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lunes, 28 de abril de 2008

LA PRESIDENCIA EN LAS CORRIDAS DE TOROS: ORIGEN, ACTUALIDAD Y FUTURO (III).

Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.

EL FUTURO DE LA PRESIDENCIA.

El Reglamento de Espectáculo Taurinos actual, aprobado por Real Decreto 176/1992 de 28 de febrero, hubo de ser modificado en algunos de sus preceptos al no haber conseguido los objetivos previstos. Preceptos que fueron aprobados en moción presentada al Senado con fecha 16 de noviembre de 1994 y que dio como consecuencia el Real Decreto 145/1996 de 2 de febrero, amparado en la Ley 10/1991 de 4 de abril.
Pero como con anterioridad se habían producido modificaciones sustanciales en cuanto a competencias por parte de las Administraciones Públicas en espectáculos taurinos, que habían sido reguladas por la Ley orgánica 9/1992 de 23 de diciembre referida a las competencias de Comunidades Autónomas que habían logrado la autonomía, en el reglamento se incluye una disposición que recoge la nueva realidad.
Este reglamento será aplicado en todo el territorio español y estará sujeto a colaboración entre el Estado y las Comunidades Autónomas.
Este Real Decreto 145/1996 fue dado en Madrid a 2 de febrero de 1996 y firmado por el entonces Ministro de Justicia e Interior, D. Juan Carlos Belloch Julbe y sancionado por nuestro Rey, Juan Carlos I.
El CAPITULO III trata el tema de la Presidencia de los espectáculos, y es interesante el apartado 2) del Artículo 38 que dice:
"Cuando las circunstancias lo aconsejen, las autoridades competentes podrán nombrar como Presidente a personas de reconocida competencia e idóneas para la función a desempeñar habilitadas previamente al efecto".
Como vemos hay un cambio sustancial en la Presidencia, que naturalmente se llevó a cabo de inmediato en algunas presidencias que estuvieron ocupadas por personas más o menos prestigiosas en ambientes taurinos.
Una de las primeras fue en la plaza de toros de Colmenar Viejo a iniciativa del empresario de la plaza, D. Félix González y del Ayuntamiento. El presidente será D. Mariano Aguirre, que a su vez es Presidente de la Real Federación Taurina de España, auxiliado por D. Pedro de la Morena como representante de la Peña "Tierra de Toros", y D. Máximo Pérez de "El Rescoldo". No vi muchas dificultades para el ensayo en el "torista" pueblo de Colmenar, pero luego...el protagonismo de algunos y las dificultades que la presidencia entraña, acabaron en desastre. Y es que, el refrán "zapatero a tus zapatos" es muy razonable a veces.
Claro que lo mismo había ocurrido ochenta años antes cuando "Hache" aquel crítico taurino de los años 1917, que era un excelente aficionado y alborotador mientras veía los toros desde la meseta de toriles de la Monumental de las Ventas, luego, cuando subió a asesorar "allá arriba", donde la responsabilidad pesa, no dio "una a derechas".
Y recientemente en la feria pasada de Sevilla en la corrida celebrada el 6 de mayo presidió una persona que hasta entonces había formado parte de uno de los Equipos Veterinarios de la Maestranza. Aprobó simplemente, pero es que antes había estado durante muchos años a la derecha de los presidentes. Y eso...se nota.
Si bien ya en algunos lugares, caso de Bilbao y Pamplona venían presidiendo, desde hacía años, personas que nada tenían que ver con los Gobernadores Civiles ni con sus delegados funcionarios de las Escalas Superior o Ejecutiva del Cuerpo Nacional de Policía y que ahora en la actual Reglamento, que ahora padecemos, se contempla dentro del CAPITULO VI en el punto 2 del Artículo 23 correspondiente al REGLAMENTO DE ESPECTACULOS TAURINOS GENERALES DE LA COMUNIDAD AUTONOMA DEL PAIS VASCO, donde taxativamente dice:
"La Presidencia de los espectáculos taurinos corresponderá en las plazas de toros permanentes de primera y segunda categoría a la persona nombrada para cada temporada por el Director de Juego y Espectáculos, oída la Comisión Vasca Asesora en Asuntos Taurinos. Se valorará a dichos efectos, el conocimiento y la experiencia en materia taurina y la imparcialidad".
Medida que puede ser interesante, siempre que se trate de personas perfectamente preparadas para cumplir con las diferentes misiones encomendadas a su función de presidencia. Además, estas personas siempre estarán asesoradas, en el palco, por el veterinario y por el asesor taurino que se presupone serán profesionales adecuadamente preparados para el desenvolvimiento de sus misiones, y abajo, en el callejón, por el delegado gubernativo también debidamente preparado y auxiliado para cumplir con su misión de prevención de alteración de orden público.
Este Reglamento está bastante bien confeccionado, no obstante tiene alguna que otra laguna que podía ser fácilmente subsanable entre las cuales se nos ocurren las siguientes:
CAPITULO III
Artículo 49.-2
Se debería añadir:
"Los cajones se dispondrán en el camión en el sentido longitudinal de la marcha con la finalidad de que los animales no tengan que ir haciendo continuos esfuerzos para lograr el equilibrio durante el viaje".
El Artículo 53.-1.
Hay una frase no muy afortunada. Veamos:
"En el momento de llegada de las reses a los corrales de la plaza o recinto en que hayan de lidiarse o en cualquier otro momento posterior, pero con una antelación mínima de veinticuatro horas con respecto a la hora anunciada para el comienzo del espectáculo, las reses que hayan de lidiarse serán objeto de un primer reconocimiento, salvo en el caso de las plazas portátiles, a efecto de comprobar su aptitud para la lidia".
Pues considero que nunca se debe proceder a un reconocimiento inmediatamente al desencajonamiento de los toros, pues en ese momento (lo he podido constatar en varias ocasiones) los toros están demasiado "calientes", con lo que se propician los derrotes sobre los burladeros, paredes, puertas etc del corral de reconocimiento, cuando el toro se encuentra aislado.
Artículo 55. 5. Debería suprimirse, sin más, pues ¿qué pintan los veterinarios? Vean:
"A la vista de dichos informes (se refiere a informes veterinarios) y de las opiniones expresadas por los intervinentes en el acto, el Presidente resolverá lo que proceda sobre la aptitud para la lidia de las reses reconocidas, notificando en el propio acto a los interesados la decisión adoptada".
Artículo 57.1
.- Debería añadirse.
"En el acta de nacimiento de esa res rechazada, se pondrá una notación que podía decir: "MANIPULADA" con las firmas de veterinarios y presidente, con la finalidad de que esa res únicamente pudiera utilizarse, tras manipulación, en festejo de rejones".
CAPITULO V.
Artículo 60.2.
Debería cumplirse a "raja tabla". Cosa que no se hace.
"Los caballos deberán estar convenientemente domados y tener la movilidad suficiente, sin que puedan ser objeto de manipulaciones tendentes a alterar su comportamiento. Quedan en todo caso, prohibidos los caballos de razas tracionadoras".
Pues si los caballos no son de razas tracionadoras difícilmente podrán cumplir el punto 3 de este mismo artículo.
Considero necesario que los caballos fueran sometidos a vigilancia especial desde una hora antes de su salida para efectuar el paseíllo, pues de todos es sabido que los caballos son inyectados, antes de picar, con fenotiacínicos en medio de la más absoluta impunidad. Y si no, pues suprimir la frase del artículo 60.2 de:
"sin que puedan ser objeto de manipulaciones tendentes a alterar su comportamiento"
Y también la del artículo 60.6 de:
"Asimismo serán rechazados aquellos que presenten síntomas de haber sido objeto de manipulaciones con el fin de alterar artificialmente su comportamiento".
¿Qué se adelanta con efectuar el reconocimiento el día de la corrida por la mañana? Nada pues la tranquilización se hace; si no es experto quien la efectúa, unas dos horas antes de la salida al ruedo, y si es experto el infractor, como utiliza la venoclisis, momentos antes.
Artículo 65.1. Donde dice:
"El peso máximo del peto, incluidas las partes que lo componen, no excederá de 30 kilogramos".
Hay que cumplirlo, pues en las plazas de segunda y de tercera categoría, nunca he visto que se efectúe el pesaje.
Artículo 66.1.- Donde dice:
"Los estoques tendrán una longitud máxima de acero de 88 centímetros desde la empuñadura a la punta".
Los estoques llegan casi en el momento justo, metidos en el "fundón" y jamás he visto a lo largo de años metido en este mundo del toro que nadie se haya ocupado de medir este instrumento de muerte.
Tampoco se miden los instrumentos de rejoneo que contempla el Artículo 67
En el TITULO VI.
del desarrollo de la lidia
.
Encontramos algunos puntos que consideramos debieran ser cambiados en su contenido, tales como:
CAPITULO II.
Del primer tercio de la lidia.
Artículo 71.1.
"El Presidente ordenará la salida al ruedo de los picadores una vez que la res haya sido toreada con el capote por el espada de turno".
Observamos la precipitación con que se ordena la salida de los "montados". A veces, el espada ni ha comenzado a capotear al toro. Por considerar este momento trascendental para la preparación de una suerte tan importantísima como la suerte de varas, consideramos cambiar el texto por este otro:
"El Presidente ordenará la salida al ruedo de los picadores una vez que la res haya sido fijada con el capote por el espada de turno".
El punto 3 de este mismo artículo, ha de procurar el presidente de la corrida cumplirle, pues se viene observando el incumplimiento de manera sistemática.
¿Por qué no considerar el término de "res inutilizada por culpa de lidia mal realizada" y sancionar con el pago de los costes de una res nueva a quien fuera el culpable de haber transgredido el Artículo 71 en su apartado 3.
Como vemos, esta matización de inutilidad va en contra del punto 2 del Artículo 84 del CAPITULO V en el que textualmente dice:
"Cuando la res se inutilizara durante la lidia y tuviera que ser apuntillada, no será sustituida por ninguna otra"
Artículo 72.
Cuidar el estricto cumplimiento de los puntos:
8.-"Los lidiadores de a pie que infrinjan las normas relativas a la ejecución de la suerte de varas serán advertidos por el Presidente y podrán ser sancionados según la gravedad de la infracción"
9.-"Los picadores que contravengan las normas contenidas en este artículo serán advertidos por el Presidente y podrán ser sancionados según la gravedad de la infracción".
CAPITULO IV.

Del último tercio de la lidia.
Artículo 80.4.
Es otro de los puntos que vemos como se incumple de manera sistemática. Le recuerdo:
"El espada podrá descabellar a la res únicamente después de haber clavado el estoque. En otro caso, deberá realizar nuevamente la suerte con el mismo".
Artículo 83.1
.- Este artículo referido al indulto se está transgrediendo, últimamente, de manera alarmante, pues incluso se ha pedido el indulto en festivales.
LA PRESIDENCIA EN LAS CORRIDAS DE TOROS: ORIGEN, ACTUALIDAD Y FUTURO (II).

Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.

LA PRESIDENCIA ACTUALMENTE.

