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jueves, 25 de diciembre de 2025

PENSAMIENTOS DE UN VIEJO MAYORAL.


PENSAMIENTOS DE UN VIEJO MAYORAL.
Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.
En cierta ocasión oí decir a un mayoral -persona que convive con los toros bravos las veinticuatro horas del día- al sacar sus propias conclusiones qué:
los animales, aunque en distinto grado, tienen, al igual que las personas, INTELIGENCIA”.
Creo que la confundió con INSTINTO. Pero....
Una “inteligencia” de otro género, de otra clase, de otro color pero que indudablemente ellos discurren bien, a su manera, y, matizó pues imagino tendría motivos para hacerlo, que los más listos son los animales más pequeños como la hormiga o la abeja.
Dentro de los bóvidos- a los que conocía perfectamente- decía que, mientras las vacas de leche son idiotas, los toros de lidia son más listos que el hambre, alcanzando su culmen cuando nos referimos al toro de Miura.
¿Por qué? Pues porque en esta ganadería las cosas se hacen siempre igual rindiendo culto a la tradición pues D. Eduardo Miura tenía a los machos en la Isla (El Conde Chico) y otros cerrados hasta el mes de septiembre en que pasaban al Cuarto los toros útiles de la camada del año siguiente.
Una vez liquidados los toros de saca, los toros chicos pasaban a ser los toros grandes que estaban todos juntos en manadas en Cuarto y, cuando había que apartar una corrida, D. Eduardo se metía entre los toros y, en cinco minutos con la garrocha apartaba a los seis ejemplares componentes de la corrida, mientras sus hijos y los criados, sujetaban a los bueyes presenciando la escena, en silencio absoluto, desde una respetuosa distancia.
Cuando murió D. Eduardo sus descendientes continuaron la tradición.
Un día de primavera llevaron a toda la camada al rincón de siempre de uno de los cerrados y, tras elegir a los seis toros componentes de la corrida, en cinco minutos quedaron arropados por los bueyes.
Se trataba de la primera corrida que salía en esa temporada en la que había mucho y bueno donde escoger.
D. Antonio dijo:
-Vamos con ellos.
Tras abrir la cancela, los toros salieron al camino pegados a la alambrada que cerraba el cerrado donde habían estado alojados.
En los primeros 300 metros todo fue normalmente, pero uno de los toros cárdeno de capa, todo un tío, dio un salto de costadillo y se coló en el cercado donde había estado encerrado con anterioridad a la salida.
D. Antonio ordenó seguir adelante con los cinco componentes restantes que completaron recorrido con normalidad y fueron embarcados.
-Tiempo habría para volver a por el disidente
Cuando volvieron a recoger al cárdeno, éste se hizo el desentendido. Le echaron los bueyes a los que en principio siguió sin protesta alguna hasta que dio un respingo y salió de naja, antes incluso de finalizar el recorrido de la alambrada que circundaba el cerrado.
Esta escena se repitió ciento de veces en las que el toro cada vez más furioso, corneaba a los bueyes hasta que estos acabaron por temer acercarse a semejante fiera que, de momento no atacaba a los jinetes, hasta que finalmente se refugió en una quebrada donde no había manera de sacarle.
Hasta un vaquero ordenado por D. Antonio y teniendo cuidado de no darle en los ojos, le lanzó varias pedradas con la honda, hasta que una de ellas le dio en un ojo y aquello le salvo del embarque, siendo abandonado en el lugar que ocupaba yéndose la comitiva del encierro, en busca del sustituto.
El elegido fue un toro de capa castaña que no presentó dificultades en el encierro quién, finalmente completó la corrida.
A lo largo de la temporada, siguieron saliendo corridas pero para ninguna de ellas se pensó contar con el toro díscolo que no pudo ser encerrado en el primer encierro el cual seguía el proceso de recuperación del ojo apedreado y del mal rato que se le hizo pasar por su tozudez.
Un buen día del mes de agosto para una corrida norteña se escogieron los seis toros y al poco de echar a andar, uno de ellos repitió la gracia del hermano pero como llovía sobre mojado, uno de los vaqueros con su caballo, tomó el arroyo para que no se encastillase en él el nuevo saltarín.
Allí comenzó una brega de aúpa ya que el toro no quería salir del cerrado. Hubieron de turnarse tanto los equipos de vaqueros, como los de cabestros.
Al final hubieron de sacarle D. Antonio y D. José solos, sin vaqueros y sin bueyes, achuchándole muy de cerca con los caballos y poniéndole la garrocha en las ancas hasta que al fin quedó a buen recaudo en el encerradero.
A la mañana siguiente el toro no apareció por ninguna parte. Se pensó que le hubieran matado otros toros pero, resultaba que estos estaban tranquilos sin rastro de sangre, ni de lucha por ningún lado.
Por la noche se supo que el toro se había presentado en la Isla tras, haber estado navegando durante toda la noche.
De la Isla fue de todo punto imposible sacarle teniendo que optar finalmente por llevar con una carreta una jaula a la Isla y allí, dándole al toro su querencia, se le metió en la jaula y tras amarrar bien los barrotes, no fuera que se escapase y diera nuevos problemas,  trasladarle a un corral desde el que con los cabestros se procedió, no sin ciertas dificultades al embarque.
Lo que nunca supimos es como se comportó en la lidia pero por hechos referidos estos toros que dan “mucha guerra” en el campo, no son los de mejor comportamiento en la plaza.
Y así es como, aunque con otras palabras, lo refirió Luis Fernández Salcedo en la Revista El Ruedo del día 11 de noviembre del año 1962.