Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.
No tuve la oportunidad de ver torear a Domingo Ortega. Sí lo hizo mi padre en muchas ocasiones. Le oí decir que “se doblaba muy bien con los toros” que la faena de muleta "la hacía siempre con la espada montada” que “en las trincheras, base de sus faenas, al doblarse clavaba el estoque detrás del codillo del toro” y naturalmente, mi padre no me iba a mentir.
Este “paleto ilustre”, cómo un crítico le bautizó, con el tiempo llegó a dar conferencias, tras codearse con los intelectuales de su época tales como Ortega y Gasset, Julio Camba, Marañon, López de Ayala, Belmonte, Zumel, Sebastián Miranda..
En su conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid con fecha 29 de marzo del año 1.950 dejó bien patente que para él, el arte del toreo es una cosa muy compleja pues cada uno lo ve de distinta manera.
Y hasta cierto punto es comprensible que un concepto tan sumamente subjetivo no lo vea igual el espectador que el torero que lo ha ejercido en sus dos facetas: como practicante y como espectador.
Domingo Ortega lo ve como un arte muy joven (dos siglos de existencia es muy poco) al tiempo que observa la negatividad de lo escrito sobre él, consecuencia del apasionamiento.
Echa de menos el libro de “El arte del toreo”, pero no encuentra el autor idóneo puesto que debería ser una mezcla de torero-ganadero-veterinario y filósofo. Y este “monstruo sagrado” de momento no ha nacido de ahí que, D. José Ortega y Gasset declinara la proposición al respecto.
Pues en el toreo hay que analizar muchas cosas dependientes de ambos protagonistas: toro con sus características físicas, anatómicas, fisiológicas e incluso psicológicas que se comportará de una determinada manera durante la corrida; torero, que habrá de hacer una faena, no solo solventando las dificultades que su oponente presente, sino acorde con un lidia reglamentada y con el imperativo de crear arte momentáneo y con estética visual.
Y hasta cierto punto es comprensible que un concepto tan sumamente subjetivo no lo vea igual el espectador que el torero que lo ha ejercido en sus dos facetas: como practicante y como espectador.
Domingo Ortega lo ve como un arte muy joven (dos siglos de existencia es muy poco) al tiempo que observa la negatividad de lo escrito sobre él, consecuencia del apasionamiento.
Echa de menos el libro de “El arte del toreo”, pero no encuentra el autor idóneo puesto que debería ser una mezcla de torero-ganadero-veterinario y filósofo. Y este “monstruo sagrado” de momento no ha nacido de ahí que, D. José Ortega y Gasset declinara la proposición al respecto.
Pues en el toreo hay que analizar muchas cosas dependientes de ambos protagonistas: toro con sus características físicas, anatómicas, fisiológicas e incluso psicológicas que se comportará de una determinada manera durante la corrida; torero, que habrá de hacer una faena, no solo solventando las dificultades que su oponente presente, sino acorde con un lidia reglamentada y con el imperativo de crear arte momentáneo y con estética visual.
Matizó el conferenciante que a veces se ven “faenas de cuarenta muletazos que no han logrado mermar las fuerzas del animal”.¡No le ha sometido! ¿Causa? Que el torero ha dado cuarenta pases pero que no ha toreado, puesto que cuando al toro se le torea, éste se somete y se entrega.
Cuando los aficionados se lamentan del estado actual de la Fiesta, él les dijo que “no había surgido por generación espontánea” que había tenido un proceso en el que ellos habían tenido parte importante de culpa al dejarse arrollar por la masa, achacándolo a:“seguramente porque la vida tiene problemas más importantes que la afición a los toros, aún para los más apasionados”.
Cuando los aficionados se lamentan del estado actual de la Fiesta, él les dijo que “no había surgido por generación espontánea” que había tenido un proceso en el que ellos habían tenido parte importante de culpa al dejarse arrollar por la masa, achacándolo a:“seguramente porque la vida tiene problemas más importantes que la afición a los toros, aún para los más apasionados”.