Para estudiar el tema de la presidencia de los espectáculos taurinos en la actualidad, hemos de basarnos en el Reglamento actual, si bien para llegar a él, considero oportuno, para ver la evolución experimentada, analizar los distintos reglamentos.
Pues hemos de tener en cuenta que con el paso del tiempo la fiesta de los toros evoluciona, al ser muchos los factores intervinentes y al haberse convertido, esta fiesta tradicional, en un verdadero negocio de cuya explotación se encargan empresas particulares, a las que de no poner veto de alguna manera, abusarían en exceso de los que, con su aportación económica, propician su pervivencia.
La sucesión cronológica de los reglamentos se puede establecer así:
Los reglamentos de los años 1917, 1923, 1924 y 1930, surgen al amparo de la Ley Provincial de 29 de agosto de 1882 que trataba de mantener el orden público basándose en el trípode: tranquilidad-seguridad-salubridad.
En aquellos tiempos el Presidente no podía hacer otra cosa que no fuera:
"Dar o negar permiso para reuniones, e imponer sanciones cuando hay alteración de orden público"
Y en lo referente a la cuestión taurina, la autoridad gubernativa:
"Dirigirá la lidia de tal manera que impida la alteración del orden público".
Todo se basaba en lograr el orden público por encima de cualquier otra consideración. Y así sigue imperando este concepto hasta la época reciente de los años cincuenta, cuando aparece el Decreto de 10 de octubre de 1958 que en su artículo 23 c) atribuye a los gobernadores civiles las competencias para:
"Dirigir las funciones de policía en materia de espectáculos y prohibir los contrarios a la moral, el orden y a las buenas costumbres, así como suspenderlos por causa de orden público, epidemia o luto nacional".
Reglamento de las corridas de toros, novillos y becerros del año 1917.
Aprobado por Real Orden de 28 de febrero de 1917 es el primero que lleva la firma del titular del Ministerio de la Gobernación, señor Ruiz Jiménez.
Únicamente era aplicable a las plazas de Madrid, Barcelona, Bilbao, San Sebastián, Sevilla, Valencia y Zaragoza. No obstante tiene una parte, la relativa a condiciones de enfermerías y puyas, de aplicación en el resto de las plazas nacionales.
Pues parece ser que en el resto de la península su aplicación es aleatoria al criterio de los gobernadores civiles ya que había un Reglamento de Policía de Espectáculos de 19 de octubre de 1917 que estaba activo y que contemplaba los puntos a seguir en sus artículos 53, 54 y 55.
Se trata de un reglamento muy completo puesto que contenía 114 artículos, pero que en definitiva se trataba de una recopilación de todo lo legislado en este sentido hasta entonces con las novedades de: introducción de la arandela en las puyas para evitar el castigo abusivo de los toros y el reconocimiento post mortem de estos.
En el CAPITULO II se toca el tema relativo a la Presidencia y de él nos interesan dos artículos:
Artículo 43 que asigna la presidencia a la primera autoridad provincial o a los funcionarios en que delegue.
Artículo 44 que asigna al presidente las funciones a desempeñar para que la lidia se desarrolle acorde con lo reglamentado.
Reglamentos de los años 1923 y 1924.
El del año 1923 que tenía un ámbito de aplicación nacional, no se llegó a aplicar al ser sustituido por otro firmado por el subsecretario del Ministerio de la Gobernación, señor Martínez Anido mediante Real Orden de 9 de febrero de 1924, con el mismo ámbito de aplicación del reglamento de 1927 (plazas de 1ª categoría) y a las demás, según criterio de los gobernadores civiles.
Como innovaciones:
Reducción de la edad mínima de los toros (de cuatro para cinco años).
Aumento del peso mínimo (545 y 570 kilos, según los meses).
Introducción de una línea que representaba una circunferencia en el ruedo trazada a una distancia de la barrera de unos cinco o siete metros para que no fuera rebasada por los picadores en su acoso al toro.
Sorteo obligatorio de los toros entre los lidiadores.
Fijación de la edad mínima para lidiar a los dieciséis años
.
Reglamento del año 1930.
Fue aprobado por Real Orden de 12 de julio de 1930, con carácter de aplicación nacional.
Se caracteriza por ser algo "más suave" que el anterior de 1924 en cuanto a sanciones.
La principal innovación es la acogida del uso obligatorio del peto en los caballos que picaban en las plazas de primera categoría, que había sido aprobado, aunque de forma experimental, por una Real Orden de 7 de febrero de 1928, así como la entrada de los picadores en el ruedo, que lo harían cuando el toro hubiera sido fijado. Además reconoció las escuelas taurinas siempre que se atuvieran a una normativa (artículos 117 a 119).
Abarca la regulación de todos los espectáculos taurinos, y pone las "peras al cuarto" a la celebración de las capeas de los pueblos, para las que exige recintos de toda garantía, prohibiendo las plazas de carros.
Pero como no contó con la colaboración de las autoridades locales, la Administración hubo de promulgar la Orden de 28 de agosto de 1931 que prohibía la celebración de las capeas en plazas y calles, haciendo responsables del incumplimiento a los alcaldes. Al poner en peligro la celebración de corridas en plazas provisionales, la orden hubo de contrarrestarse con otra de fecha 3 de septiembre de 1931.
Después de nuestra guerra del año 1936-39, al quedar las ganaderías diezmadas, el Reglamento del año 1930 hubo de aceptar ciertas "modificaciones" que amparadas en la Orden Circular de 28 de abril de 1943, incidieron sobre la reducción del peso de los toros a 423, 401 y 397 acorde con la categoría de las plazas. Pero ante el incumplimiento hubo de ser reiterada al cabo de los seis años en Orden del 21 de febrero de 1949 que ya sí fue publicada en el Boletín Oficial del Estado.
Y adquiere fuerza un elemento fraudulento en la Fiesta que ya había hecho su aparición en el año 1942, se trata del afeitado de las reses que motiva la promulgación en su contra de la Orden 10 de febrero de 1953 que a manera de preámbulo dice algo así:
"En las corridas de toros, como en los espectáculos circenses y en la mayoría de las fiestas deportivas, el riesgo del artista es indudable elemento decisivo.
Sin embargo la lidia de reses bravas está pasando por un fraude que el Poder Público debe de atajar. Desde hace años, un buen número de toros de los que se lidian en las plazas de España son sometidos a manipulaciones que quebrantan su fuerza y...dado que ello supone atentar contra los derechos del público, este Ministerio..."
Para seguidamente restablecer los preceptos del Reglamento de 1930 sobre edad y peso de los toros al tiempo que se toman las medidas siguientes:
Exigir al ganadero una declaración jurada de que las defensas de sus toros no han sido despuntadas, cortadas, limadas, ni sometidas a manipulación alguna.
Someter a las reses a reconocimiento post mortem y examinar las defensas por los veterinarios que remitirán dictamen a la autoridad gubernativa para que ésta la haga llegar al Director General de Seguridad.
Establecimiento de las sanciones correspondientes.
Y tras una serie de disposiciones entre las cuales merece la pena destacar:
Orden de 3 de junio de 1932 que añade un nuevo párrafo a las obligaciones de los ganaderos en el sentido de exigirles una declaración adicional de que sus reses no han sido toreadas.
Orden de 14 de agosto de 1932 por la que se inhabilita a quien se tire de espontáneo a tomar parte en ningún festival taurino por un plazo de dos años.
Orden de 6 de enero de 1936 declarando obligatorio el uso de espada de cruceta para descabellar.
Orden de 12 de agosto de 1949 por la que se aumentan las exigencias sobre instalación, dotación y servicios de las enfermerías.
Orden circular comunicada el 18 de marzo de 1950 en el que se prohibe el empleo de banderillas de fuego y se sustituyen por las "banderillas negras" o de castigo.
Por fin llega el:
Reglamento de 15 de marzo de 1962 en el que como novedades al del año 1930 están:
Artículo 81 que trata de la introducción de los dos círculos concéntricos de picar, que han de estar separados por dos metros como mínimo.
Artículos 85 y 86 relativos a la modificación de los petos y puyas.
Este reglamento, parece ser carecía de legalidad como se deduce de los recursos interpuestos contra él. Comienzan con el promovido por don Antonio Pérez Tabernero contra la imposición de una multa por presunto "afeitado" de reses de su ganadería y que el abogado del Estado defiende en base de que:
"El Reglamento Taurino del 62 es mera confirmación de sus anteriores reglamentaciones por tratarse de un texto refundido que respaldan su actual vigencia, al no haber sido recurridas ninguna de ellas por el recurrente actual, con lo que se ve imposibilitado para impugnarlo al haber consentido la reglamentación Taurina anterior".
Se ve que el Tribunal Supremo basa la legalidad del Reglamento en la continuidad de la intervención administrativa, si bien no tiene en cuenta que esta reglamentación ha experimentado cambios importantes derivados de la evolución de los acontecimientos.
Todos los reglamentos derivan de la Ley Provincial de 29 de agosto de 1882 cuyo objetivo principal es el mantenimiento del orden público por medio de los jefes políticos y gobernadores civiles, ya que son los encargados de "dar o negar permiso para toda clase de reuniones y funciones públicas" así como de "imponer las sanciones tipificadas".
En el caso de los espectáculos taurinos la autoridad gubernativa tiene por misión:
"Asumir la dirección técnica de la lidia" para asegurar la tranquilidad en un espectáculo en que solía ser proclive al alboroto.
En el Reglamento taurino de 1962 se refunden el Reglamento de Espectáculos Públicos de 1935 y el de Espectáculos Taurinos de 1930.
Y estando así las cosas, unos jóvenes estudiantes, uno de ellos de Derecho y otro de Medicina, sintieron la tentación de asistir a una corrida de toros, sin duda llevados por el predicamento que tenía un torero considerado como fenómeno de masas.
Después de comprar unas entradas en una de las casetas de reventa al ser engañados por la bandera nacional que exhibían, entraron en los pasillos interiores, donde arrastrados por las masas y sus costumbres, adquirieron unas almohadillas y se dirigieron a una de las bocanas de los tendidos en las que figuraba el número que coincidía con el impreso en la entrada y, tras ser acomodados en su localidad por el acomodador de turno, tuvieron la suerte de tener por compañero de localidad a un joven profesional de ingeniería técnica agrícola que resultó ser un gran aficionado y les fue dando noticias de todo lo que ocurría en la plaza en los prolegómenos de la corrida a celebrar.
En un momento el perito Javier, dirigiéndose a sus contertulios les dice:
-¿Veis aquel palco que destaca por su ornamentación y majestuosidad sobre los demás? Es el palco presidencial, ese alto sitial de acomodo del que "más manda" en el festejo.
Es este de los toros el único espectáculo que cuenta con presidente "en funciones", en contraste con los demás, donde el palco presidencial suele estar ocupado por personalidades que no pierden su condición pasiva de espectadores.
Esas tres personas de la primera fila que, pueden si lo desean apoyar los codos sobre el terciopelo que cubre la madera de la barandilla que protege el palco, son: el Presidente y sus Asesores, artístico y veterinario, que le flanquean a izquierda y derecha respectivamente. Detrás de ellos veis una serie de cabezas pertenecientes a unos personajes que casi nunca se sabe quienes son, ni que hacen allí. Ignorancia que incluso alcanza al mismo Presidente.
Desde aquí, el palco parece algo magno pero, según me han contado amigos que han estado arriba, la cosa allí es muy distinta. No sólo por los "malos tragos" que a veces se pasan, sino por la carencia de boato y el excesivo descuido reinante entre bastidores - a causa de la utilización anual- que hace se considere uno con suerte, si al finalizar el espectáculo ha logrado conservar intacta la indumentaria exhibida. Esos principales personajes están tan bien vestidos -o al menos deberían estarlo- y tan serios, que dan un poco de respeto al "respetable".
El Presidente es el representante de la Autoridad competente. Aquel que, mediante un juego de pañuelos de diferentes colores, dirige como ha de llevarse la lidia. El visible representante de todos los que han acudido a ver la corrida. Quién sancionará sus decisiones.
En las plazas de toros de las capitales de provincia, debería presidir el Gobernador Civil cómo máxima autoridad provincial. Pero éste señor suele delegar en un funcionario -o funcionarios- del Cuerpo General de Policía, mientras él se limita a ver, tan ricamente, "los toros desde la barrera" y nunca mejor dicho.
Ahora, con las transferencias de competencias en materia taurina del Gobierno Central a las Comunidades Autonómicas, ¿quién debe presidir en la capital de la Comunidad? Suponemos que un Consejero, pero hasta el momento, como podemos ver, siguen presidiendo los presidentes "de siempre".
En los pueblos el mandatario máximo es el Alcalde. Generalmente tampoco suele presidir, sino que, para no ser menos, delega en algún concejal.
En mis cortos años de aficionado - dice Javier- he visto ya tantas cosas...que he llegado a la conclusión que el presidir una corrida de toros plantea problemas, y problemas serios. Quizá no tanto en las capitales de provincia, donde los presidentes suelen estar preparados (al haber realizado cursillos de formación y de puesta a punto) y tener cierto carácter de "profesionalidad". Allí lo que se puede plantear, es una dualidad de criterios, al tratarse de presidentes distintos (que van rotando en los festejos), que medirán, a veces, - no con el mismo rasero- a los diestros intervinentes, lo que conllevará a los consiguientes agravios comparativos en cuanto a concesión de trofeos. Pero donde hay un verdadero "caos", es en los pueblos. Allí quien preside - salvo rarísimas excepciones- no suele, ni ser aficionado, ni contar con asesores preparados convenientemente.
