Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.
No fueron precisamente buenos momentos aquellos por los que pasaron las corridas de toros en España, debido entre otras razones al empecinamiento de un Papa Pio V (Antonio Ghislieri) en prohibirlas, aduciendo “ser más propias de demonios que de hombres” quien además contó con el apoyo del general de los jesuitas San Francisco de Borja y del Obispo de Salamanca quien procedió contra aquellos catedráticos que enseñaban en sus clases el no pecado por la asistencia a las corridas de toros, a la cabeza de los cuales se encontraba fray Luis de León.
Como era de esperar, en una nación como España amantes de las mismas, surgieron de inmediato protestas contra esta decisión papal. Unas en forma de libro, como es el caso del titulado ”De difficilis quaestionibus” escrito por el franciscano fray Antonio de Córdoba en el que no consideraba que fuera pecaminosa la asistencia a las corridas de toros, causa por la que no fue publicado, y otras en forma de protesta formal por parte del propio Monarca Felipe II quien recurrió al propio Papa para que mitigara la Bula. No lo consiguió hasta el pontificado siguiente de Gregorio XIII y ya, de una manera definitiva, cuando accedió al papado Clemente VIII.
El siglo XVI comienza con el papa Pio III (Francesco Todeschini Piccolomini), arzobispo de Siena y cardenal diácono de San Eustaquio. Sucesor de Alejandro VI. Fue elegido, tras formar terno como mediador, entre los candidatos: Cardenal Georges d’Amboise y Cardenal Giuliano Della Rovere).
No podemos sacar conclusiones respecto a sus pensamientos sobre la Fiesta de los toros puesto que solamente reinó veintiséis días al morir, según versión oficial, a causa de la ulceración de la pierna en la que padecía una gota y según la otra versión al ser envenenado por Pandolfo Petrucci gobernador de Siena.
En la época de su sucesor Julio II (Giuliano Della Rovere) quien estuvo como Pontífice desde el 1503 al 1515, si hubo corridas de toros.
León X de Florencia, pontífice del 1513 al 1521, asistió a varias corridas de toros como la celebrada en la Plaza de San Pedro el lunes de carnaval del año 1519 donde se instaló en el centro una de madera y en la que perdieron la vida dos toreros que llevaban trajes de 4000 ducados regalados por el Papa.
Los siguientes Papas: el holandés Adrián VI pontífice 1522 a 1523, el florentino Clemente VII pontífice 1523 a 1534, el romano Pablo III pontífice 1534 a 1549, no intervinieron en la fiesta de los toros
El Papa Julio III de Monte Sausovino, pontífice desde 1550 a 1555, asistió con asiduidad a las corridas de toros.
Los que le siguieron: Marcelo II que solo estuvo como pontífice 20 días, Pablo IV que estuvo desde 155 a 1559 y Pio IV que estuvo de pontífice desde 1560 a 1565 tampoco se opusieron a las corridas de toros.
El Monarca Felipe II asistió a las corridas del 12 de febrero del año 1584 con motivo del Juramento de su heredero Felipe III en la Iglesia de San Jerónimo en cuyo Prado los caballeros lidiaron toros a rejón.
Diez años antes en 1575 nació en Rincón de Soto, Juan Díez Iñiguez de Baldosera “Candil” que fue unos de los primeros estoqueadores de toros, conocido. Desde 1595 tomó parte en las Fiestas de San Fermín de Pamplona y en las del año 1607 actuó subido en zancos cobrando 50 reales.
Es curioso que los datos que tenemos de cómo se desarrollaba una corrida en el siglo XVI han de ser sacados de los estudios realizados por un hispanista sueco, el doctor Gunnar Tilander. Nacido un 22 de julio de 1894 en la provincia de Vestrogodia país originario de los visigodos.
Gunnar cambió sus inicios universitarios mercantiles por las lenguas románicas, trabajando en las Universidades de París, Madrid y Lisboa.