La culpabilidad la achacó a ser partidarios de las personalidades de los toreros y “nunca conscientes de las buenas normas de practicar el arte” de esa especie de “chaqueterismo” que de siempre ha existido en el mundo del toro porque nunca conocieron la catalogación de su primer ídolo, al que cambiaron por otro diametralmente opuesto en sus normas, personalidad, formas y reglas, cuando se retiró.
Nunca llegaron a conocerlo al no catalogarlo como clásico en sus normas, sino como estilista, y se trataba de un torero clásico de bien hacer que al cuarto pase ya tenía al toro “en sus manos” “no porque lo hubiera atontado, sino porque lo había toreado”
Cierto que hay toreros dotados de unas facultades físicas extraordinarias que le dan un poderío físico envidiable, pero que no son capaces de someter a los toros tan pronto como lo hace el clásico, con belleza y sencillez dimanadas de ese otro poderío clásico.
Tampoco han sido capaces estos aficionados de seguir las fieles normas clásicas de Parar, Templar, Mandar con el añadido de CARGAR -intercalado entre las dos últimas- tan necesaria para que no desviase tanto el toreo.
¡El cargar la suerte! Que no es abrir el compás, puesto que este no profundiza, ya que para hacerlo la pierna del torero ha de avanzar para adelante y no al costado.
Para aquellos que afirmaron que “hoy se torea mejor que nunca” también hubo “raspapolvo” cuando dijo: ¿Cuántas veces han visto ustedes echarle a los toros la pierna adelante, antes de llegar a la jurisdicción del torero?
Reconoce que la culpa no la tienen los toreros que están adulterados por culpa del clima en que se formaron donde imperaba el dicho de que "el toreo ha llegado al sumun de la perfección, que era lo nunca visto” y que recibían el clamor del público practicando las normas reinantes.
La euforia de la postguerra contribuye a llenar las plazas durante dos o tres años seguidos, para después reconsiderar los hechos, retraerse muchos de ellos, mientras otros por no dar el “brazo a torcer” se callan y los más numerosos “siguen erre que erre diciendo que se torea mejor que nunca, cuando en el fondo reconocen lo monótono de este tipo de toreo”
El toro casi ha desaparecido por su falta de presencia y de mutilación de sus astas, pero los culpables de estas manipulaciones se escudan en culpar a los toreros.
Y estos pagaron las consecuencias porque triunfarán cuando el toro se lo permita con claridad, pero en el fondo de su conciencia reconocerían que el toro (su colaborador) nunca estuvo dominado.
Domingo Ortega era consciente que las normas clásicas son eternas; la fiesta en sí es más fuerte que todos los toreros juntos; el que se salga de ellas está a merced de los toros y estando a merced de ellos a la larga se apoderan de él.
Sostenía que el arte del toreo radica en el peligro que el toro tenga. Si al toro se le quita este gran peligro, al menos ésta es la impresión que le da al que está cerca de él, al arte de torear no existe.
Un consejo a los nuevos valores: el mirar al tendido, llegar al toro de costado quedarse rígido dejándole pasar, fueron invenciones del toreo cómico.
Dijo que cuando llegue el momento de que salga el toro con la belleza de su pujanza, estarán los toreros en forma y en condiciones de imponerle en todo momento su voluntad, se les ampliará el camino de la maestría y por tanto el campo del arte, pues como decía mi gran amigo Eugenio D’Ors “no hay que cansarse de hacer la apología de la perfección porque de lo demás, en fin de cuentas, siempre quedará bastante”.
También dio un consejo a los toreros de entonces: “Cuando se echen los cerrojos de las barreras, en el ruedo quedan muchos problemas por resolver y uno de ellos, el principal es el toro que sale por chiqueros, al que si no puedes con él, el podrá contigo y en ese caso estarás a su merced y todo lo que hagas será en tono menor con relación al arte”.