Y es que un Presidente de corrida de toros, tiene "mucho que presidir". No ha de prescindir de la "P", pues cambiaría de "función". Para presidir ha de cuidar muchísimos detalles. Tantos que...yo diría que nada debe dejar a la improvisación. Es misión suya tanto; comprobar si los diestros están en orden para poder torear, como si los hierros de las ganaderías corresponden a las anunciadas. Examinará si el peso de los petos es el reglamentario y no está disfrazado por los parapetos de borra, mugre y descosidos. Apreciará si la longitud de las puyas es la reglamentaria, etc, etc.
Y en ese momento dirigiéndose al estudiante de Derecho le dice:
-¿Imaginas lo complicado que es? ¡Se necesitaría ser abogado!
Y el "futuro abogado" dice:
-¡Bueno!... es que tengo entendido que para ser comisario de policía en la actualidad es necesario tener la Licenciatura de Derecho.
Sigue Javier elucubrando y dice:
- Las preocupaciones de un presidente (que se precie de serlo), comienzan el día anterior del festejo, con el reconocimiento de los toros. Allí ha de ser el talismán entre los intereses del público, de la empresa y salvar la responsabilidad de los veterinarios. Y al día siguiente, cuando está a donde ahora le vemos, en los más alto del todo, ha de luchar con los inconvenientes de conocer prácticamente todos los "pormenores" de lo que va a salir por chiqueros, y pendiente de que sus predicciones se cumplan; predicciones que no todas son positivas.
A veces está con el "alma en vilo" hasta que pasa el "presumible tornado", que - por no se sabe que causas- no "ha soplado". Y a suspirar un suspiro, porque ya está ahí el inmediato y próximo inconveniente de los muchos que se dan en una corrida de seis toros y en las dos horas de duración, donde cada segundo es distinto. Es humano, y por ello, ha de mantener una lucha interna entre imponer su autoridad en estricta aplicación del reglamento que él sabe es, el "sí pero no", o, ponerse del lado de la empresa, o del apoderado, o de los banderilleros, o -¿tal vez?- de los veterinarios. ¡Menudo "papelón" el que se le plantea! Máxime, cuando son intereses distintos, e incluso, enfrentados.
Cargo sin remunerar, pero comprometido y responsable. Donde, cómo de él depende el orden y la buena marcha de la corrida, ha de cuidar el lamentable espectáculo de; el animal impotente y el lidiador inoperante, mientras resiste las embestidas de un público enardecido.
-¿No os parece imposible llevar a buen puerto una nave tan averiada?
Y a esta pregunta el aspirante a letrado matiza:
- Considero difícil armonizar los lícitos intereses de todos los que intervienen en el espectáculo, desde el aficionado hasta el torero.
Y Javier dice:
- Lo primero que tiene que defender un presidente es al torero, porque se juega la vida ante un astado, al que también ha de defender en el reconocimiento para que esté en plenitud de facultades y armonizar - cómo tú bien dices- los intereses de los aficionados. El problema es que en el reglamento se tiene por dogma de fe cosas que no son verdad. El presidente inteligente y docto, lo sabe. Por ello los presidentes veteranos, y por ello curtidos, interpretan más que aplican, este reglamento con el fin de no caer en el axioma de Chateaubriand de: " La mentira reiterada se convierte en axioma".
Un tacto especial ha de adornar al Presidente. Porque cuando los graderíos hierven entre discusiones y olés, humos de habanos, botas de vino y comida, es muy difícil poner en orden a varios miles de espectadores - mezclados con muchos aficionados- que en la mayoría de las ocasiones (y a pesar del deterioro a que ha llegado la Fiesta) no suelen tener razón en sus algarabías estruendosas. Pues a veces la protesta no tiene relación exacta con la cuestión protestada.
Ser hábil es fundamental, pues la habilidad de una gestión subsana, a veces, errores tercos de un pretendido derecho.
Ha de tener serenidad, ya que ésta suele reducir a la obediencia colectiva a esos exaltados y vociferantes individuos que con sus greguerías dan "rienda suelta" a su fanatismo y desmandados antojos.
Debe tener personalidad y criterio fuertes. Conocer cómo deben lidiarse los toros, para "pasar" de lo que el torero pueda creer. No dejarse influenciar ni por la opinión de los aficionados expertos, ni por la mayoritaria del "respetable".
El aspirante a doctor en medicina, abre la boca por fin para decir:
La crítica, a veces, les "pega" fuerte.
Y Javier asiente, y dice:
- También debe "pasar" de los críticos, limitándose a cumplir el Reglamento, dejándose de hacer su santa voluntad acorde con el momento de la función y del estado psicológico propio, o de la concurrencia.
Y el "leyudo", dice:
- En alguna corrida que he visto por televisión, he podido constatar (la opinión de mi padre) que los momentos más críticos para un presidente son los que preceden y siguen a la suerte de varas y el de concesión de trofeos. ¿Es así?
- Así es, dice Javier. Quién continúa:
- Es que el momento de salida de chiqueros, y el que sigue a la suerte de varas es clave para decidir la devolución o no del toro a los corrales. Y en cuanto a trofeos, opino que lo que debe hacer es, conceder el primer trofeo si es pedido mayoritariamente, y no conceder graciosamente el segundo, a pesar de la algarabía que haya en la plaza tratando de influenciarle.
La gente protesta por norma los puyazos. Y la verdad es que antes (cuando el torero pedía el cambio de suerte a través del delegado del callejón) el presidente tenía más responsabilidad ante la equivocación - que siempre era atribuible a él -. Hoy como el matador lo pide a la vista del público, caso de que el presidente no quiera "mojarse", pues... que sea el diestro el que sufra las consecuencias si el toro se le "viene arriba" en la muleta.
El señor de la localidad de debajo de donde están colocados nuestros protagonistas, volviéndose dice:
- La verdad es que hoy casi todos los matadores, piden el cambio.
Javier asiente, al tiempo que dice:
- Es que el "monterazo", parece ser que está legalizado.
-Pues mire usted, dice el espectador que intervino con anterioridad, cómo aficionado que soy, y de antiguo, a mí no me parece bien este sistema de cambio de tercio a instancias de la parte interesada. Creo que obrando de esta manera, se coloca al presidente de la corrida y a sus asesores, en una posición muy desairada. Para algo tiene allí dos asesores que deben ser totalmente competentes (y si no lo son que no estén allí) al tiempo que él, debe ser persona que conozca bien las reacciones del público. Es muy posible que usted conozca ( pues llevo un rato escuchándole y le veo docto en la materia) que el "desmonterado" que ocasionó un cambio de tercio, se produjo de manera casual en una novillada. En ella, un lidiador joven, se desesperó al ver como sus novillos se le venían abajo tras la suerte de varas. Y como la "cabeza le ardía" (por el "cabreo" y la falta de riego sanguíneo, propiciado porque la montera le apretaba) se desmonteró mirando al presidente del festejo. Este creyó que le saludaba, sacó el pañuelo para corresponderle con lo que, involuntariamente, cambió el tercio. Como ese novillo no llegó agotado a la muleta, el diestro pudo hacer faena. El resto...ya lo ven.
- Tiene usted razón, amigo, dijo Javier. Y continuó:
- A mí también me gusta más cómo, según me han contado, se hacía el cambio antiguamente. Les voy a contar una anécdota al respecto: "Toreaba en Madrid, Pepe Luis Vázquez. El toro que le había tocado en suerte era boyante, pero tenía muy pocas fuerzas. Por ello deseaba que el presidente cambiara el tercio. En barreras dijo a su peón de confianza: "Voy a sacarme el toro a las afueras. Cuando lo tenga allí, haz que telefoneen al presidente, diciéndole que le ruego cambie el tercio". ¡Que bonito! ¡Qué categoría!. No restó autoridad al presidente y se salió con la suya.¡ Gesto torero!
El futuro abogado interviene para retomar el tema de la concesión de trofeos. Y dice:
- ¡Hombre. En la concesión de trofeos hay que regularlos para evitar ese lirismo caprichoso y que esa metáfora atrevida fuera prolongada en la propaganda de los toreros.
El "ingeniero taurino" sentencia:
-¡Con ser ecuánime!, todo arreglado. La sensiblería lo único que hace es engañar al público, a los mismos diestros y en definitiva, destrozar - y conste que digo esta palabra con toda la dureza que representa- la pureza del espectáculo. Ha de tener presente el principio de autoridad, para que no le "tomen el pelo"; ni matadores a los que exigirá un comportamiento exquisito, ni puntilleros que, últimamente tanto prodigan la intromisión en la concesión de trofeos, "equivocándose" deliberadamente en el corte de los mismos.
Y si para poner en orden a la "gente" hay que sancionar, ¡Adelante!. Que estoy deseando ver que alguna infracción se multe. La energía correcta obliga a todos a cumplir sus obligaciones.
No debe permitir que los subalternos le hagan las "tres suertes", es decir: los capotazos, los derrotes de la res sobre las pilastras de los burladeros y el abusivo toreo a dos manos de los peones.
Y para que todo esto se cumpla, el "usía" está permanentemente enlazado telefónicamente con el delegado de plaza, pues éste por su proximidad al ruedo, puede dar directamente las órdenes emanadas de presidencia, así como corregir las transgresiones al reglamento.
Ahora con la retransmisión por TV de toda la Feria de San Isidro desde la primera plaza del mundo, donde se supone que deben estar los presidentes más preparados, hemos podido ver "cosas de presidentes". Hemos visto sus protagonismos al suspender corridas por la lluvia que han dado polémicas sobre interpretación de puntos del reglamento.
También hemos leído polémicas suscitadas por la concesión de un rabo (caso de Don Antonio Pángua que se lo concedió a "Palomo Linares"). O por cambiar un tercio de banderillas sin ponerlas, porque el matador de turno tras solicitar hacerlo, no pudo realizarlo al abrírsele una herida recientemente suturada.
De antiguo hemos leído anécdotas ligadas a nombres de presidentes. Muchos han sido los que han actuado, a través de los años, en la plaza Monumental de Madrid, tales como: D. Joaquín Caruncho, D. Arturo Cartier, D. Rafael de la Plaza etc. Uno de ellos nos cayó simpático, se trata de D. Enrique Sánchez Gracia, que durante muchos años decidió los destinos taurinos del palco de las plazas de toros de Madrid (Monumental, Tetuán y Vista Alegre), tras comenzar su andadura allá por el año 1921. Al principio actuó sin asesores, y luego con el asesoramiento de figuras tales como: "Hache", Valentín Martín, "Salerí", "Guerrita", "Regaterín", Punteret y "Pacorro". ¡Ahí es nada. D. Enrique, fue quien concedió la primera y la última oreja en Madrid a Nicanor Villalta. El que vio faenas tan memorables como el mano a mano entre Ortega y Manolo Bienvenida, que desorejaron toda la corrida. El mismo que mandó al corral los dos toros que tenía que matar Rafael "El Gallo" en Madrid. Quién presidiendo en Aranjuez, vio llenarse la plaza de botijos al salir por chiqueros un toro con escaso tamaño.
Es uno de tanto presidentes que sacando acertadamente un manojo de trozos de tela que - semejan pañuelos- prendidos al terciopelo del palco mediante un imperdible, da las órdenes visuales para que:
Con el de color blanco: ordena el paseíllo, da suelta a cada toro, cambia los tercio y concede trofeos. Con el de color verde: devuelve el toro al corral. Con el rojo: condena al toro a banderillas negras. Con el de color azul: ordena la concesión de la vuelta al ruedo a un toro bravo. Y no nombro ese color de pañuelo que sirve para indultar a un toro, porque hoy es muy difícil (por no decir imposible) valorar - como están las cosas- un toro verdaderamente bravo.
También ha habido presidentes tercos, caso de aquel que presidió la corrida del 22 de junio de 1922, que no quiso devolver un toro tuerto de Cameros que correspondió lidiar al diestro Juan Luis de la Rosa en medio del escándalo de la concurrencia. Tras matar al burel, el espada hizo bajar al redondel a dos veterinarios que examinaron al astado y corroboraron la apreciación del espada. El presidente multó al espada y a la cuadrilla y luego, al finalizar la corrida, les hizo detener por no haber pagado en el acto la sanción impuesta. Al desolladero fueron enviados, por la Dirección General de Seguridad, nuevos veterinarios que confirmaron que el toro era tuerto. Finalmente se culpó a los veterinarios responsables del reconocimiento.
Y siguiendo con su lección magistral, Javier les informa de por qué, de vez en cuando, el presidente habla por teléfono. Es así como se lo narra:
Es el presidente quien, durante la corrida, hace repetidamente de "telefonista" para transmitir órdenes al burladero de la autoridad. Utiliza ese teléfono que pasa desapercibido cuando la lidia transcurre con normalidad pero que, cuando algo "no rula" por los cauces normales, se transforma en el teléfono donde se concentran todas las miradas de la plaza. Miradas que sienten no hubiera evolucionado a fax gigante, para poder leer lo que a través de él se comunica.
Teléfono este, que nada tiene que ver por otro lado, con esos otros gemelos que hay en la plaza, porque sus funciones son distintas y más amplias. Me refiero al teléfono que figura en la guía telefónica a nombre de la plaza o la empresa, y que sirve, entre otras muchas cosas, para preguntar si hay corrida en los días en que el tiempo sí "puede impedirla".
O ese otro que, situado a la entrada de corrales, es utilizado por los mayorales para transmitir a sus "señoritos" el resultado de los reconocimientos previos, e incluso, el final del festejo con el juego dado por sus toros. El mismo que aprovechando lo económico que es, utilizan las cuadrillas para transmitir a sus familias las novedades habidas.
Y finalmente, todos esos teléfonos que antes tenían sus funciones, caso del de la prensa, utilizado por los corresponsales para enviar sus crónicas a los periódicos.
Hoy los inalámbricos, otro su sucedáneo más, han sustituido a casi todos los hermanos del único que persiste; el del presidente del festejo.
(Extractado del libro "Incursión por el mundo de los toros" del que es autor quien esto escribe).

