LOS
BOLETOS DE LOS TOROS.
Por
LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.
Las
entradas de los toros de siempre fueron artísticas. Representaban escenas de
los distintos lances de la lidia. Desde la salida del toro de chiqueros,
pasando por la irrupción en el ruedo, su comportamiento en distintos tercios ante los lidiadores a
pie o a caballo hasta su muerte y posterior arrastre.
Se
solía plasmar en las entradas del día,
un cuadro taurino de famosos pintores taurinos junto a un texto de un artículo del Reglamento
taurino que generalmente era el 60 por ser el que prohibía pasar a la localidad
o abandonarla durante la lidia de cada toro.
Actualmente
se ha cambiado lo artístico por lo funcional al convertir el arte de los toros
en negocio. El cuadro artístico ha dado paso al logotipo de autenticidad para evitar la falsificación
del boleto.
Las entradas
de los toros tienen su historia que no es otra que:
“Aunque
no muy aclarada, parece ser que en un principio, cuando las corridas de toros
se celebraban en las plazas mayores de las ciudades (acondicionadas para tal
fin), para presenciar el espectáculo, había de pagarse a la entrada con las
monedas de entonces (reales de vellón) que con el precio justo se iban
depositando en las bolsas que en - cada puerta de entrada – portaban los
cobradores.
Al
construirse las plazas de toros estables, ante la necesidad de reserva de
determinadas localidades - destinadas a ser ocupadas por las autoridades -, y
al establecerse diferencias de situación y comodidad, surgieron los diferentes
precios.
Mientras
las localidades sin numerar se iban pagando como siempre, las de abono (que en
aquel entonces eran las numeradas) que comprendían los llamados balcones,
cajones y tarimón, al acceder a ellas
desde fuera de la plaza, se hacía imprescindible la presentación a los
porteros, de unos boletines que, previamente, se habían comprado en los sitios
designados al efecto.
Así
era como se hacía en la plaza de Sevilla en el año 1838. Y así debía ser también
en Madrid, hasta que José Bonaparte hubo de cambiar la normativa con la finalidad de dar las máximas facilidades
al público (para que asistiera a las corridas) que había perdido la costumbre
de asistir debido a las prohibiciones a
que había sido objeto la fiesta de los toros
en los años 1804 y 1805. Se retorna a lo antiguo en cuanto a la manera
de entrar en la plaza, decir, pagando en el momento, con los reales de vellón
que depositarán en las bolsas.
En
el año 1836, Francisco Montes en su Tauromaquia, preconiza la numeración de las
localidades tratando de conseguir una ocupación racionalizada de la plaza y
evitar los inconvenientes de las aglomeraciones que, lógicamente, traerían
rencillas con repercusiones en la alteración de orden público.
Y
llegamos al año 1840 en el que desaparecen los cobradores de la plaza de toros
de Madrid, porque varios empresarios de
la capital establecieron los billetes que se vendían en las calles Carreteras y
Alcalá en unos despachos acondicionados
al efecto.
Al
principio eran muy sencillos: formato rectangular, con tamaño de 5 X 4 centímetros
e iban pegados a un cartón que en el dorso tenía unas contraseñas para evitar
falsificaciones. En el año 1850, fueron sustituidos por otros entalonados, cuya
parte talonada quedaba en la caja que portaban los porteros de la plaza, con fines de control.
Luego
ha ido progresando, como todo, la confección del billetaje de la mano de Regino
Velasco, impresor que murió en el callejón de la plaza de toros de Madrid al
ser corneado por un toro que saltó la barrera. Y no estamos muy lejos de que se
implante el billetaje con cinta magnética para control recaudatorio y evitar
falsificaciones.
Para
más detalles pueden entrar en mi libro: “Incursión por el mundo de los toros”
Editado por Quirón Ediciones en 1997.
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