el Concejo madrileño figure lo siguiente: “ los toros a correr en las dos fiestas de toros de San Juan y Santa Ana ...para escoger los mejores y sean de Zamora”
Un poco más adelante con ocasión de a llegada del Príncipe de Gales a Madrid, se acordó celebrar dos fiestas taurinas. Una de toros solos para el Jueves primero de Pascua y, otra de toros con cañas, para celebrar quince días después, con toros de Zamora y Aranjuez es decir toros de S.M y de d D. Rodrigo de Cárdenas Lorenzo de Olivares, a quien se le debían pagar 104 reales que gastó en ir con Diego Correas a los Montes de Toledo y Aranjuez en busca de los toros que se han correr el jueves y en un correo que se despachó a Ocaña a llamar a Diego Peinado mayoral del ganado de S.M.
En estas corridas muchas de ellas Reales, por ser presenciadas por monarcas, príncipes, princesas y otros miembros de de las distintas Casas Reales Europeas, lo habitual era traer una porción de ganado (más de 30 toros de un mismo ganadero, aunque tampoco es raro conseguirlos de 2-3 piaras distintas, como tuvo lugar en las Fiestas de San Juan de 1663 en las que se compran 10 toros a S.M y otros tantos a Diego Fernández Maroto y a Serafín de Aguilera. En todo caso se busca más que la variedad, una uniformidad en su comportamiento.
Es evidente que también se valoran otras características como tamaño, crianza, pelo si bien siempre prima lo práctico frente a lo bonito y la uniformidad frente a la diversidad.
Podemos ver como un mismo ganadero se sucede años y años trayendo ganado de sus piaras a la Plaza Mayor cuando solo eran dos o tres las corridas a lidiar en los años que reinaba la Casa de Austria en España. Lo que prueba que los gustos del público iban en otro sentido y que, la seguridad en cuanto a comportamiento de las reses, se premiaba frente a a diversidad de tipos, capas o ganaderos como D.Fernando de Riole los cárdenos zamoranos o otros tantos, son ejemplos palpables.
Una prueba la tenemos en el siglo XVIII cuando en las fiestas burgalesas en honor de Santa Tecla, se dice en libro de fray Pablo Mendoza de los Ríos que los toros fueron de de diversas ganaderías “ a distinción de los toros de Salamanca que de ordinario miden el burgalés como expresión de ese cambio de gustos que va experimentando el aficionado de la época.
Sin embargo el mismo autor nos menciona que, para la fiesta se traerán también toros del Raso de Portillo que son los más propios para picar de rejoncillo .
Sin embargo no hemos de anticipar acontecimientos. A medida que transcurre el siglo XVII cada vez más el público va demandando un mayor número de ganaderías principalmente por seguridad en cuanto a las condiciones y aptitud para la lidia, pero por qué no también por gusto.
De aquellos ganaderos que acudían en solitario a la Plaza Mayor van quedando poco y ya es excepcional que el ganado se sirva de una vacada tan solo.
Dos o tres ganaderías se enfrentan, sino en franca competencia si, al menos en cuanto a la calidad de sus reses para el languideciente rejoneo o el vigoroso empuje de los de a pie.
Por que no vaya a creerse nadie que, este toreo a pie aparece de golpe con el cambio de dinastía en el siglo XVIII, pues en el último tercio del siglo anterior y con mucha frecuencia en los postreros años del reinado de Carlos II los lidiadores de a pié van constituyéndose en el eje del festejo y los picadores de vara larga o de detener suceden a los caballeros de rejones. Incuso en estos finiseculares años de la Casa de Austria es dado ver en la Plaza Mayor de Madrid y ante la misma persona del Monarca imperante, corridas en las que tan solo actúan toreros de a pié , solos o acompañados de varilargueros.
Para este nuevo toreo, para esta nueva fiesta se requieren otras reses y estas mismas van a modificar durante casi dos siglos los gustos del público.
Para el toreo a pié se requieren toros que embistan con mayor claridad, que a la par que manteniendo la movilidad requerida desde antaño presenten buenas condiciones de nobleza y bravura.
Sin embargo esta evolución del toreo sufre u retraso importante por las aversión de Felipe V, a al menos en su primeros años españoles hacia la fiesta de los toros.
Numerosas prohibiciones y silencios expresivos marcan gran parte de las innumerables solicitudes de festejos en las tres primeras décadas de su reinado.
La Fiesta apenas puede verse en la capital durante esta época en tres o cuatro estaciones. Los amantes de este género de emociones han de trasladarse a los pueblos de la periferia donde pueden ver capeas o novilladas de ínfimo orden o las capitales cercanas a Madrid donde con otro carácter menos trascendente y con menos boato, se suceden festejos de alguna mayor categoría.