domingo, 27 de abril de 2008

Seguidamente en unos capítulos, voy a exponerles el trabajo de Investigación taurina sobre la Presidencia de las Corridas de Toros que presenté en su día al Premio Literario Taurino Dr. Zúmel. Al no ganar, como estaba previsto de antemano, y ser requerida la devolución del trabajo, de manera reiterativa, ni se dignaron contestar.
Cuan dista este proceder de la personalidad de D. Mariano Fernández Zúmel.
Pero hoy ustedes van a tener la oportunidad de conocer la evolución de esta Presidencia, única en funciones.
¡Va por ustedes!

LA PRESIDENCIA EN LAS CORRIDAS DE TOROS: ORIGEN, ACTUALIDAD Y FUTURO.(I).

Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.

EL ORIGEN DE LA PRESIDENCIA.

Para el estudio de la figura del PRESIDENTE de la corrida de toros, hemos de buscar el origen de esta y, ante la imprecisión de datos al respecto debido posiblemente a que los historiadores de entonces, impregnados por los perjuicios de los "ilustrados", nunca se preocuparon del tema taurino, voy a seguir las palabras pronunciadas por D. José Ortega y Gasset:
"Es en estos últimos años del siglo XVIII en que, según mi idea, el pueblo español se decide a vivir de su propia sustancia, cuando por primera vez nos tropezamos con alguna frecuencia en escritos y documentos con el vocablo torero aplicado a ciertos hombres plebeyos que en bandas de un profesionalismo todavía tenue recorren villas y aldeas"
Y estos hombres a deducir por sus apellidos: Leguregui, Apellaniz, Apiñani eran del Norte de España y más concretamente de Navarra que por este motivo fue considerada como la cuna de los primeros toreadores.
Si bien, el marqués de Tablantes no está de acuerdo con esta teoría al presentar en el año 1773 el libro con las cuentas de la Maestranza pagadas por la contratación de un torero a pie que se llamaba Miguel Canelo.
Pero independiente de quien posea dicha titularidad, lo verdaderamente cierto es que el toreo que practicaban era distinto al que vemos en la actualidad porque, el elemento toro al que se enfrentaban era muy diferente al actual, al no haber sido presa de las "selecciones" encaminadas a quitarle vivacidad, movilidad y nerviosismo. Eran aquellos toros de casta navarra: pequeños, "cortitos" (por recortados), todo nervio y rapidez que, cómo los "garbanzos negros y duros" solían atragantárseles a los lidiadores de antes que, por aquel entonces no podían hacer otro tipo de toreo que el denominado de "apariciones y desapariciones" que no es otra cosa que el basado en quiebros y recortes que era lo que únicamente consentían aquellos animales fieros, de embestida feroz y reiterativa hasta los mismos callejones de las plazas a los que se precipitaban en su afán de persecución a los lidiadores.
Parece que todos los que se dedicaban a relacionar lo "noticiable" se hubieran puesto de acuerdo para eludir los temas que tenían algo que ver con lo taurino.
No obstante hay un autor el doctor Luis del Campo que hizo sus "pinitos" en este tipo de investigación y hurgó en los Archivos Municipales de Pamplona recopilando datos relativos al siglo XVII, concretamente a los años 1598-1599, que fue precisamente cuando el Ayuntamiento de Pamplona que celebraba anualmente una corrida de toros, modificó la cláusula basada en el documento de la ciudad de Vitigudino de 11 de octubre de 1555 por el que:
"se obligaba a los carniceros a dar buenos toros para correr y matar a contento del Concejo"
y corrió el propio Ayuntamiento con la compra de los astados para lo que fue encargado uno de los regidores que había de:
"proporcionar toros de cuatro a cinco años, de buen cuerpo y talla y que no se hubieren corrido en parte alguna por dinero, y sean de los que más nombre de bravo y valiente tienen en la ribera de Navarra, a la parte de ciudad de Tudela y su tierra"
Toros que eran pagados con el dinero que debería proporcionar el carnicero. Toros que alguna que otra vez, debido a las "pegas" que ponían los ganaderos navarros para vender sus toros jóvenes y posibles sementales, eran comprados (a partir del año 1613) en tierras de Castilla y que motivó que el virrey de Navarra (como representante del rey en ese reino autónomo) hubiera de expedir una cédula de tanteo que paliara las dificultades de compra por las que pasaban los regidores.
Toros que eran corridos, pero no estoqueados en la plaza hasta el año 1680. Los mismos que, tras su muerte, eran enterrados por los vecinos del municipio donde se mataban, ya que la carne no era dada apta para el consumo.
Ya tenemos más o menos enmarcada la corrida de toros como tal. Ahora, hemos de tratar de encontrar el ORIGEN DE LA PRESIDENCIA DE LA CORRIDA DE TOROS, y para ello seguiré a Albarellos en el relato que hace de las corridas celebradas en la ciudad de Burgos los días 3, 4 y 5 de julio del año 1736 con motivo de la inauguración de la capilla dedicada a Santa Tecla en la Catedral burgalesa.
Corridas que eran una mezcla de; toreo a caballo realizado por nobles caballeros, y jugueteo con los toros por parte de "elementos" que eran una mezcla de actores y burladores de toros quienes, representaban una farsa de inspiración culta.
Los espectáculos, solían celebrarse en la Plaza Mayor con asistencia del Cabildo catedralicio en lugar asignado al efecto. Los organizaba el Ayuntamiento y para esta ocasión adquirió cuarenta y ocho toros procedentes de los siguientes lugares y cuantía: diez y seis de Portillo, doce de Salamanca, doce de Egea de Navarra y ocho de Pedrosa.
Narra Albarellos que el día 3 se representó en la plaza, la fábula antigua titulada "Los amores de Hércules y Onfalia, reina de Lidia", cuyo papel principal de Hércules lo representó el famoso rejoneador don Joseph Rodríguez de la Mora que rejoneó un toro que posteriormente fue capeado y muerto a estoque por las cuadrillas.
El espectáculo del día 4, en que tanto por la mañana como por la tarde se lidiaron toros navarros, actuaron por la mañana, tras hacer el despejo de plaza una compañía de granaderos, los varilargueros don Juan y don Pedro Marchante que tras representar los papeles de Cástor y Polux actuaron con sus varas de detener demostrando su habilidad. Por la tarde se representó una mojiganga por parte de toreros de a pie que Albarellos narra así:
"Sobre una carroza que figuraba una tortuga, aparecieron cuatro toreros vestidos de damas que eran Manuel "el Vidriero", Luis "Peroles", Blas "el Cantero" y Manuel "el Vizcaíno" acompañados por los galanes Manuel Arroyo, Alejandro "el Mulato", Martín "el de Egea" y Manuel "el Valenciano" llamado "boca sin dientes". Sobre un estrado construido al efecto en medio de la plaza, se aposentaron las "damas" y los "galanes" y cuando salía el toro, las "damas" abandonaban sus almohadas y despojándose de los mantillos tomaban las garrochas y banderillas y a lidiar como se hacía entonces...Y en un momento determinado el CORREGIDOR QUE ERA EL PRESIDENTE DEL FESTEJO, tocaba a desjarrete"
Ya tenemos el primer presidente de corrida, el origen de los presidentes, que estaba representado en la persona del CORREGIDOR que es el funcionario real que desempeñaba funciones judiciales y gubernativas.
Y en medio de un gran auge, el Corregidor sigue presidiendo las corridas celebradas.
Pero surge de pronto la polémica en el sentido de tratar de prohibir la celebración de las corridas aduciendo que para las labores del campo eran mejores los bueyes que las mulas, lo que llevó a que con fecha 10 de mayo de 1754 se ordenara que no podían celebrarse fiestas de toros en ninguna parte de España sin licencia del Señor Presidente del Consejo.
Fue una prohibición que los juristas conocen con el nombre de prohibición bajo reserva de autorización, ya que quien está interesado en levantar la prohibición se moverá en este sentido hasta conseguirlo con cierta facilidad, como ocurrió con la Junta de Hospitales de Madrid que, aduciendo labores humanitarias, logró un privilegio concedido por el monarca Fernando VI, o este otro de la ciudad de El Puerto de Santa María que con fecha 4 de diciembre de 1768, logra la concesión anual de diez corridas de toros para subvenir las necesidades del Hospital de Mujeres de la Providencia. Si bien lo único que se exigía era que los "festejos se celebren en día de fiesta para que los labradores no desatiendan sus labores agrícolas".
En el año 1768 aparece el Conde de Aranda que fue el enemigo más encarnizado que ha tenido la fiesta de los toros. Este noble personaje, en su afán de acabar con esa fiesta, pidió a todos los Intendentes Regionales, que dieran al Consejo de Castilla relación de las vacadas, haciendo constar el número de toros de muerte, así como nota de las fiestas de toros que fuera costumbre celebrar en sus regiones.
Pero le engañaron descaradamente como lo demuestra el caso del Intendente de Granada bajo cuya jurisdicción se encontraban las 4.440 vacas de vientre que había en el término de Ronda, y que dieron siete toros siete, como diría un cartel de toros, para lidiar en la Corrida del Corpus de Granada, al tiempo que informaba de que en Ronda no se daban corridas de toros.
A su teoría de que la muerte de toros en las corridas perjudicaba la economía del país, le salió un "respondón" que no fue otro que el consejero don Francisco Mata Linares, quien argumentó lo contrario e hizo que se paralizara momentáneamente el intento del Conde. No obstante el rey, a la sazón Carlos III, pidió información al Presidente del Consejo de Indias que era Peñas Albas, quien introdujo un nuevo argumento: la "preocupación por la opinión de los extranjeros sobre la cruenta fiesta de los toros". Argumento que pesó sobre la decisión del monarca por prohibir las corridas de toros en la pragmática-sanción de 9 de noviembre de 1785, que por incumplimiento masivo hubo de reiterarse por reales órdenes de 7 de diciembre de 1786 y 30 de septiembre de 1787.
Lo cierto es que no había reglamento taurino porque la política oficial no se atreve a enfrentarse a la respuesta popular a favor de los espectáculos con toros.
Pero aparece la Tauromaquia de Pepe-Hillo que codifica las reglas de la preceptiva taurina y asegura la secuencia regular del espectáculo.
Y surge también una forma de arrendamiento de las plazas para celebrar espectáculos taurinos durante los días 31 de mayo y 2 de junio de 1738 en la plaza de Sevilla que don José María Cossío considera como el precedente de los reglamentos.
El punto más importante, es el referente al orden público ya que en la lidia de toros había un verdadero desastre que se trató de arreglar mediante una orden de 24 de junio de 1659 que se encuentra en el Archivo Municipal de Madrid.
Un siglo más tarde el rey Carlos III ordena al Consejo de Castilla que confeccione unas ordenanzas cuyas prevenciones se recogen en los carteles de la época, uno de los cuales, correspondiente al año 1804, dice así:
"Sólo habrá seis perros a la orden y disposición del magistrado que presida....."
Como vemos presidían los MAGISTRADOS, la autoridad gubernativa, el CORREGIDOR o su DELEGADO que no sólo tienen funciones de policía general sino también de director y árbitro del desarrollo del espectáculo.
Presidía pues el CORREGIDOR que era auxiliado, mediante orden cursada al Comandante de la plaza, por tropa de caballería e infantería.
D. José María de Cossío encontró en el Archivo Municipal de Madrid, las reglas por las que se regía la corrida de toros en las que hay un punto que dice:
"La Presidencia y mando de la plaza siempre ha sido peculiar y privativo de los señores CORREGIDORES, como es público y notorio"
Y también hay otro punto en el que se dice que:
"En las funciones a la que asistía el rey Carlos III quien; daba la orden de empezar el festejo, tiraba la llave para salir el toro de la plaza, así como para echar banderillas y matar, etcétera, era el CABALLERIZO MAYOR".
Cuando Fernando VII funda la Escuela de Tauromaquia de Sevilla por Real Orden de 28 de marzo de 1830, a instancias del proyecto del conde de la Estrella, debido a la categoría profesional de los maestros que pone en la dirección (José Cándido y Pedro Romero) y con la "colaboración especial" del maestro Francisco Montes "Paquiro", van puliéndose tanto el desorden como el tumulto que hay en la fiesta de los toros, con lo que el espectáculo va regularizándose no sólo en el comportamiento de las reses y en la técnica de los lidiadores, sino incluso en la propia autoridad que preside. Siendo por esta evolución observada por lo que Cossío dice que:
"La Tauromaquia de Montes se ha de considerar como la base de la reglamentación taurina de nuestros días".
Esta Tauromaquia, en su tercera parte hace alusión, además de a muchos aspectos de la fiesta, a la PRESIDENCIA de las corridas y a la intervención de ésta en el desarrollo de la lidia. Presidencia que ha de ser asesorada por el llamado "fiel de las corridas".
Hay en esta Tauromaquia, una especie de fusión entre el orden público y aspectos técnicos que no tienen parangón posible con ningún espectáculo, ya que es la corrida de toros el único espectáculo que cuenta con un Presidente en funciones.
En la tercera década del siglo XIX, las corridas de toros han alcanzado madurez. Se dan por encima de todo a pesar de la oposición por parte de los "padres de la Ilustración" que incluso han adquirido más representatividad en las esferas gubernamentales, pero es que la Fiesta de los toros ha arraigado también, con gran fuerza, en el pueblo. De ahí que aunque no permitida haya que tolerarla. Hay al respecto una instrucción de 30 de noviembre de 1833, dada por el entonces Ministro de Fomento, que era don Javier de Burgos, que recomienda a sus subordinados que:
"no apoyen a la fiesta de los toros pero que la toleren siempre que se celebre en ciudades considerables y en días festivos"
Y estos subordinados son los jefes políticos, futuros gobernadores civiles que son los que, como herederos de los corregidores serían los encargados de:
“Dar o negar permiso para las funciones y reuniones públicas que hayan de verificarse en el punto de su residencia y PRESIDIR estos actos cuando lo estimen conveniente"
Se deduce que eran quienes presidirían las corridas en esos tiempos. Si bien muchos de ellos delegarían en sus subordinados que no eran otros que los jefes de policía.
Y esta presidencia tendría por finalidad hacer cumplir una normativa que estaría encuadrada en un Reglamento cuyo primer esbozo del mismo se debe a don Melchor Ordóñez que desempeñaba el puesto de Jefe Político de Málaga y que vio la luz, en esa capital andaluza, en la fecha de 1 de junio de 1847.
Si bien más que un verdadero Reglamento, en realidad se trataba de una autorización para celebrar unos festejos concretos en la que se explaya en unas consideraciones relacionadas; con la conservación del orden público, con los derechos de los espectadores, con la perfecta ejecución de las suertes y con la edad de los toros.
Tres años después, aparece otro reglamento en Pamplona de la mano de don Luis del Campo que prácticamente tiene los mismos puntos del de don Melchor solo que corregidos y aumentados, si bien faltan las prevenciones a los picadores.
Con posterioridad, cuando don Melchor es destinado a Madrid allá por el año 1852, confecciona el primer reglamento propiamente dicho, que es el reglamento de la Plaza de Madrid. A este siguen otros como el reglamento de la plaza de Sevilla del año 1858 y el de la plaza de El Puerto de Santa María que data del año 1861.
Y estos reglamentos se van perfeccionando a finales del siglo XIX, sobre todo a raíz de los triunfos de la pareja Rafael Molina "Lagartijo" y Salvador Sánchez "Frascuelo" que convulsionan la Nación con sus partidismos, como lo afirma Martínez Alfonso cuando dice:
"Se era "frascuelista" o "lagartijista", cómo se podía haber sido "carlista" o "liberal"
Ante esta división de opiniones es lógico que los reglamentos se hagan más amplios como ocurre concretamente con el de la plaza de Madrid aprobado por el gobernador civil, que era el conde de Heredia Spínola, el 14 de febrero de 1880 en que, con un contenido de 106 artículos, se nombra específicamente al Presidente del espectáculo al decir, en sus artículos 17 y 18:
"El gobernador civil delegará la presidencia en un delegado especial quien presenciará el reconocimiento de las reses por parte de dos subdelegados de la Escuela de Veterinaria y en presencia de un representante de la empresa y ganadero".
Y estos reglamentos se van engrosando con normas dictadas por autoridades ministeriales con el fin de hacer un Reglamento Nacional, de entre las cuales destacan por su interés:
- La Ley de Ayuntamientos de 5 de julio de 1856 en su artículo 26.
- La Ley de 25 de septiembre de 1863 en su artículo 11.
- El Real Decreto de 21 de octubre de 1866 en su artículo 11.
- La Ley Orgánica Provincial de 21 de octubre de 1868 en su artículo 82.
- El artículo 25 de la Ley Provincial de 29 de agosto de 1882.
Y como es muy posible que se hagan la pregunta:
¿Por qué se daban estas órdenes circulares? Se la voy a responder:
Sencillamente, porque había un marco legal por el que se regiría la Fiesta de los toros, que por otro lado estaba prohibida en realidad ya que no estaban derogadas las iniciales prohibiciones de Carlos III y Carlos IV y hasta finales del siglo XIX no se hace pronunciamiento en este sentido. Pronunciamiento que surgió como consecuencia de la concesión de un permiso para la construcción de una nueva plaza de toros en la ciudad de Valladolid. En esta ciudad se produce un recurso contencioso-administrativo promovido por D. Manuel López, Presidente de la Junta de la Casa de Beneficencia de Valladolid y de don José de la Cuesta propietario de la plaza de toros de dicha ciudad contra la autorización otorgada por el gobernador civil de la provincia al Ayuntamiento de Valladolid, para construir una nueva plaza de toros y contra la resolución del Ministro de la Gobernación por confirmarla.
El recurso se apoyaba en el privilegio otorgado en 1828 al dueño de la plaza antigua para que fuera el único que podía dar corridas de toros en Valladolid a cambio de destinar una parte de sus ingresos a Beneficencia. El recurso fue desestimado y sentó jurisprudencia en el sentido de que:
"las viejas disposiciones han de ser derogadas"
Los gobernantes se movían en el "filo de la navaja" por eso daban disposiciones que a veces eran contradictorias.
¿Cómo estaba el panorama parlamentario?
Pues más menos así:
Cuando muere José Rodríguez Rodríguez, "Pepete", el diputado don Salustiano de Olózaga alzó su voz en el Parlamento en contra de las corridas de toros. Dos años después otro parlamentario, el diputado Garrido solicita de las Cortes la suspensión de las corridas de toros.
Una grave cornada sufrida por "Frascuelo" recrudece la cuestión y el día 19 de diciembre de 1876 el Marqués de San Carlos presenta una ponencia en las Cortes contra las corridas de toros que le había dirigido la Sociedad Protectora de Animales y Plantas de Cádiz. Pero no la presenta formalmente hasta la nueva legislatura, es decir con fecha 1 de junio de 1877 en unión de otros firmantes entre los que se encontraban: don Antonio M. Fabre, don Alejandro Pidal y Mon, don Carlos M. Perier y don Francisco de Paula Candau. Esta proposición de ley contenía los dos puntos siguientes:
1.-Queda prohibida la construcción de nuevas plazas de toros, así como la reedificación de las que en la actualidad se encuentren derruidas.
2.-El Gobierno adoptará las medidas que crea convenientes para la supresión, dentro de un plazo prudencial, de las corridas de toros de muerte.
El debate se desarrolló el día 9 de junio y el marqués hubo de batirse en retirada ante la oposición por parte del resto de parlamentarios.
Posteriormente Oliván, presenta una proposición de ley que abarca ya a todo tipo de diversiones y festejos populares relacionados con el toro. Da una serie de normas que sirvan de transición a la desaparición; en el plazo de tres años, de la suerte de varas y, en el de cinco años, de la suerte suprema en la corrida de toros.
Los dos últimos artículos están minuciosamente estudiados para acabar con la fiesta de los toros pues, el penúltimo trata de desligar a la Administración de la Fiesta, al asignar a los alcaldes la facultad de dar o negar el permiso de celebración de espectáculos taurinos. Y el último artículo, limita la actuación administrativa en corridas, a la función de policía ya que deja en manos de las empresas particulares su organización y así de esta manera deducía el parlamentario que sería más fácil el ataque que cuando se hacía contra instituciones benéficas y corporaciones locales. En esta ocasión, salvó a la fiesta la intervención del Conde de Toreno, que era el Ministro de Fomento, al pedir al Congreso que no tomara en consideración la propuesta de Olivan.
Y con esta salvación surgieron las voces de los que estaban a favor de la Fiesta, quienes hicieron una proposición al Senado, en la legislatura de 1879 a 1880 en la voz del Marqués de Santa Ana, para que se crearan dos escuelas de tauromaquia en Madrid y en Sevilla que se iban a sufragar con el 1% del precio de las entradas de todas las plazas de España, del de los toros y de los honorarios de los matadores.
Pero no prosperaron ninguna de las proposiciones de ninguno de los dos marqueses (San Carlos y Santa Ana) porque era precisamente lo que la política deseaba.
Más tarde cuando el día 27 de mayo de 1894 muere en Madrid el diestro Manuel García "Espartero", reviven los intentos abolicionistas de la Fiesta, en los que intervienen verdaderos "pesos pesados" de la política tales como: don Tiberio Ávila, don Nicolás Salmerón, don Francisco Pi y Margall, don Matías Barrio y Mier, don Manuel Pedregal, don Gumersindo de Azcárate y don Fernando Soldevilla, quienes apoyaban su tesis en el derramamiento de sangre, lesión o muerte de personas y animales en estos espectáculos, al tiempo que tratan de salvaguardar el buen nombre de las autoridades ya que los presidentes de las corridas:
"pueden ser blanco de las injurias más graves y los dictados más soeces proferidos al amparo de la impunidad que ha sancionado la costumbre"
Pero afortunadamente para los aficionados, la proposición no prosperó.
¿ En qué quedó todo esto? Pues hacia dos objetivos:
1.-La prohibición de celebración de los espectáculos en domingo.
2.-La "humanización" de la Fiesta.
El primer punto, cuando se trató de llevar a efecto con motivo del cumplimiento de la ley de descanso dominical de 1903 en las corridas de toros, originó un mitin en el Retiro madrileño encabezado por Canalejas y el conde de Romanones.
Pero el segundo punto sí prosperó en los tiempos de la dictadura de Primo de Rivera, con ocasión de la celebración en España de un Congreso Internacional de Sociedades Protectoras de Animales en el año 1917, que hizo la propuesta de la supresión de la suerte de varas. Punto que no se consiguió, pero sí la introducción del peto protector de los caballos.

