LA REVOLUCCIÓN DEL REJONEO.
LUIS ALONSO HERNANDEZ. Veterinario y escritor
Han de partir de la base que quien estas líneas escribe piensa que: "entre aficionados antiguos y modernos hay diferencias de gusto, sensibilidad, época, materia y objeto”. Y sigue pensando que “en los antiguos lo esencial era el toro, mientras que los modernos abogan por el torero”. Pero en cualquier caso “ambos son necesarios”.
Pues bien, con estos preceptos bien sentados, voy a tratar de desarrollar un tema que me preocupa últimamente y que no es otro que el del REJONEO.
Este surgió como consecuencia de que al acabar las cruzadas los caballeros cambiaron de arma. Sí, como suena. La lanza que tantos sarracenos había ensartado fue sustituida por el rejón encargado de herir a los toros que se encargaban, con su rejoneo, de mantener en perfecto estado de forma a dichos guerreros por si tenían que seguir peleando contra el morisco invasor.
Y tras enfrentarse a animales como zorros o jabalíes optaron, en su afán de aumentar el riesgo al máximo, por rejonear a los toros bravos que en vez de huir atacaban al sentirse acosados y heridos con mucho más poderío y peligro.
Pero estos caballeros hubieron de dejar paso al toreo de a pie, acuciados porque “ese menester no era del agrado de la esposa de ese rey que heredamos de Francia tras la paz de Utrech”, y casi se olvidaron de alancear toros en las plazas mayores de las ciudades. No obstante les quedó ese “resquemor” de actuar en las plazas rejoneando toros bravos para enseñar a los públicos de la ciudad las faenas que se hacían en el campo con el caballo como medio único e ideal para faenar a los toros.
Y por ello se llevó el rejoneo a los cosos y allí, ante la limitación de espacio, era obligado hacer una especie de lidia que fuera desgastando al burel para permitir el acercamiento al mismo, del caballo y montura, con la finalidad de aportar una expresión de arte.
Hasta ahí todo perfecto, pero llegó la revolución del rejoneo que trató de hacer lucir al caballo por encima de la ejecución de las suertes de colocación de rejoncillos de castigo, farpas, banderillas y rejón de muerte. A partir de ese momento resultó difícil ver a rejoneadores que al galope corto de sus corceles encelaran y templaran al toro basándose en abaniqueo “de arriba abajo” con esa cola amputada o recogida graciosamente, de sus jacas toreras.
LUIS ALONSO HERNANDEZ. Veterinario y escritor
Han de partir de la base que quien estas líneas escribe piensa que: "entre aficionados antiguos y modernos hay diferencias de gusto, sensibilidad, época, materia y objeto”. Y sigue pensando que “en los antiguos lo esencial era el toro, mientras que los modernos abogan por el torero”. Pero en cualquier caso “ambos son necesarios”.
Pues bien, con estos preceptos bien sentados, voy a tratar de desarrollar un tema que me preocupa últimamente y que no es otro que el del REJONEO.
Este surgió como consecuencia de que al acabar las cruzadas los caballeros cambiaron de arma. Sí, como suena. La lanza que tantos sarracenos había ensartado fue sustituida por el rejón encargado de herir a los toros que se encargaban, con su rejoneo, de mantener en perfecto estado de forma a dichos guerreros por si tenían que seguir peleando contra el morisco invasor.
Y tras enfrentarse a animales como zorros o jabalíes optaron, en su afán de aumentar el riesgo al máximo, por rejonear a los toros bravos que en vez de huir atacaban al sentirse acosados y heridos con mucho más poderío y peligro.
Pero estos caballeros hubieron de dejar paso al toreo de a pie, acuciados porque “ese menester no era del agrado de la esposa de ese rey que heredamos de Francia tras la paz de Utrech”, y casi se olvidaron de alancear toros en las plazas mayores de las ciudades. No obstante les quedó ese “resquemor” de actuar en las plazas rejoneando toros bravos para enseñar a los públicos de la ciudad las faenas que se hacían en el campo con el caballo como medio único e ideal para faenar a los toros.
Y por ello se llevó el rejoneo a los cosos y allí, ante la limitación de espacio, era obligado hacer una especie de lidia que fuera desgastando al burel para permitir el acercamiento al mismo, del caballo y montura, con la finalidad de aportar una expresión de arte.
Hasta ahí todo perfecto, pero llegó la revolución del rejoneo que trató de hacer lucir al caballo por encima de la ejecución de las suertes de colocación de rejoncillos de castigo, farpas, banderillas y rejón de muerte. A partir de ese momento resultó difícil ver a rejoneadores que al galope corto de sus corceles encelaran y templaran al toro basándose en abaniqueo “de arriba abajo” con esa cola amputada o recogida graciosamente, de sus jacas toreras.
Posiblemente el recién retirado Javier Buendía no llegaría, en estos momentos, de manera intensa más que a verdaderos aficionados con sus caballos domados a la “vaquera” y que con esa difícil facilidad “andaban más que corrían” delante de la cara del toro en un trote corto, recogido, redondo, acompasado y medido. Todo era lentitud y templanza en la lidia, sin sofocar y menos quebrantar a sus “fieles brutos” en ese rejoneo de sabor campero, donde el caballo es juzgado por los entendidos en “como va”, “como entra”, “como pone sus orejas”, “sus protestas” o por el contrario “su fidelidad de respuesta” a las riendas o piernas de quien lo monta.
