Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.
Ignacio Rafael García Escudero conocido en el mundo taurino por “Rafael Albaicín” fue un matador de toros que nació en Madrid el 5 de julio de 1919.
Tomó la alternativa en Madrid el 17 de octubre del año 1943. Ese día los gitanos celebraron su fiesta pues el doctorando era gitano, lo mismo que el padrino nada más y nada menos que Joaquín Rodríguez “Cagancho” y hasta el testigo Rafael Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”. ¡Podía pasar cualquier cosa!
Falleció en Madrid el 3 de septiembre del año 1981.
Fue la revelación de la temporada 1942. Del gitano se llegó a decir que:
“Poseía la egregia postura de Lagartijo, los ademanes elegantes de Fuentes, la exquisita belleza de algunos momentos de La Serna y la majestad de Cagancho”
En el ruedo siempre aparecía con la elegancia innata de la raza gitana como si hubiera sido arrancada de un cuadro.
Como todo torero gitano el valor lo tenía justito y había de paliarlo con el arte y plasticidad que imprimía a sus faenas. También, ¿cómo no? tuvo sus genialidades gitanas que hubo de perdonárselas en más de una ocasión.
Es uno de los toreros que con sus triunfos dorados dio brillo a los días grises del siglo que se nos fue, el más exigente de la historia de la Humanidad, como alguien llego a calificarlo.
Fue bengala que iluminó durante unos años las tertulias de café relacionadas con el mundo del toro.
En el caso de Rafael Albaicín, en vida, prefería no recordar el pasado taurino que le hizo famoso a pesar de que un crítico, concretamente “El licenciado Vidriera” publicara en la Gaceta del Norte que: “Rafael nació gitano y le “nacieron” torero”.
Estamos en los años cuarenta. Ignacio Rafael a pesar de ser gitano no había vivido nunca cerca del mundo del toro. Era un chaval con una planta impresionante en quien un día se fijo para plasmarlo en un cuadro taurino Ignacio Zuloaga que quería pintar un torero gitano que respondiera a las características que él tenía in mente como: “Alto, espigado, con rostro aceitunado y abundante callera azabache ensortijada” y dado que Ignacio Rafael las poseía, le contrató para posar.
No se si le pagaría mucho o poco, pero la cuestión es que lo enfundó en un viejo traje de luces, que en su día había diseñado el artista, y le tuvo tarde tras tarde haciendo de “torero imaginario” hasta que un día el modelo le dijo al pintor:
-Don Ignacio, yo lo que quiero es torear.
Y naturalmente D. Ignacio lo llevó a una influyente peña de amigos suyos y le presentó a la condesa de Quintanar, al doctor Oliver y a otros muchos que aceptaron al ahijado de Zuloaga como cosa suya y como caballeros de una tabla redonda se comprometieron a convertir al gitano en un torero de cartel.
Cuando estaba en la cumbre de la torería, llegó a cobrar setenta mil pesetas por corrida. Pesetas de las de los años 1942, cuando un cortijo mediano se podía comprar por 50.000 pesetas. Eran los tiempos en que su primer coche, un DKW descapotable, le costó 8.000 pesetas. Era esa época en la que uno era millonario cuando llegaba a juntar el millón de pesetas.
Rafael estuvo tres años de novillero y seis de matador de toros. Y en este tiempo sufrió cinco cornadas.
No le gustaba hablar de tiempos pasados pero cuando se le tiraba de la lengua en la tienda de alimentación que poseía en Guadarrama, narraba los buenos recuerdos de su etapa de matador de toros y refería la gran tarde de toros que dio en Pamplona o aquella otra que, aún mejor, dio en Sanlúcar de Barrameda.
Pero como buen calé también tuvo espantadas, reflejadas en aquella tarde aciaga de la Coruña donde formaba terna con los mismos que actuaron en su alternativa, “Cagancho” y “Gitanillo de Triana”. Como sería la magnitud del desastre taurino que como él mismo dice:
“Poseía la egregia postura de Lagartijo, los ademanes elegantes de Fuentes, la exquisita belleza de algunos momentos de La Serna y la majestad de Cagancho”
En el ruedo siempre aparecía con la elegancia innata de la raza gitana como si hubiera sido arrancada de un cuadro.
Como todo torero gitano el valor lo tenía justito y había de paliarlo con el arte y plasticidad que imprimía a sus faenas. También, ¿cómo no? tuvo sus genialidades gitanas que hubo de perdonárselas en más de una ocasión.
Es uno de los toreros que con sus triunfos dorados dio brillo a los días grises del siglo que se nos fue, el más exigente de la historia de la Humanidad, como alguien llego a calificarlo.
Fue bengala que iluminó durante unos años las tertulias de café relacionadas con el mundo del toro.
En el caso de Rafael Albaicín, en vida, prefería no recordar el pasado taurino que le hizo famoso a pesar de que un crítico, concretamente “El licenciado Vidriera” publicara en la Gaceta del Norte que: “Rafael nació gitano y le “nacieron” torero”.