viernes, 25 de abril de 2008

EL VESTIDO DE TOREAR (II).

Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.

Así vestían los toreros actuantes en el año 1784 en la Plaza de Toros de Madrid:
"Los vestidos de la primera cuadrilla eran de gusanillo de seda de color sapo y capas de sempiterna azul. Los de la segunda cuadrilla de gusanillo de color azul y capas encarnadas. Todos llevaban ojales de hojuela de plata brillante, charreteras y botones de lo mismo. Las casaquillas de los picadores de gusanillo de color de sapo y las chupas de prusiana color de rosa, guarnecidos de galones de plata brillantes"
Tres años más tarde, el día 2 de julio de 1787 en la misma plaza, Costillares llevaba tela de gusanillo verde celedón. El vestido iba guarnecido de galón de plata brillante, ancho, con hojuela de plata por las costuras y rapacejo de plata por los cantos.
Los medios espadas eran Francisco Garcés y José Jiménez y los vestidos que llevaban eran:
"Los dos del mismo color, guarnecidos de galón más angosto, sin fleco ni hojuela".
Los banderilleros llevaban:
"Trajes de igual tono, sin galón, pero con ojal y botón de plata"
La cuadrilla de "Pepe-Hillo" vestía tela de gusanillo tornasolado, batido, dorado y color de botella. Llevando Delgado igual guarnición que su compañero "Costillares" y correspondiendo en guarniciones y adornos los vestidos de los dos medios espadas de esta cuadrilla que fueron Francisco Herrera "El Curro" y Francisco de Paula "El Maligno", a los de la otra. Y lo mismo los dos de los banderilleros.
¿Qué era el gusanillo.
Hilos trenzados y ensortijados de oro, plata, seda etc que formaban labores o dibujos sobre tafetán de varios colores.
Los toreros de antes tenían el número de trajes según su categoría. En el caso de "Pepe-Hillo", tenía nueve trajes, que son más o menos los que tienen las figuras actuales. Suelen hacerse de cuatro a seis trajes por temporada.
Seguramente te interesará saber ¿que hacen con los trajes viejos?
O los venden a casas que se dedican a comprar para luego revenderlos a toreros modestos, o bien, los donan a museos taurinos o a camerinos de vírgenes de su devoción.
Y algunos, que tienen "apego a la calderilla", ceden el oro de sus trajes viejos al sastre para que se lo descuente del precio del traje nuevo.
El numero de trajes que actualmente tienen los peones fijos que figuran en la cuadrilla de los de arriba del escalafón, suele ser de dos a tres.
Fue Francisco Montes "Paquiro" el primer espada de España, el "Napoleón de los toreros", el que vistió el traje de luces similar al actual.
Y ahora, antes de entrar a describiros las partes que componen la indumentaria de un torero, os voy a referir una anécdota curiosa:
En cierta ocasión, los toreros también vistieron de "librea".
Fue en Francia, a consecuencia de una apuesta protagonizada por el enemigo más encarnizado que tuvo la Fiesta de los Toros en España, el conde de Aranda.
Apostó que llevaría unos toros al país vecino, del cual era Embajador, a los cuales nadie sería capaz de torear. Pero los toros andaluces que llevó, a consecuencia de su falta de aclimatación, fueron dejados en ridículo por un diestro francés llamado Laplais. Enojado el Conde, volvió a llevar toros de Tudela y de Egea de los Caballeros, que fueron acompañados por un convoy de hierba de los sotos donde pastaban. Efectivamente, dieron tal juego, que nadie pudo con ellos. Aranda soltó la frase de "ahora veréis como los matan mis lacayos",que no eran otros que toreros profesionales que se había llevado con él y a los cuales disfrazó de servidores con sus libreas.
Seguidamente, voy a enumeraros de dentro a afuera, como si de una cebolla se tratara, las distintas "capas" que lleva sobre su cuerpo un torero vestido de luces.
Lleva unos "calzoncillos" que son de tela normal, pero que tienen la particularidad de que son largos. Actualmente algunos diestros lo que llevan son unos panties.
Cubriendo a éstos, en la parte de las piernas, lleva las "medias".
Estas surgen como necesidad de cubrir la parte de pierna que la taleguilla deja al descubierto. Antiguamente, lo que llevaban eran unas polainas de cuero, pero como dificultaban la lidia, debido a su rigidez, fueron sustituidas por las medias.
Hacia el año 1.730 las medias de los varilargueros y de los toreros eran distintas. Los picadores usaban medias de seda de color perla. Los toreros de a pie, llevaban medias distintas según que fueran matadores (las cuales eran de color rosa) o peones (de color blanco). Actualmente todos llevan las medias de color rosa con la "espiguetilla" o "espiguilla" en la parte lateral externa.
Y cubriendo a las medias están las "zapatillas".
Antiguamente estaban confeccionadas a base de piel, fieltro o paño, es decir, de materiales flexibles. Llevaban una hebilla de metal sobre la parte que correspondía al empeine.
En la actualidad están confeccionadas en piel fina o tafilete y no llevan hebilla, pero sí unos cordones con la finalidad de ajustarlas al pie.
Posteriormente, y ante el peligro de que se desataran, se suprimieron los cordones, que fueron sustituidos por unas gomas, que embutidas en los laterales de las zapatillas, las ajustaban perfectamente al pie.
La suela suele ser lisa y única. Carecen de tacón, para dar más seguridad. Interiormente suelen ser anatómicas.
Las modificaciones que sufren, naturalmente están sujetas a las manías de los diestros, que van, desde quien la humedece con agua antes de empezar las faenas, hasta los que mandan les labren las suelas para no resbalar.
Y vamos a completar el vestir al torero de medio cuerpo hacia abajo, poniéndole la "taleguilla".
En otros tiempos, lo que cubría al torero de la cintura hasta las rodillas, era el llamado "calzón". Este era una especie de pantalón, con las dos perneras. El nombre de "pantalón" viene de Pantalone personaje burlesco de la comedia italiana del siglo XVI de Venecia Este nombre deriva del patrono de la ciudad, San Pantaleón, y era una prenda utilizada por la marina italiana.
Con posterioridad, el torero adoptó este pantalón, pero le ajustó tanto a su cuerpo, que incluso la Inquisición condenó que tuviera portañuela.
Hoy, la taleguilla ha sufrido modificaciones en lo que se refiere a su ajuste, para que permita ver el juego de las piernas del torero en la valoración del arte, a la sustitución de los botones laterales de las pantorrillas por los machos, al ensanche experimentado por la tira lateral (que ha ido aumentando hasta abarcar media parte externa de la pierna, convertida en una verdadera filigrana de arte). Se la ha dotado de bragueta, y la sujeción es por medio de tirantes.
Y empiezo con la parte de arriba.
Lo primero y más interno que lleva el diestro es la "camisa". De color blanco, impoluta. El primero que la usó fue "Paquiro".
También con el transcurso del tiempo ha sufrido modificaciones que afectan al cuello, el cual ha ido haciéndose cada vez más pequeño, a la vez que se almidona. A los ojales, que se hacen dobles con la finalidad de adornar con gemelos de oro y cadenillas. Y a la pechera, que es la más adornada, a base de chorreras. Estas aparecieron en el siglo XIX y están colocadas a ambos lados de la abertura de la camisa. También se las llama bullones
Y encima de la camisa lo que rodea el cuello es la "corbata", esa prenda estúpida (según denominación de Unamuno y Einstein). Ese eslabón de la cadena: gorguera-golilla-cuello de encaje-corbata.
Ese derivado de la costumbre navarra de llevar pañuelo al cuello cuando hacía calor o se hacían trabajos fuertes, ya que recogía y mantenía el sudor. O esa reminiscencia del "pañuelo rondeño".
Fue Montes quien la introdujo en el atuendo torero, en forma de pañoleta que anudada al pecho dejaba colgar sus extremos en nudo enorme anterior. Luego su tamaño fue reduciéndose hasta convertirlas en corbatines, que hacen juego -y era un rito-, en cuanto a color se refiere, con la faja.
Sus colores, todos los imaginables. Pero predominan el encarnado y el negro.
Y en la parte media de división del tronco con el abdomen está la "faja", ese sustituto moderno del antiguo correón ancho de cuero, el "cinto o mediavaca" actual, de los campos charros, que dotado de hebilla para ajuste, protegía el vientre de las cornadas.
Esa faja de tafetán que a más de dar seguridad al diestro al sentirse ajustado, le daba vistosidad a causa de sus colores gayos y jerarquía, pues siempre la faja ha dado categoría.
Fue siempre de seda natural, y con una longitud de unos cuatro metros. Se llevó hasta el año 1925.
La faja + la corbata = cabos.













