LA INVOLUCIÓN DEL TOREO
LA INVOLUCIÓN DEL TOREO.
Por
LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.
Que
el toreo en sus dos facetas fundamentales, rejoneo y lidia a pie, está
sufriendo una involución, ¡no me
cabe la menor duda! Pero es que va con la involución de los tiempos actuales,
donde parece que todo vuelve a sus orígenes, como si la evolución lograda se
hubiera “pasado de rosca” tanto, que
hubiera llegado al límite y ya fuera incapaz de seguir avanzando más.
Naturalmente
si no hay progreso, vendrá un “parón”
que conlleva la “marcha atrás” o
“INVOLUCIÓN”.
En
cuanto a rejoneo se refiere, hubo una época importante donde sobresalieron
rejoneadores tan clásicos en su quehacer como
Landete o el duque de Pinohermoso quienes,
toreando por delante sin quebrantar en exceso a los toros, les clavaban los castigos
y adornos en el sitio adecuado, con cadencia a galope corto en sus jacas,.
Después
vinieron nuevos rejoneadores que trajeron evolución en forma de nuevas suertes
como podían ser las banderillas cortas colocadas de forma continuada o la
suerte de rosa donde había que inclinarse sobre la silla para llegar con la
mano al pelo del morrillo del toro.
Más
tarde vino la revolución con
rejoneadores que aceleraron la carrera de sus caballos al máximo, para realizar
delante de la misma cara del toro, piruetas, quiebros, corbetas y demás lances
mezcla de doma clásica y vaquera, para seguidamente castigar a los astados con
rejones de castigo y adornarse no, con banderillas a dos manos clavadas al
estribo, sino en banderillas ejecutadas al violín casi saliéndose de esas
evolucionadas sillas de montar portuguesas donde cabalgan prácticamente
encajados entre los borrenes enormemente ampliados que se adaptan en perfecta
ergonomía a las posaderas del jinete.
Pero
como ya estas evoluciones no encandilan al público asistente -cada vez más
lerdo en cuestión taurina-, no hay más remedio que seguir evolucionando hacia
números circenses entre los cuales están incluidos síndromes hidrofóbicos tales
como que el caballo muerda al toro en el morrillo, cuando éste le ataca, porque
los mordiscos del caballo al toro es más noticia que el toro hiera al caballo.
Y
esto ya no es una evolución, es una involución en el momento en que una monta sobria, elegante, reunida y pausada como la que
hacía perfectamente Buendía, no
levante pasiones y haga difícil el corte de orejas, más propicias a la petición
por parte de ese público desconocedor del arte del rejoneo, cuando el caballo
da mordiscos al toro, acto que no está exento de peligro para el caballo y
jinete.
En
el toreo a pie viene a ocurrir lo mismo, pues la evolución no ha ido del lado
de progresar hacia un arte taurómaco realizado con limpieza y pulcritud debido
a una depurada técnica de colocación y conocimiento de las reacciones del toro,
hasta el extremo de regresar al hotel con el traje tan inmaculado como cuando
salió del mismo camino de jugarse la vida en la plaza con empaque y elegancia.
Ahora no hay “Petronio del toreo”
Ahora
con la involución el torero triunfa y levanta pasiones cuando es cogido
repetidamente y acaba como un "ecce homo" según
frase del gobernador Poncio Pilatos cuando presentó a la multitud enfebrecida a
Jesús de Nazaret, flagelado, atado y coronado de espinas en estado físicamente
maltrecho.
Porque
el “gentío de los toros” no comulga
con el arte sino con el morbo, el marketing y la tragedia al igual que los que
asistían al circo romano a ver pelearse a los gladiadores con las fieras.
Y
si a esta involución, añadimos el ritual del torero en que éste ha realizado el
paseíllo “casi por libre”, aunque
siguiendo la querencia de los compañeros de terna para encaminarse a
Presidencia y no “perder el norte” como le ha ocurrido en alguna ocasión
presenciada por nosotros, mas morbo y más parafernalia que añadir a esta
incomparable fiesta de otros tiempos.
¿Concentración
al máximo ante este rito? que lleva a una mirada ausente y a un caminar
desmadejado hasta que despierta cuando toma el capote y echándolo detrás de su
cuerpo ejecuta las gaoneras como lance más expuesto de capote para seguir con
los naturales como pase rey de muleta
donde sin mover un músculo va aguantando impávido las idas y venidas de un toro
que con sus cuernos va deshilachando los bordados de oro de su taleguilla y
finalmente a la hora de la verdad se olvida en demasiadas ocasiones de dar
salida a su oponente con la mano izquierda cuando la derecha busca en derechura
los blandos.
Creo
que de una técnica depurada en la lidia de los toros se ha pasado a un
dramatismo que es lo que mueve a las masas a ir no a una plaza de toros sino a
un circo romano a ver sangre llevadas por el morbo de las cogidas, porque en lo
más recóndito de sus corazones, estas masas lo que quieren es que el ídolo se
caiga, para nuevamente elevar al pedestal a otro nuevo que ellas mismas
crearán, para luego cuando esté en lo más alto lanzarlo desde el campanario
para que se estrelle sobre el suelo.
¡Es
la involución! Sin duda alguna.