Cierto que hay toreros dotados de unas facultades físicas extraordinarias que le dan un poderío físico envidiable, pero que no son capaces de someter a los toros tan pronto como lo hace el clásico, con belleza y sencillez dimanadas de ese otro poderío clásico.
Tampoco han sido capaces estos aficionados de seguir las fieles normas clásicas de Parar, Templar, Mandar con el añadido de CARGAR -intercalado entre las dos últimas- tan necesaria para que no desviase tanto el toreo.
¡El cargar la suerte! Que no es abrir el compás, puesto que este no profundiza, ya que para hacerlo la pierna del torero ha de avanzar para adelante y no al costado.
Para aquellos que afirmaron que “hoy se torea mejor que nunca” también hubo “raspapolvo” cuando dijo: ¿Cuántas veces han visto ustedes echarle a los toros la pierna adelante, antes de llegar a la jurisdicción del torero?
Reconoce que la culpa no la tienen los toreros que están adulterados por culpa del clima en que se formaron donde imperaba el dicho de que "el toreo ha llegado al sumun de la perfección, que era lo nunca visto” y que recibían el clamor del público practicando las normas reinantes.
La euforia de la postguerra contribuye a llenar las plazas durante dos o tres años seguidos, para después reconsiderar los hechos, retraerse muchos de ellos, mientras otros por no dar el “brazo a torcer” se callan y los más numerosos “siguen erre que erre diciendo que se torea mejor que nunca, cuando en el fondo reconocen lo monótono de este tipo de toreo”
El toro casi ha desaparecido por su falta de presencia y de mutilación de sus astas, pero los culpables de estas manipulaciones se escudan en culpar a los toreros.
Y estos pagaron las consecuencias porque triunfarán cuando el toro se lo permita con claridad, pero en el fondo de su conciencia reconocerían que el toro (su colaborador) nunca estuvo dominado.
Domingo Ortega era consciente que las normas clásicas son eternas; la fiesta en sí es más fuerte que todos los toreros juntos; el que se salga de ellas está a merced de los toros y estando a merced de ellos a la larga se apoderan de él.
Sostenía que el arte del toreo radica en el peligro que el toro tenga. Si al toro se le quita este gran peligro, al menos ésta es la impresión que le da al que está cerca de él, al arte de torear no existe.
Un consejo a los nuevos valores: el mirar al tendido, llegar al toro de costado quedarse rígido dejándole pasar, fueron invenciones del toreo cómico.
Dijo que cuando llegue el momento de que salga el toro con la belleza de su pujanza, estarán los toreros en forma y en condiciones de imponerle en todo momento su voluntad, se les ampliará el camino de la maestría y por tanto el campo del arte, pues como decía mi gran amigo Eugenio D’Ors “no hay que cansarse de hacer la apología de la perfección porque de lo demás, en fin de cuentas, siempre quedará bastante”.
También dio un consejo a los toreros de entonces: “Cuando se echen los cerrojos de las barreras, en el ruedo quedan muchos problemas por resolver y uno de ellos, el principal es el toro que sale por chiqueros, al que si no puedes con él, el podrá contigo y en ese caso estarás a su merced y todo lo que hagas será en tono menor con relación al arte”.
Ante el toro todo ha de ser suavidad y lentitud porque es lo que les agrada. Para lograrlo hay que ir a las normas clásicas que mandan ir siempre hacia delante que no es otra cosa que “cargar la suerte” cargando sobre la pierna tanto en los lances a la verónica como en las banderillas e incluso en la suerte suprema.
Pues en los toros cuando no se va para adelante se va para atrás y esto el único que puede hacerlo es quien abre la puerta del toril.
Como ganadero que fue habló del toro, considerando antinatural que el toro sea bravo tal como lo queremos para la lidia. El toro a medida que crece en edad va desarrollando su instinto de defensa para defenderse en las luchas con sus propios compañeros. Alcanza su máxima inteligencia o sentido a los cinco años y también sus manías, resabios y dificultades para la lidia.