Y cubriendo todo esto, el "chaleco".
Prenda que aparece en el siglo XIX para cubrir la camisa, que se ve demasiado a consecuencia de que la casaca o chaquetilla está demasiado abierta por delante.
Se trata de una prenda lujosamente adornada.
A partir de "Paquiro", el chaleco es siempre vistoso y de seda. Ceñido al cuerpo. Abotonado con caireles y alamares, con bordados de oro y plata. Alguien dijo de él: “es lujo, fantasía, riqueza, filigrana, pasamanería y guarnicionería”
Hoy, únicamente está ornamentado en la parte visible, a base de rico recamado de hilo de oro o plata, que dibuja flores o figuras fantásticas.
Y finalmente cubriendo todo, esta la "chaquetilla".
Deriva del antiguo coleto de ante usado por el pueblo, que lo tomó de los soldados de los tercios de Infantería de los siglos XVI y XVII.
Ese ante que era resistente no sólo a las agresiones de las armas blancas, sino a las astas de los toros.
Ese coleto que ajustado a los costados con botones no solía llevar mangas, pues las mangas estaban acolchadas para amortiguar las cornadas, y éstas estaban cosidas a la camisa.
En las primeras décadas del siglo XVIII, los empresarios tratan de imponer la seda en los trajes para darlos vistosidad, y esto no gusta mucho a los toreros, los cuales sin embargo, al cabo de los años, todos visten seda. Da menos calor que el ante y, además es más vistosa y llamativa.
Hacia la mitad del siglo XVIII, los diestros arrinconan el coleto de ante y lo sustituyen por la casaca.
En los primeros treinta años del siglo XIX, se transforma la casaca en la prenda actual, que al ser más corta, deja ver dos dedos de faja en un claro marchamo andaluz. Ya va desapareciendo el cuello. Se va cerrando la chaquetilla por delante, en un principio, para posteriormente abrirse con la finalidad de dejar ver parte de la camisa y parte del vistoso chaleco.
Todo en la chaquetilla es lujo, todo son bordados preciosos.
Las "mangas", están adornadas al máximo, excepto en la parte que mira al cuerpo, con motivos muy diversos que van desde las flores, a las hojas, y a las figuras geométricas combinadas con las llamadas lentejuelas, que reflejan los rayos solares (de ahí el nombre de traje de luces). Llevan alamares dispuestos en tres filas paralelas colocadas cerca de los puños, de los cuales penden varios caireles.
La "espalda" de la chaquetilla es una verdadera obra de orfebrería. Célebres las espaldas de las chaquetillas que portaba el diestro Rafael García Escudero "Albaicín", ya que se las diseñaba su padrino Zuloaga.
Una parte importante, por su lujo, de la chaquetilla son las "hombreras".
Estas están tomadas de los uniformes militares, donde eran aprovechadas para colocar divisas, emblemas etc.
En el siglo XVIII las hombreras no eran como las actuales, ya que estaban formadas por franjas que bordeaban la articulación. Eran como una especie de charreteras. Posteriormente, estas tiras se adornan con flecos colgantes, imitando la moda francesa; son los alamares. Sigue la evolución hasta convertirse en hombreras con ricos bordados a base de hilos de metales preciosos que dibujan toda clase de flores, hojas, estrellas, arabescos, sobre los cuales se elevan, como granos gigantes, una serie de semiesferas que, en numero de ocho, ocupan la superficie de la hombrera. Los bordes anterior e inferior están rematados por dos borlones; uno adelante y otro atrás llamados machos.
Pero sin lugar a dudas la parte de la chaquetilla que sufrió más transformaciones ha sido la "delantera".
Con el transcurso de los años se sustituyó el recamado por los alamares, que de muy recargados al principio, pasaron a ir clareándose hasta llegar al momento actual.
Ahora llevan cuatro filas de alamares colocados así:
Primera fila, la más alta, con un alamar.
Segunda y tercera filas con dos alamares.
Y la cuarta y última fila, que bordea el filo inferior de la chaquetilla, con alamares colocados en fila india en el mismísimo borde inferior de la chaquetilla.
De cada alamar suelen colgar de cuatro a cinco caireles.
También lleva dos bolsillos que suelen estar ocupados por pañuelos.
Hoy los materiales modernos tienden ha hacer más livianos todos estos componentes del puzzle del vestido de torear. E incluso los diestros tratan de quitar tanto barroquismo en favor de la comodidad.
Y en lo más alto, en la cabeza, está la "montera", cumpliendo con su papel jerárquico, de poder, de hacer más grande el Yo del torero, de función utilitaria de protección de la testa contra los golpes de la otra testa taúrica.
Derivada del sombrero de dos picos; el cual procede del sombrero de tres picos o tricornio,(por avulsión de uno de ellos) que a su vez, procede del chambergo. Prenda que cubría la cabeza de los soldados de la guardia Chamberga, creada por la reina Mariana, esposa y sobrina del monarca Felipe IV. Estaba confeccionado en fieltro semiblando, y portaba alas anchas y copa acampanada.
Empleada en el siglo XIX, cuando vino la moda del pelo corto y los toreros no "se hallaron" con "la cara de resfriados" que les dejo tal mutilación. Por ello idearon la moda de la moña, de las patillas y de la montera, ya que de siempre, la cabeza de gran tamaño fue considerada como hermosa.
Luego, de estos tres elementos, el único que aumentó fue la montera, mientras que la moña fue haciéndose más pequeña y las patillas llegaron a desaparecer completamente, quedando en los tiempos actuales y únicamente para el recuerdo, en las mejillas de una familia ganadera salmantina. Actualmente las han adoptado a veces los diestros Luis Francisco Esplá y Juan José Padilla que en los momentos actuales luce unas enormes patillas en forma de hacha.
"Pepe-Hillo" usaba el castoreño, llamado así por estar confeccionado en piel de castor. Llevaba esta prenda una voluminosa escarapela, llamada cucarda, en forma de piña de color oscuro con un vértice más claro, con misión ornamental e inútil.
La montera, desde un principio, ha tenido finalidad de adornar en combinación con las patillas, y su uso se remonta a los tiempos de Paquiro. Es autóctona y semeja una prolongación del cabello rizoso. Es una prolongación de la antigua peluca. Por eso los diestros actualmente, y siguiendo con lo del "banco pintado", no se descubren ante el Presidente, sino que se limitan a llevarse la mano a la montera e inclinar la cerviz.
En su confección suele entrar el "astracán" -piel de cordero nonato de raza karakul- sobre el cual se suelen sobrepujar diferentes dibujos para darlas más vistosidad.
Es una prenda que resulta incómoda, sobre todo para los peones, que deben llevarla continuamente cuando están en el ruedo. Algo menos incómoda para el matador, que prescinde de ella cuando banderillea o para realizar las faenas de muleta, despreciando, tal vez inconscientemente y siempre anti-tradicionalmente, su carácter utilitario de casco protector.
Y en cuanto a los colores de la seda (componente de la base del traje), podemos decir que prácticamente están presentes todos los imaginables del espectro cromático que pueden componer cualquier paleta de un buen pintor. Colores que siempre han estado relacionados con los otros componentes del rito táurico. Por eso los básicos suelen ser los que utilizan en sus casullas de oficiar los sacerdotes, es decir: blanco, verde, rosa pálido, violeta, rojo y negro. O el color de los cardenales, el morado. También por su relación mariana, el color azul purísima y por su relación con Cristo, el color macareno o color del gran poder.
Pero también hay otros colores como:
Amarillo: considerado como el más anti-taurino. El color proscrito de Molier. Pero lo cierto es que lo han vestido diestros de todos los tiempos en las diferentes tonalidades que van desde el caña clarito hasta el canario, pasando por el amarillo limón.
Gris: Es quizá el color más anodino e indiferente de todos, pues la seda con este color es incapaz de destacar sobre los adornos de oro o plata. Color que va desde el gris perla, hasta el pizarra oscuro.
Tabaco: Se trata en realidad de la gama tonal de las tierras, que van desde el marrón claro hasta el oscuro. Corresponden con los colores de tierra siena natural y tierra siena tostada.
Seguidamente os describiré los colores anteriormente mencionados:
Blanco: El color inmaculado. El de las grandes solemnidades. Propio de alternativa por ser color de cambio de estado, como las galas, transfiguraciones, etc, etc. Se trata de un color puro y vistoso. El que también algunos toreros han utilizado en el día de su despedida de los ruedos.
Rojo: El taurinamente denominado grana, el que combinado con el oro da el grana y oro, de los toreros valientes. El terno más torero.
Verde: El color de la esperanza. Tonalidad que va desde el verde penicilina, hasta el botella pasando por el verde manzana.
Azul: Posiblemente el color más empleado. Va desde las gamas de azul purísima, hasta el azul cobalto, pasando por el azul cielo.
Negro: El llamado taurinamente catafalco. ¿Quizá porque la casulla negra y oro sea la utilizada para las celebridades fúnebres? Le encuentro un poco lúgubre a pesar de que hoy parece haberse puesto de moda, por parte de algunos diestros que lo consideran elegante.
En cuanto a los complementos que adornan el traje de torear, hoy también está de moda el azabache.
¿Tal vez, por su menor peso?
¿Acaso, por su menor coste?
No se exactamente la causa de esta moda. Si he podido observar que su empleo, casi siempre va ligado a los toreros artistas. Difícilmente en los toreros considerados como tremendistas, aunque algún torero de los denominados “fajadores”, también lo lleva.
Uno de los protagonistas de esta novelada obra, concretamente Francisco Javier, está ensimismado viendo con qué parsimonia y cuidado, uno de los matadores está Acoplándose el capote de paseo. Ayudado por uno de sus subalternos que va tensando el capote para que éste se ciña perfectamente sobre el hombro derecho, pecho y espalda del matador. Este va tomando pequeños trozos del borde del capote y les va plegando , en exactas medidas, con los dedos de la mano derecha, mientras la izquierda fija los pliegues, en un acordeón perfecto, sobre su vientre, impidiendo que se destense el capote de la posición elegida.. De lo que cuidan con su mirada, por si hay que rectificar, el resto de la cuadrilla.
Se ha puesto especial cuidado en que el bordado principal quede en el centro de la espalda del diestro. Bordado que representando una imagen sagrada, o en su defecto unos primorosos, alegres, vistosos y coloreados claveles, llenan de elegancia y arte, la seda o manila del fondo del capote.
¡Capote de paseo! Prenda preciosa y colorista que, sin duda, ha venido a sustituir al antigua dolman portado por los militares en su traje de gala y que, dentro de unos instantes, irá a engalanar la barrera ocupada por alguna bella espectadora de la corrida.