No obstante esta evolución es imparable
Ya sea por los copiosos gastos que a la nobleza y alta burguesía le ocasionara la pompa y circunstancias de la Fiesta de tiempos de Felipe IV ya sea por la lógica inclinación del público hacia una fiesta mas popular, anárquica y espontánea, ya sea por lo que fuere , el toreo caballeresco , el toreo caballeresco desaparece desaparece prácticamente de escena , siendo sustituido por el de vara larga , al que ampara una nutrida e indisciplinada grey de lidiadores pedáneos.
Para esta fiesta se requieren otros toros y los ganaderos sabrán ofrecérselos.
El toro comienza a ser eje central del festejo y, medir su bravura, su acometividad, burlar su noble embestida su finalidad última.
Para esta evolución que, al principio surge con dos versiones fundamentales; toreo de vara larga y burla a pie , se requiere un toro bravo – en el sentido que hoy entendemos dotado de gran acometividad y comportamiento definido en la suerte de varas- pero ágil y revoltoso. Parece que los pesados toros castellanos no sirve adecuadamente para este fin y se van buscando otras procedencias y tipos alternativos..
A mediados de este siglo y para la Plaza de Madrid ya construida de cantería y ladrillo en las afueras de la Puerta de Alcalá tras varios intentos previos en madera en el mismo emplazamiento – y otro anterior en el llamado Soto de Luzón – para dicha plaza repetimos, se acopian reses de los tradicionales Montes de Toledo, de Aranjuez, del ganado de S.M , de Colmenar y comienzan a aparecer toros de de la Zona de Villarrubia de los Ojos del Guadiana (Ciudad Real).
Aunque la familia Gijón se liga como ganaderos de bravo a la fiesta madrileña desde el siglo XVII es desde el siglo ilustrado cuando alcanza su máximo esplendor. Así mostramos a Juan y a Pedro Gijón en 1679 proveyendo de 20 toros para las fiestas madrileñas de San Juan celebradas el lunes 25 de septiembre por los que recibieron 16.000 reales .Años más tarde en 1640 aparece Blas Gijón vendiendo al Concejo madrileño 10 reses por un importe de 500 reales de la época.
Ya en el siglo de las luces son ganaderos indispensables en Madrid y prácticamente lidian todo cuanto tienen en esta plaza buena prueba de la bondad y pujanza de su ganado. Esto sucederá después incluso del agotamiento de la familia y ya en manos de sus herederos , hasta mediados del siglo XIX cuando Manuela de Dehesa y Angulo y el Marqués de Gaviria pongan punto y final a toda una trayectoria ganadera.
Pero durante los años centrales del siglo XVIII los Gijón ocuparán gran parte de la atención y de los gustos y de los gustos del público madrileño.
Junto a ellos y, con procedencia similar aparecen en la misma comarca otros ganaderos como los Díaz Hidalgo o la familia Muñoz que con diversos avatares llegarán a mediados del siguiente siglo. En la segunda mitad y, a medida que se extingue el interés por la vacada Real, la que hasta Carlos III pastaba en Aranjuez se va forjando con importancia creciente, un nuevo núcleo ganadero el de Colmenar Viejo.
En este nuevo grupo hemos de destacar a los Rodríguez Segura, a los Lazo que serían el germen principal de la explosión ganadera que sin parangón de época ni de lugar geográfico alguno tuvo lugar el el siglo XIX en campos de Colmenar y aledaños.
Junto al ganado de estas tres procedencias, Toledo, Ciudad Rea y Colmenar en la década de los años 60 aparece en Madrid ganado otra muy dispar de las tierras de la Ribera de Navarra o mejor dicho de las Riberas del Ebro ya que desde Logroño hasta Egea de los Caballeros surgen varias decenas de nuevas vacadas cuyo precursor, a menos en tierras de Madrid es Antonio Lecumberri al que ya vemos anunciado en en los carteles madrileños de 1761.
A éste seguirán los de Güendulain, Severino Pérez y Muro, Zalduendo, Murillo, López de Artieda y otros tantos que dejan en primer lugar el pabellón del torito navarro.
En un mismo festejo ya, no es frecuente, sino todo lo contrario, encontrarnos a un único ganadero pues en ocasiones hay un verdadero festival de ganaderías, y en aquellas corridas , donde se lidiaban 18 toros en mañana y tarde , no es raro ver reses de hasta 5 o 6 ganaderías diferentes.
Siguen acudiendo los ganaderos castellanos, pero su procedencia es muy otra ya que desde Zamora el centro de atención se desplaza hacia Valladolid por un lado, y Salamanca por otro.