En 1923 se doctoró en Filosofía en la universidad de Gotemburgo para tras pasar por varios puestos docentes, jubilarse como catedrático de lenguas románicas en la Universidad de Estocolmo.
Reconocido doctor “Honoris Causa” por la universidad de Zaragoza y Académico de la Real Academia de la Lengua de Madrid, de la de Buenas letras de Barcelona, de la Historia de Madrid y Consejero de Honor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid y del Consejo de Estudios de Derecho Aragonés de Zaragoza.
Apoyado en los estudios históricos de D. Ramón Menéndez Pidal siguió investigando en La Biblioteca Universitaria de Padua, que es una de las once Bibliotecas estatales que conservan el título universitario por haberse dedicado con carácter preferente a la conservación de documentos históricos, literarios y científicos.
Universidad que fue fundada a raíz del desplazamiento masivo de profesores y alumnos provenientes de Bolonia. Marcada por la presencia de Galileo Galilei (1592-1610) que elevó los avances científicos y la de Elena Lucrezia Cornaro primera mujer del mundo que logró un título de Filosofía (25-06-1678).
Gunnar encontró allí un códice donde se trata de “Corridas de toros en España” y “Corridas de toros en Thesalia”.
En toda España y con motivo de celebraciones de santos venerados tenían lugar corridas de toros en los reinos de Castilla, de Aragón y de Granada. Estas corridas se celebraban en las plazas principales de la ciudad, donde las desembocaduras de las calles a la misma, se cerraban mediante carros, toneles, cadenas, talanqueras etc. La plaza se rodeaba de tablados escalonados para albergar a las señoras, hidalgos y honrados burgueses. El populacho que está en la plaza comienza a lanzar dardos al toro lo que le daba un aspecto de gigantesco erizo y que como consecuencia del dolor se lanzaba a carrera desenfrenada atropellando todo lo que encontraba a su paso y matando a unas docenas de personas. Los caballeros hacen su entrada en la plaza vestidos con ricos atuendos y capas, montando briosos cordeles lujosamente enjaezados y acompañados de pajes con su librea. El primer caballero al hacer su entrada saluda a los reyes y damas acompañantes para seguidamente irse hacia el toro tratando de herirle entre los dos cuernos, sobre la nuca, con lo que cae muerto a los pies del caballo.
Gonzalo Argote de Molina en su discurso sobre el libro de la montería (Sevilla, 1582) explica que el correr toros en la plaza es costumbre antiquísima. Dice: Es la más apacible fiesta que en España se usa; tanto que sin ella ninguna se tiene por regocijo y con mucha razón por la variedad de acontecimientos que en ella ay.
También solían soltar en las plazas perros alanos para que atacaran y rindieran al toro, como aparece en la crónica de Alfonso VII (siglo XII) sobre las fiestas que tuvieron lugar con motivo de las bodas del rey García de Navarra con doña Urraca hija natural de Alfonso VII o en la carta que Juan I de Cataluña dirige a un matador de toros, fechada en 15 de mayo de 1387.
En cierta ocasión con motivo de las bodas de Felipe el Hermoso con la infanta de Castilla, Juana la loca un toro luchó contra un oso según cuenta Gunnar Tilander.
En Borja un pueblo de la provincia de Zaragoza la corrida del mes de septiembre se celebra en la plaza del Campo del Toro que es una ancha plaza dotada de una fuente de cuatro caños en el centro. En la fiesta bárbara se cierran las desembocaduras de las calles con carros. A todo alrededor de la plaza se obstruyen los portales para impedir que el toro se refugie en ellos. Los espectadores presencian la corrida desde sus ventanas y balcones. Son novilladas sin picar en las que se contratan novilleros profesionales que lidian a su enemigo en medio de los numerosos aficionados que tienen la libertad de lanzarse al ruedo y que se libran de las acometidas del eral arrojándose al pilón de la fuente igual que se hacía en Soto Real a la que corresponde la fotografía adjunta.
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