jueves, 24 de abril de 2008

EL VESTIDO DE TOREAR (I).

Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.

“El traje de los primeros toreros populares era el harapo” según palabras de D. José Ortega y Gasset.
Luego, a medida que los diestros comienzan a cobrar honorarios y estos daban para comer y vestirse, evolucionan hacia trajes que no acusan riqueza –ya que en el siglo XVIII el vestido tenía carácter jerárquico y, por ello el diestro no podía rebasar la clase social a la que pertenecía- pero sí, utilidad.
Siendo precisamente en el momento en que, el torero pasa de la oscuridad en que estaba sumido a ídolo popular, cuando se viste con el ampuloso, llamativo y bellísimo traje denominado de “luces”.
En cuanto a su evolución se refiere podemos decir que:
En un principio los toreros vestían como cualquier ciudadano de la época, diferenciándose de estos únicamente por la banda de tafetán que solían llevar cuando actuaban en las corridas. Era un distintivo que, recogido en las carnecerías, les servía para poder torear, puesto que sin la banda no podía bajar al ruedo.
¿Por qué ese distintivo?
Como consecuencia del informe que dio el doctor Cristóbal Pérez de Herrera que era médico de las galeras de España, en el que dijo que:
“Cada año morían en los cuernos de los toros unos trescientos hombres y recomendaba que únicamente bajaran a la plaza la gente experta, la cual sería reconocida por llevar una gorra colorada”
No prosperó su idea del gorro, pero al menos pusieron tafetán (unas tiras de una especie de seda) el cual se daba en la proporción de tres varas por diestro (equivalente a dos metros y medio de los actuales). Banda de tafetán que llevaban los profesionales y que era lo que les distinguía de los ventureros, que no eran profesionales sino gente de “mal vivir” (soldados cesantes, individuos salidos de galeras etc) que no les importaba jugarse la vida, puesto que era una “perra vida” la que llevaban.
En aquella época había dos tipos de torero: los de banda y estoque (entre los que estaban agrupados los matadores y los subalternos) y los de banda.
La referencia más antigua que tenemos del vestido de torear es la:
“Cartilla en que se anotan algunas reglas de torear a pie en verso y en prosa”
en la que se dice que los toreros llevaban coleto y calzón de ante, además de un correón de cuero en la cintura con una hebilla muy grande delante. Las mangas acolchadas y de terciopelo con la finalidad de disminuir el riesgo de las cornadas.
¿El por qué vestían trajes confeccionados a base de ante?
Porque el toreo actual tuvo sus precursores en Navarra y allí hacía frío y era donde los diestros navarros (procedentes de los pastores de reses bravas) participaban en las fiestas de las villas y aldeas de la región vasco navarroaragonesa, cobrando honorarios por ello para ayudarse en su otro oficio. Honorarios que eran cobrados por los apoderados como encargados de hacer los contratos con las plazas de toros.
El traje de torero era así:
“Casaquilla grana forrada de lienzo. Armadores de lama falsa. Entreforros de esterlín. Torzal y botones de plata falsa. Vestidos guarnecidos de galón y espiguetillas de plata. Medias encarnadas”.
En Andalucía los toreros visten trajes más livianos, confeccionados a base de seda, pues allí el clima es más dulce y además los diestros andaluces van de acompañantes de los caballeros, a los que auxilian. De ahí que su arte sea distinto al duro arte vasco-navarro, basado en el zig-zag, en el quiebro, en los movimientos rápidos, en las apariciones y desapariciones, porque el toro navarro, pequeño y vivaracho (dotado por ello de gran vivacidad y movilidad), lo impone. En cambio el toro andaluz, más largo , más tranquilo y más hondo, permite el toreo más reposado y artístico.
Luego viene una época en la que se aúnan el ante y la seda en el traje, de torero.

Pero la evolución del traje de torear no para ahí, sino que copia de los trajes de los soldados, al ser estos los únicos que podían vestir como “les viniera en gana” saltándose la prohibición del monarca Felipe IV sobre el uso de oro y plata en los vestidos.
De ahí que haya de hablar de los trajes militares, ya que fueron en parte, la base de los actuales trajes de torear.
Hasta finales del siglo XV no existían reglamentariamente las divisas en el Ejército. Pero por aquél entonces los Sargentos usaban la alabarda (arma-divisa) y los Capitanes y Superiores, la banda.
En el siglo XVI, los Sargentos empezaron a usar la llamada jineta que eran unas cintas de colores que portaban en el hombro derecho. Los Oficiales Superiores llevaban esas mismas cintas, pero de oro y plata. Los Coroneles las llevaban en ambos hombros. Los Sargentos Mayores en el hombro derecho y en el izquierdo, los Capitanes.
En el siglo XVIII aparecen los alamares (a base de un galón de tres dedos de ancho). Los de los Oficiales en oro y plata. Los de los Sargentos en estambre con el color de la divisa del Regimiento de pertenencia.
Reinando Carlos III, aparece un R.D (el día 1 de enero de 1785) por el que se dispone que a los alamares se les denomine charreteras. Estas a base de hilo de oro o plata, las llevan los Capitanes a pares (una en cada hombro). Los Tenientes solamente una (del mismo material) en el hombro derecho y los Alféreces o Subtenientes, una en el hombro izquierdo. En los Sargentos la charretera es de otro material (concretamente estambre) y el color es el de la divisa del Regimiento. Los Sargentos primeros llevaban dos (una en cada hombro), mientras que los Sargentos segunda, llevaban una sola en el hombro derecho.
A principios del siglo XIX los uniformes, sufren unas modificaciones. Los Oficiales siguen usando charreteras, pero ahora, los Subalternos añaden una capona del mismo metal (oro o plata) en el hombro que no lleva charretera. Lo mismo acontece con los Sargentos.
Entre los años 1809 y 1814 el Ejército de José Bonaparte lleva las siguientes charreteras:
Charreteras con canelón de oro o plata llevan:
Coronel y Mayor, en ambos hombros.
Comandante, en hombro derecho.
Capitán, en ambos hombros.
Teniente, sólo en el derecho y capona en el izquierdo.
Subteniente, solo en el izquierdo y capona en el derecho.
También se usaban las charreteras en el dolman.
A partir del año 1860 desaparecen las charreteras definitivamente. Durante el siglo XVIII, los toreros a medida que iban ganado puestos en la sociedad, tendieron hacia la imitación de los militares, llegando no solo a usar oro y plata en los vestidos, sino a ostentar signos visibles (en los trajes) de los triunfos obtenidos. Caso de José Romero quién al traje que le regaló la Duquesa de Alba le añadió el capote jerezano, el pañuelo rondeño y la faja sevillana que conmemoraban los triunfos cosechados en estas tres ciudades. Eran al fin y al cabo la representación taurina de las medallas militares a los méritos guerreros conseguidos.
Después como sigue ganado puestos la interpretación a pie del toreo, Joaquín Rodríguez “Costillares” solicitó a la Maestranza de Sevilla, la concesión de galón de plata para los toreros de a pie, con el fin de igualarlos con los picadores.
Pero los “toreadores” siguen su marcha ascendente hasta conseguir Francisco Montes “Paquiro” la subordinación de los varilargueros al Jefe de cuadrilla.
Extractado de mi libro: “Incursión por el mundo de los toros” Quirón Ediciones. I.S.B.N: 84-87314-34-1.