El toro que se busca ya no tiene unas características como las de antaño. Al primarse la bravura en la acometividad al caballo por un lado y la embestida ágil y elástica que permita la burla y el recorte del lidiador de a pie por otro, el toro navarro encuentra su propia justificación.
En las incipientes crónicas del siglo XVIII, en concreto las redactadas para el Diario de Madrid en 1794- único año en que se tiene una perspectiva completa – se destacan sobre tofo los torillos navarros. Son los que más número de varas toman por cabeza y, también por ende los que menor número de banderillas de fuego reciben convirtiéndose en el toro ideal para estas fiesta, al que retrata Goya en tantas ocasiones.
Sin embargo cuando esas crónicas se redactan, se está empezando a producir una nueva revolución producida por la aparición de un triunvirato de grandes toreros de a pié que desplazan la atención del público desde los varilargueros a ellos mismos.
Si a mediados del siglo XVIII los picadores, tales como los hermanos Merchante, Fernando del Toro; Juan de Santander o José Daza suponen motivo más que suficiente para acudir a presenciar la fiesta, y para ellos se define un tipo de res brava, en la década de los sesenta comienzan a brillar algunas figuras dentro de los lidiadores de a pié.
El primero de ellos José Cándido de Chiclana, al que acompañan en méritos Lorencillo ya en declive o Juan Romero.
Aún se requiere un toro de gran fortaleza física y bravo para el caballo. Las condiciones de agilidad y capacidad para revolverse van limitándose en favor de una embestida mas franca, más clara que permita un incipiente toreo de muleta consistente en uno o dos ( pocos más ) pases para preparar al toro a la muerte con el estoque.
Tras de ellos aparecen las tres primeras e indiscutibles figuras de la tauromaquia tal como las entendemos aún hoy en día: Romero, Costillares y Pepe Hillo, parafraseando a la zarzuela.
Hasta tal punto llega la competencia entre ellos, las ganas de emulación y superación que, se eclipsan otros estamentos de la fiesta y, que hasta el toro ha de adecuarse a sus adelantos técnicos con capote y muleta .
Lo exige el propio Pepe Hillo en su “Arte del Toreo” de 1796. Se expresa en el papel que explica por descripciones -los hombres que hay de toros con distinción de su clases , según se portasen en la plaza, u otra parte lidiandoles gente de a pie y de a caballo, que aunque sin año de edición parece anteceder a la obra de Delgado en casi 20 años
El toreo a pie al menos el de la muleta , pues el de capote ya tiene reconocido su lugar en este mundo, comienza a consolidarse.
Buena prueba de ello, aunque pudieran algunos rasgarse las vestiduras son las palabras que, en una carta sobre el mérito de los tres toreros antedichos , se publican en el Diario de Madrid de 1789.
Al hablar en ellas de las virtudes del torero se dice “...le gusta el arte y manejo de la muleta con que le provoca, le corta, le ataque , le sujeta y le hace estar a raya, humilládole su altiva cerviz a recibir la estocada ...”y más adelante se comenta: “Sepa Vd señor mío que el timón de esta nave es la muleta en que Romero es inimitable ya llevándola horizontal al compás del ímpetu del toro, ya llevándola rastrera como barriendo el piso donde ha de caer o que ha de besar mal su grado , aquella muleta que siempre huye y nunca se aleja de los ojos de la fiera que a veces le obedece como un caballo al freno .En esta muleta libra Romero su vida; con ella sale de muchos riesgos en que le meten su su valor y su confianza. Con ella le hemos visto este año zafarse dos veces de las astas del toro que le tenía apretado y cosido contra la barrera.
Dígame si es o no es una bella descripción del manejo modélico de la muleta como instrumento taurino. Pues bien explicado queda que ante este toro se necesita otro tipo de toro y a ello se pusieron ganaderos de todo el mundo con distinto éxito.
Desaparecen en estos años finales del siglo XVIII los ganaderos de los Montes de Toledo, sino al completo en su gran mayoría.
Escasean sus apariciones los toros castellanos. Surgen con fuerza inusitada las ganaderias colmenareñas de manos de nuevos criadores que saben coger el testigo de los fundadores ; nos referimos principalmente a los Aleas, Briceño, Hernán y Bañuelos pero también a otros.
Las ganaderías navarras alcanzan su máximo punto de interés y son parte importante de las corridas.
Pero ninguno de ellos es capaz de ofrecer ese tipo de toro deseado y las miras se tornan al Sur .
En 1790 y concretamente en el verano, aparecen por primera vez en este siglo las ganaderías andaluzas en la plaza de Madrid lo que marca un verdadero hito en la historia de la tauromaquia.