Estamos en los años cuarenta. Ignacio Rafael a pesar de ser gitano no había vivido nunca cerca del mundo del toro. Era un chaval con una planta impresionante en quien un día se fijo para plasmarlo en un cuadro taurino Ignacio Zuloaga que quería pintar un torero gitano que respondiera a las características que él tenía in mente como: “Alto, espigado, con rostro aceitunado y abundante callera azabache ensortijada” y dado que Ignacio Rafael las poseía, le contrató para posar.
No se si le pagaría mucho o poco, pero la cuestión es que lo enfundó en un viejo traje de luces, que en su día había diseñado el artista, y le tuvo tarde tras tarde haciendo de “torero imaginario” hasta que un día el modelo le dijo al pintor:
-Don Ignacio, yo lo que quiero es torear.
Y naturalmente D. Ignacio lo llevó a una influyente peña de amigos suyos y le presentó a la condesa de Quintanar, al doctor Oliver y a otros muchos que aceptaron al ahijado de Zuloaga como cosa suya y como caballeros de una tabla redonda se comprometieron a convertir al gitano en un torero de cartel.
Cuando estaba en la cumbre de la torería, llegó a cobrar setenta mil pesetas por corrida. Pesetas de las de los años 1942, cuando un cortijo mediano se podía comprar por 50.000 pesetas. Eran los tiempos en que su primer coche, un DKW descapotable, le costó 8.000 pesetas. Era esa época en la que uno era millonario cuando llegaba a juntar el millón de pesetas.
Rafael estuvo tres años de novillero y seis de matador de toros. Y en este tiempo sufrió cinco cornadas.
No le gustaba hablar de tiempos pasados pero cuando se le tiraba de la lengua en la tienda de alimentación que poseía en Guadarrama, narraba los buenos recuerdos de su etapa de matador de toros y refería la gran tarde de toros que dio en Pamplona o aquella otra que, aún mejor, dio en Sanlúcar de Barrameda.
Pero como buen calé también tuvo espantadas, reflejadas en aquella tarde aciaga de la Coruña donde formaba terna con los mismos que actuaron en su alternativa, “Cagancho” y “Gitanillo de Triana”. Como sería la magnitud del desastre taurino que como él mismo dice:
“A pesar de que pagamos bien al la prensa" “Ojo al dato” al día siguiente los periódicos despertaron la siguiente noticia: “Tres gitanos engañan a doce mil gallegos” lo cual no era empresa fácil ni mucho menos.
Una hermosa experiencia de que la opinión y la información no pueden ser compradas fácilmente.
Otra tarde de desastre se la proporcionó a los navarricos de Tudela, donde el público que sabía que tocaba el piano y que hablaba cuatro idiomas, le decía a grito vivo:
-“Que le den un piano”.
Como llevaba el pelo largo también se metían con él en este aspecto diciéndole:
-“Que le corten el pelo a ver si mejora.
Siempre le gustó olvidar el pasado taurino pues el mismo narra que:
-Su vida cambió cuando se clavó un estoque en el tendón de Aquiles y se quedó inútil para la profesión, por lo que se fue al cine donde los directores le buscaban para películas no solo de tema taurino.
Una hermosa experiencia de que la opinión y la información no pueden ser compradas fácilmente.
Otra tarde de desastre se la proporcionó a los navarricos de Tudela, donde el público que sabía que tocaba el piano y que hablaba cuatro idiomas, le decía a grito vivo:
-“Que le den un piano”.
Como llevaba el pelo largo también se metían con él en este aspecto diciéndole:
-“Que le corten el pelo a ver si mejora.
Siempre le gustó olvidar el pasado taurino pues el mismo narra que:
-Su vida cambió cuando se clavó un estoque en el tendón de Aquiles y se quedó inútil para la profesión, por lo que se fue al cine donde los directores le buscaban para películas no solo de tema taurino.
Cuando era torero famoso, habló con Kennedy, almorzó en varias ocasiones con Ali Khan y con la Begún. Tuvo romances amorosos con famosas artistas mundiales, por su condición de torero gitano. Toreó con Manolete.
Y como actor de cine conoció al entonces príncipe D. Juan Carlos, a Silvana Pampanini etc.
Y como actor de cine conoció al entonces príncipe D. Juan Carlos, a Silvana Pampanini etc.
Pero a él lo que le gustaba era bajar a la tienda para vender latas de conserva o jamón de York.
"El Gitano" como le llamaban en Guadarrama era una persona querida, por su bondad y amabilidad y en este pueblo serrano vivió, hasta que murió su compañera, con Agustina la gitana más guapa del siglo de la que Rafael decía:
-Siempre habíamos estado juntos. Primero, yo vivía con ella; luego ella vivió conmigo.
"El Gitano" como le llamaban en Guadarrama era una persona querida, por su bondad y amabilidad y en este pueblo serrano vivió, hasta que murió su compañera, con Agustina la gitana más guapa del siglo de la que Rafael decía:
-Siempre habíamos estado juntos. Primero, yo vivía con ella; luego ella vivió conmigo.
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