Por LUIS ALONSO HERNANDEZ. Veterinario y escritor
La Federación Taurina de Valladolid, nodriza como tantas otras, de la Real Federación Taurina de España, anualmente publica una revista, sufragada económicamente por el Ayuntamiento, Diputación, Junta de Castilla y León, Hoteles emblemáticos de la ciudad y Casino de Boecillo (donde en una gala especial es presentada). En ella insertan artículos taurinos pedidos a los escritores y personajes que manejan la información taurina de la capital de la Comunidad autónoma.
Hace unos años un periodista recién salido de la Facultad, mientras esperaba un puesto de trabajo, se enroló en este organismo haciendo las veces de secretario y director de dicha revista.
Imbuido de la ética profesional que la universidad le había inculcado, trató de llevar una información veraz del mundo del toro, y de paso defenestrar a quienes hasta ese momento la habían realizado. Personas que nada tenían que ver con profesionales titulados en Ciencias de la Información.
Como era previsible, se “estrelló” materialmente cuando llamó “al pan, pan y al vino, vino” haciendo estremecer los cimientos sobre los que desde hacía años se venía sustentando la cuestión taurina.
Insertó unos artículos en la revista donde denunció el escaso trapío y pitones de los astados lidiados en el ciclo recién acabado de la feria de una plaza de segunda categoría, en su afán de que la Federación cumpliera con la misión encomendada de defender a sus asociados que no son otros que los aficionados agrupados en las diferentes peñas taurinas de la ciudad en cuestión. Ello motivo que todos los que de "alguna manera" tenían intereses creados en estos asuntos (empresarios, apoderados, toreros y "críticos taurinos de secano") se pusieran en su contra y le denostaran de manera contínua pero cobarde.
Con su “línea dura” de actuación informativa, cambió de manera sustancial los personajes invitados a las tertulias anuales celebradas hasta ese momento por la Federación y así vinieron intelectuales del mundo del toro y personajes polémicos por carecer de “pelos en la lengua” a la hora de juzgar con toda objetividad lo acontecido en el ciclo ferial o lo que estaba ocurriendo en el mundo del toro.
Ese día había puesto a “caer de un burro” a los “críticos taurinos de Valladolid” que "aguantaron impávidos" todo el evento casi hundidos en los cómodos sillones de la sala de congresos de la Feria de Muestras.
Nadie se atrevió a utilizar su tiempo de réplica, pero al día siguiente tanto la prensa escrita como los medios de comunicación hablada, procesaron en juicio sumarísimo al osado crítico que les había “metido un golazo por toda la escuadra" en su propio campo.
Pasado algún tiempo un buen día, coincidí con Navalón en un pueblo de Zamora limítrofe con la provincia de Salamanca donde un apoderado había requerido mis servicios veterinarios para curar a dos toros que habían sido comprados para ser lidiados sin muerte en una prueba a “puerta cerrada” a un novillero. Toros que trataban de curar de las heridas de los puyazos para que, tras el engorde pertinente, recuperar lo que la carne les proporcionara y "limar" de alguna manera lo oneroso que resulta la preparación de un torero.
Tras los trabajos realizados por novillero y veterinario en el “mueco” de la finca, siguió una comida en la panera (convertida en comedor improvisado y donde hubimos de refugiarnos de la lluvia que de manera persistente nos acompañó durante toda la jornada), en la que también estaba presente el diestro de Villalpando, Andrés Vázquez, que dirigía artísticamente al aspirante a matador de toros.
Dos magníficos contertulianos henchidos de anécdotas graciosas y ocurrentes muchas de las cuales nos hicieron dudar de su certidumbre.
Hablamos de toros en muchas facetas. Sintonizamos en bastantes cosas y diferimos en otras. Lo normal en este tema, donde algunos afirman que. “de toros, no saben ni las vacas”
Dos fenómenos de la comunicación, donde la “risilla contagiosa” (en forma de Ji,Ji) del torero, se hacía cómplice al “gracejo andaluz” del crítico natural de Huelva y a la sapiencia universitaria del “tuno” y más tarde abogado afincado en Salamanca.
Recordaron los tiempos difíciles de las capeas pueblerinas y a esas vacas hartas de criar becerros con las que se enfrentaban (conociéndose mutuamente) en más de una ocasión en distintas plazas de carros pueblerinas y refirieron cómo, cuando su ganadero las silbaba desde la puerta del corral que servía de chiquero, se olvidaban de “seguir cogiendo” a todo el que se ponía delante y, como perrillos amaestrados entraban mansamente para de inmediato ponerse a comer el heno que tenían en el suelo.
Hablaban de un tal “Chinarro” (a quien conocí cuando era pequeño en el pueblo salmantino donde mi padre ejercía su profesión veterinaria) que era quien proporcionaba las vacas a los alcaldes de los pueblos para que se organizaran las capeas. Y de cómo se establecía una especie de “pique” entre los mozos que con sus varitas de mimbre trataban de dejar ciegas a las vacas cuando embestían y como “Chinarro” trataba de salvar a sus animales y a su reputación llevando cada año vacas con más edad, más ubres y más mala leche consecuencia de haber participado en más capeas.
Navalón dotado de una pluma de castellano antiguo, que me recuerda a Delibes, y que no dejó, mientras ejerció su crítica taurina, “titere con cabeza”.
“Despellejó”, merced a la fuerza que da "el poder de la pluma", materialmente a Enrique Martín Arránz y sus pordedantes “Joselito” y José Tomás por cuestiones de no dejar televisar sus corridas.
“Tenía los puntos puestos” de manera sangrante, a el diestro segoviano, Andrés Hernando por ganar dinero en los festivales a costa de proporcionar “novillos de saldo” procedentes de la ganadería de su esposa.
Y llego a “meterse” incluso, hasta con Antonio Bienvenida que era su amigo. Al único que defendió a “capa y espada” fue a Antonio Chenel “Antoñete” ( “el maestro nicotina” versión Andrés Vázquez) al denunciar su explotación torera en su senectud por uno de profesión "desinformativa" (como él lo denomina) al que “no podía ver ni en pintura”.
Como ganadero se denunció a sí mismo como consentidor de afeitar sus toros.
¡Recibió de/y dio bofetadas a toreros!. Hay quién dice que llegó a chantajear a alguno con regalo de un coche "Mercedes" para suavizarle sus críticas
Admirador de D. Alipio Pérez Tabernero.
”Perseguidor incansable” de sus víctimas, pero que a veces sacaba su lado humano como cuando glosó, a su compañero de tuna el pandereta Armandito, en su invalidez y óbito.
El que "aclamó" a Paco Camino tras expresar la verdad del toreo en Aguadulce en los cursos de verano de una Universidad privada y a Conrado el eterno “maletilla” viajero de las carreteras próximas Ciudad Rodrigo.
Ataca sin piedad a todos sus compañeros de crítica taurina menos a Joaquín Vidal y revela, sin el menor miedo y pudor, secretos de transcendencia económica de la vida de "Manolete".
Denunció una y mil veces a toreros que nunca se han “puesto delante” de vacas toreadas.
Pero también a veces nos hacía reír a “mandíbula batiente” en sus “chascarrillos” escritos en “La Tribuna de Salamanca” donde se esperaba su artículo con verdadera avidez para enterarnos de la vida y milagros de el ganadero Daniel Ruiz cuando un toro suyo en Valladolid salto al callejón y le arrancó una oreja.
Un personaje polémico y controvertido, pero que no pasó, ni mucho menos, desapercibido, aunque fuera odiado por muchos, pues su lema era: "que hablen de mí, aunque sea mal".