También hablo de los efectos de la puya y no les considera desastrosos ya que el toro siempre tiene fuerzas para embestir, lo que no tiene en muchos casos es voluntad de hacerlo. El toro en cuatro puyazos bien dados ha perdido la décima parte de la sangre que tiene en el cuerpo, lo que no vemos es que de la brava tenía poca y es la que los puyazos hicieron salir.
Habla de que los toros salen si saber embestir y que hay que enseñarlos y a veces el torero ha de huir para que se vaya confiando. Pero la huída ha de ser en su justa medida pues de lo contrario el toro se crece ante el que huye y siempre le perseguirá.
Asegura que no se ha conseguido el toro completamente bravo.
Para finalmente decir que los toreros antiguos se enfrentaban a toros de bravura no fijada y que no lo hacían peor que los de ahora que son los que torean mejor que nunca.
Yo también me voy a permitir unas matizaciones respecto a Domingo Ortega quién, pese a representar para algunos el concepto más amplio y profundo de la lidia, “anduvo de cabeza” frente al toro “Tapabocas”.
Un torero de ideas muy claras cuando matizaba que “el trabajo en el campo, forja, curte y no es mal entrenamiento para ejercer la profesión de torero” quién sobre el honor de la muerte en el ruedo opinaba que “un torero es un artista y no un pobre suicida” y basó su fama en los ruedos en “llevar a los toros por donde no quieren ir”.
Pero Domingo Ortega también tuvo sus detractores, alguno de los cuales dijo:
“Si a Domingo Ortega le aplicamos el cuento del viajero desaprensivo, tenemos que el de Borox, con un billete tan solo de primera clase , ha viajado tan ricamente en coche-cama del tren taurino sin pagar suplemento alguno”¡Y le ha ido estupendamente!
Pues en los toros cuando no se va para adelante se va para atrás y esto el único que puede hacerlo es quien abre la puerta del toril.
Como ganadero que fue habló del toro, considerando antinatural que el toro sea bravo tal como lo queremos para la lidia. El toro a medida que crece en edad va desarrollando su instinto de defensa para defenderse en las luchas con sus propios compañeros. Alcanza su máxima inteligencia o sentido a los cinco años y también sus manías, resabios y dificultades para la lidia.
También hablo de los efectos de la puya y no les considera desastrosos ya que el toro siempre tiene fuerzas para embestir, lo que no tiene en muchos casos es voluntad de hacerlo. El toro en cuatro puyazos bien dados ha perdido la décima parte de la sangre que tiene en el cuerpo, lo que no vemos es que de la brava tenía poca y es la que los puyazos hicieron salir.
Habla de que los toros salen si saber embestir y que hay que enseñarlos y a veces el torero ha de huir para que se vaya confiando. Pero la huída ha de ser en su justa medida pues de lo contrario el toro se crece ante el que huye y siempre le perseguirá.
Asegura que no se ha conseguido el toro completamente bravo.
Para finalmente decir que los toreros antiguos se enfrentaban a toros de bravura no fijada y que no lo hacían peor que los de ahora que son los que torean mejor que nunca.
Yo también me voy a permitir unas matizaciones respecto a Domingo Ortega quién, pese a representar para algunos el concepto más amplio y profundo de la lidia, “anduvo de cabeza” frente al toro “Tapabocas”.
Un torero de ideas muy claras cuando matizaba que “el trabajo en el campo, forja, curte y no es mal entrenamiento para ejercer la profesión de torero” quién sobre el honor de la muerte en el ruedo opinaba que “un torero es un artista y no un pobre suicida” y basó su fama en los ruedos en “llevar a los toros por donde no quieren ir”.
Pero Domingo Ortega también tuvo sus detractores, alguno de los cuales dijo:
“Si a Domingo Ortega le aplicamos el cuento del viajero desaprensivo, tenemos que el de Borox, con un billete tan solo de primera clase , ha viajado tan ricamente en coche-cama del tren taurino sin pagar suplemento alguno”¡Y le ha ido estupendamente!
Asi que???