En la 6ª corrida de la temporada celebrada el el 5 de julio de 1790 se anuncian toros de D. Miguel Gijón, don Álvaro Muñoz, don Herrmenegildo Díaz Hidalgo y D. Benito de Ulloa el de Utrera.
El cartel del festejo es altamente esclarecedor.
No habiéndose omitido diligencia alguna para averiguar las mejores vacadas del Reino con el verdadero deseo de dar gusto al público se han traído toros de las más acreditadas de Andalucía y dispuesto se principien a lidiar a lidiar en la presente corrida , previniéndose de que a fin de que los concurrentes logren la mayor diversión y llevados del mismo espíritu , habrá por ahora diez toros de varas por las tarde en lugar de los ocho que hasta aquí…
La aparición del ganado andaluz supuso una una verdadera conmoción en los ambientes taurinos madrileño y si ya se habían presentado a competencia , en ocasiones reses de de ganaderías con orígenes diferentes , en este caso se multiplicaron tales situaciones .
En la 7ª corrida de a temporada se anuncian a competencia reses navarras de Martínez Argaiz ( procedentes de la Rioja) con las andaluzas de D. Antonio Maestre.
En la a tenor de las pasiones desatadas de nuevo se anuncian a competencia toros de Juan Becquer y Antonio Calleja.
En la 11ª corrida tras el anuncio de que se lidiarán toros de la vacada de Ulloa y Vistahermosa se afirma que ambas se acreditaron igualmente en la 6ª y la 9ª corridas anteriores.
En el cartel de la 4º corrida del año 1791 se termina de aclarar el proceso de imposición de ganaderías andaluzas en Madrid.: “ como no se omite trabajo ni dispendio en solicitud de dar al público gusto, siendo notable el que demostró tener con los toros de Andalucía el año pasado , se han se han acopiado para éste 119 (de los que han llegado ya 111 ) de las once vacadas más acreditadas de este Reino. El público decidirá las que más interesen para su aprobación y servirán de regla para hacer lo acopios venideros.
La guerra de la Independencia aunque no truncó definitivamente los destino de la malparada fiesta taurina ya vapuleada por la regia prohibición de 1805 sí vino a suponer un nuevo problema a la que hubieron de enfrentarse las ganaderías de bravo que, excepto en ocasiones muy celebradas pudieron lidiar durante estos años sus toros.
En Madrid levantada la prohibición de 1808 con motivo de las fiestas de coronación de José Bonaparte y las subsiguientes tras la batalla de Bailén de Coronación de Fernando VII claramente ausente se suceden algunos festejos en estros años , pero faltos de interés por la ausencia de toreros con suficientes méritos por una lado , y de esa variedad de ganado ansiado por otro.
Las ganaderías andaluzas desaparecen totalmente de de la Plaza de la Puerta de Alcalá pues era impensable que pudieran llegar hasta la Corte sorteando partidas de bandoleros y desertores de ambos ejércitos o tropas regulares hambrientas.
El ganado de estas corridas procede casi en su totalidad de ganaderías colmenareñas o manchegas con inclusión esporádicas de criadores castellanos leoneses.
Superado el bélico trance se preparan para el regreso del monarca Borbón varios festejos.
El primero con reses de Julián de Fuentes de Moralzarzal (precursor de Vicente Martínez), Ramón Zapater de Colmenar Viejo, Mauricio García de la Fuente también de Colmenar, y Manuel Moreno de Peñaranda.
El cartel de espadas compuestos por toros de mediana valía tales como Manuel Alonso El Castellano y Manuel Baden.
En la segunda corrida se anuncian junto a otros colmenareños toros de Manuel Jurado de Cazorla.
Poco a poco van apareciendo ganado de Castilla la Vieja, Navarra y Jaén pero no aparecen los deseados toros andaluces de las tierras de Utrera y aledaños.
Por fin tras años de ausencia se anuncian reses de José Rafael Cabrera para la 6ª corrida del 12 de junio del 1815.
El día 14 de este mismo mes el Corregidor de Madrid Conde de Moctezuma manda publicar un bando del que entresacamos estas líneas: “En la última corrida referida, se fomentaron en la plaza algunas apuestas y disputas acaloradas entre varios sujetos en pro y en contra del mérito de las respectivas vacadas a las que corrieron aquél día; resultando de ello una incomodidad para los pacíficos espectadores y al mismo tiempo cierta agitación extraordinaria en los mismos individuos que sostenían el partido de su antojo” lo que llevó a la prohibición de las apuestas en los toros y las disputas sobre tauromaquia sancionando a los contraventores con causas proporcionadas