Lo que prima ahora, es ver la torería de los caballos domados no para las faenas camperas sino para “numeritos circenses” adaptados al rejoneo no como complemento sino más bien como fundamento. Y, es que este público festivo se enerva cuando el caballo se aleja del toro a “galope tendido” hasta la máxima distancia que las tablas permiten, para, tras realizar una “empinada” seguida de una “pirueta” volver hacia el toro a velocidad del rayo y en un quiebro visto y no visto clavar con mayor o menor acierto.
Lo que prima ahora, es ver la torería de los caballos domados no para las faenas camperas sino para “numeritos circenses” adaptados al rejoneo no como complemento sino más bien como fundamento. Y, es que este público festivo se enerva cuando el caballo se aleja del toro a “galope tendido” hasta la máxima distancia que las tablas permiten, para, tras realizar una “empinada” seguida de una “pirueta” volver hacia el toro a velocidad del rayo y en un quiebro visto y no visto clavar con mayor o menor acierto.
En estos tiempos, rejoneadores de la talla del cordobés Antonio Cañero, del jerezano, Álvaro Domecq y Díez e incluso la amazona Conchita Cintrón, la llamada “Rosa de Cuzco” difícilmente calarían en estos nuevos aficionados que alucinan ante estos caballos actuales domados en el sentido de dar espectáculo ante toros suavones, carentes de genio y por ende de embestidas descompuestas e imprevisibles.. No son caballos domados para faenas camperas sino en la “alta escuela” para andar de lado y mirar de continuo al toro mientras huyen de él toreándole con su tercio anterior para acabar rematando con la grupa.
Todo muy bonito, muy espectacular, pero apartándose un tanto del rejoneo clásico a quien los libros de jineta definen como “poner rejones en lo alto del toro cuando las astas de este estaban a la altura del estribo tras haber dado el pecho en el embroque”. ¡Eso es rejonear!.
Pero como hoy los tiempos son otros, se puede dar ( no sin éxito) una corrida de seis toros con diferentes números de rejoneadores. Distintas formas a aquellas en que un rejoneador iba por delante de la corrida a pie. Tiempos que van desde Cañero a Alvaro Domecq, pasando por los portugueses Simao da Veiga o Joao Nuncio.
Hubo una primera revolución llevada a cabo por Angel Peralta quien con su rejoneo espectacular colocó a su hermano Rafael de pareja y propició que se les unieran otra nueva pareja formada por Alvarito Domecq y José Manuel Lupi, quienes constituyeron una nueva modalidad de toreo por “colleras”, donde cada rejoneador lidiaba un toro en solitario y luego los dos restantes, hasta seis, por parejas.
Es un bonito espectáculo que además cumple una misión económica importante como es la poder lidiar toros que por sus defensas deterioradas o por su falta de casta, no pasarían el “fielato” de corridas convencionales de a pie.
Ahora nos gusta ver a caballos de la cuadra de Pablo Hermoso de Mendoza como “Cagancho” en sus pasadas espectaculares y toreras ante la cara del toro o a su compañero “Mariachi” quien a pesar de su capa baya es muy torero y valiente o a ese “Zurbarán” de Joao Moura que borda el recorte para esas banderillas al cambio.
No pudimos ver a pesar de nuestra edad a esa elegante, ágil, ligera, elástica y armoniosa jaca llamada “Bordo” con la que Antonio Cañero esperaba a la salida de chiqueros a aquellos toros que galopaban apretando los riñones mientras sacudían el polvo de sus grupas, en una difícil suerte de la que salía milagrosamente indemne a causa de ese salto de cinco metros antes de emprender raudo galope precedido de arreón. La misma que tensa ante el toro vivo se relajaba hasta casi rayar el desmadejamiento cuando intuía que el toro estaba herido de muerte.
¡Cañero!. Rejoneador que a veces echaba el pie a tierra y toreaba con la manta que tomaba del borren delantero de su silla campera antes de cuadrar a sus toros para matarlos de un volapié.
Tampoco a la jaca “Esplendida” de D. Alvaro Domecq que tuvo la gloria de dar nombre a la barriada que el caballero jerezano construyó para sus obreros en Jerez. La misma que en la escultura colocada encima de su tumba en el jardín de la casa de D. Álvaro en Jerez, tenía el epitafio que rezaba:"Esplendida en el campo, en la plaza y en el recuerdo".
Pero si vimos a “Opus” ese torero y espectacular caballo de Alvarito Domecq que con sus crines al viento parecía volar ante los toros.
Y al “cuarto de milla” colombiano que Vidrié bautizó con el nombre de “JB” y que ha sido el caballo que recibió la mayor ovación que la afición de las Ventas ha dispensado a caballo alguno tras los dos quiebros que de salida propinó a un toro a la salida de chiqueros para ponerle un rejoncillo en todo lo alto.
Y también quiero recordar al madrileño Gregorio Moreno Pidal que revolucionó el rejoneo al actuar con toros en puntas en medio de un toreo espectacular como era el poner banderillas a dos manos sin cabezada. Quizá demasiado riesgo para el “toreo a caballo” que ahora se practica.
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