Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ.- Veterinario y escritor.
Estos almacenes modélicos en su género, en casi todas las capitales de provincia donde están ubicados, anualmente colaboran a la difusión de nuestra Fiesta más nacional, entregando sus trofeos a matadores, picadores, banderilleros y ganaderos por la labor desarrollada en el coso de la ciudad.
Finalmente hay un ágape generoso donde las tapas de calidad suelen ser regadas con un buen vino de la tierra y bebidas de todo tipo a gusto del consumidor.
Y tras el abandono del Centro comercial por parte de los invitados, en itinerario controlado por los agentes de seguridad, la dirección de “El Corte Inglés”, autoridades, jurado y galardonados cenan en el Restaurante del centro en acto más privado.
Encuentro anual interesante, porque los aficionados se ven de cerca e incluso pueden entablar conversación con las, en condiciones normales, inaccesibles autoridades de la capital y hacerse fotografías con los galardonados para luego presumir de ser “amigos de toda la vida”.
La gente acude “de punta en blanco”, al constar en la invitación, y esto es digno de valorar en estos tiempos de informalidad en el vestir.
Naturalmente, estas entregas de trofeos sirven, además de promoción del Centro comercial, también para lucimiento de los regidores de los almacenes, de las autoridades, de los jurados y de los que declaman poesías taurinas que suelen ocupar un estrado muy por encima del suelo ocupado por los asistentes.
¡Qué alegría!. ¡Hemos conseguido un trofeo!
Así solían expresarse los galardonados cuando conseguían su primer trofeo como “profesionales” de algo relacionado con el mundo taurino.
¡Qué coñazo! .¡Tenemos que ir a 200 Km. a recoger otro trofeo!
Así se expresan los “practicantes” de cualquier oficio (que no, profesión) cuando, consecuencia de haber tenido la “suerte” de llegar a “figura”, les sobran estos detalles de reconocimiento a su labor desarrollada.
Mientras, la entidad concesionaria del trofeo las ha pasado “canutas”, en su afán de acomodarse a la fecha en que los “figurones galardonados” tienen a bien dignarse a recoger el premio concedido.
¡Qué difícil es que asistan todos los galardonados figuras! ¡Cuantas obligaciones tienen! ¡Ni que tuvieran que dar algo!
Ese día, luego, todo son parabienes. Lectura del acta de concesión del trofeo, por un alto empleado de la entidad, con posterior enumeración de los componentes del jurado. Glosas de la labor realizada merecedora del trofeo en boca de cuantos tienen alguna representatividad y “pasamanos del trofeo” de la azafata a la autoridad “entregadora” y de esta, al “artista”.
Y así en idéntica secuencia para cada uno de los galardonados.
El trofeo final, que es el más importante, al triunfador de la Feria Taurina, y que naturalmente es entregado por el Director del Centro comercial.
Luego, las palabras de los galardonados en sentido creciente a la representatividad. Palabras que por otro lado van en sentido decreciente de parquedad y sinceridad, hasta llegar a las del “divo” en que ensalza aún más su labor realizada a base de quitar méritos a las condiciones de su oponente (nunca colaborador) y de guardarse en su “faltriquera” las ventajas de que se valió para confundir a las masas asistentes al acontecimiento e incluso a muchos de los miembros del jurado calificador.
Como es natural hay aciertos y equivocaciones en la concesión, pues la justicia en este complicado mundo del toro es difícil. ¡Demasiado difícil por imperar tantos intereses de todo tipo!
¡No es oro todo lo que reluce!
Pues a veces resaltan más las “irisaciones argénticas” por haberse realizado con toda autenticidad al faltar ese “oficio extenso” que exalta lo superfluo y encandila al lerdo público asistente.
Trofeos conseguidos con verdad por esos hombres de plata llamados “subalternos” porque todo lo hicieron bien. Desde “enseñar a embestir a un toro” durante su labor de brega, hasta parear metiendo las manos entre los pitones. Estar pendientes de todo lo que la lidia conlleva, presto a “quitar” a su jefe de filas cuando fue cogido, “sacar” con habilidad y prontitud ese estoque colocado con ignominia que propiciara la estocada “merecedora” de triunfo.
Y menos mal que al final esa labor fue premiada porque alguien del jurado se fijó en ella y la puso “sobre el tapete” el día de las deliberaciones, ya que su torero de oro no le autorizó a “destocarse” en el momento preciso y puso en “tela de juicio” lo bien realizado.
Pero ese hombre, que también se jugó la vida, agradeció de veras el trofeo que le concedieron e incluso dos lágrimas resbalaron sobre sus mejillas mientras expresaba su agradecimiento con palabras bellas de verdad, por su sinceridad, llegando a eclipsar al “figurón” que ni siquiera se emocionó con los aplausos que acompañaron a la recepción del enorme trofeo concedido, pero que acaparó las “palmaditas en la espalda” de complacencia por parte de los “ensalzadores de turno” quienes, a pesar del “filtro” de la invitación, se las “apañan” para estar presentes en primera fila de espectador y de recepción de los camareros encargados de distribuir las viandas.