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domingo, 2 de octubre de 2011

ANÉCDOTAS DE TOROS.

ANÉCDOTAS DE TOROS.
Por LUIS ALONSO HERNÁNDEZ. Veterinario y escritor.

Cayó en mis manos un recorte publicado con fecha 08/11/1962 en el Ruedo escrito por D. Luis Fernández Salcedo un ingeniero agrónomo (1901-1986) a quién alguien definió cómo: magnífico escritor, discreto conferenciante, buen aficionado, gallista sincero y, sobre todo, ganadero que no llegó a serlo puesto que nunca dirigió una ganadería pues  la de su familia (Herederos de D. Vicente Martínez) la diezmaron en la guerra civil española del año 1936.
Su título: Y… de qué le valió? Perteneciente a la sección titulada Cuentos del viejo mayoral con dibujos de Antonio Casero.
El viejo mayoral decía que a su parecer los animales –unos más y otros menos- tenían inteligencia como las personas.
Inteligencia que posiblemente sea de otra clase, género o color, pero…que ellos discurren a su manera.
Para él los más inteligentes son los más pequeños como la hormiga y la abeja.
En el caso del ganado vacuno, las vacas de leche son idiotas, pero el toro bravo es "más listo que el hambre".
Al toro de Miura le considera como el “non plus” de la ciencia y de la experiencia y dice que en esta ganadería con el toro bravo se rinde culto a la tradicción.
D. Eduardo tenía los machos en la Isla (en el Conde, el Conde Chico y otros cerrados) hasta finales del mes de septiembre en que pasaban los toros útiles a Cuarto.
Una vez liquidados los toros de “saca”, “los chicos pasaban a ser los toros grandes”.
En Cuarto estaban todos los toros juntos y cuando había que embarcar una corrida, D. Eduardo se metía entre los toros con la garrocha y en un momento apartaba los ocho ejemplares que iban a salir de “anda” mientras sus hijos y criados sujetaban los bueyes a una distancia prudencial.
Cuando desapareció el patriarca Miura, sus descendientes siguieron la tradición y tras llevar toda la camada al rincón de siempre del cerrado en cinco minutos quedaron los ocho toros arropados por los bueyes.
Tras abrir la cancela del cerrado el encierro salió normalmente al camino limitado por las alambradas de los cerrados que antes habían ocupado los toros.
Cuando habían caminado con normalidad unos 300 metros uno de los toros, un cárdeno entrepelado que era todo un tío, dio un salto de costadillo y se coló en el cerrado donde antes había estado.
Los vaqueros siguieron con los otros cinco, que se embarcaron con toda normalidad, para luego volver a por el escapado.
Cuando volvieron, en un principio parece que respondió a su carácter gregario siguiendo a la parada de bueyes, pero… de pronto dio la “espantá” antes de salir al camino. La escena se repitió más de cien veces, cosiendo a cornadas a los bueyes que le insistían, por lo que estos comenzaron a temer el acercamiento.
Finalmente el toro buscó la defensiva en una quebrada del arroyito que pasa por el palmar de cuartos y allí no hubo forma humana de sacarle.
Comenzaron a lanzarle  con la honda pedradas al testuz hasta que una le alcanzó un ojo y en ese momento dejaron a la presa para cerrar a otro toro.
Un buen día cuando fueron a embarcar una corrida, uno de los toros quiso imitar a su hermano de camada saltando la cerca y en ese preciso momento uno de los vaqueros corrió para apoderarse de la quebrada del arroyo con el fin de que no se refugiase allí el fugitivo. No obstante no hubo manera de sacarle del cerrado a pesar de estar medio día trabajando con el cabestraje.
Al final le sacaron los ganaderos D. Antonio y D. José solos sin vaqueros a base de garrochazos en las ancas para llevarlo al encerradero.
A la mañana siguiente el entrepelao no aparecía por ninguna parte. Al principio se pensó que le habían matado los otros toros, pero en el cercado había tranquilidad y ni una mancha de sangre.
Por la noche se recibió una “razón” diciendo que el toro se había presentado en la Isla pacíficamente después de haber “navegado” durante toda la noche. El toro había visto como los compañeros que salían de “Cuarto” se iban de buena gana. Después de ver la tremenda brega que hubo para sacar a la fuerza a aquel otro de sus compañeros que inútilmente trató de resistir, dijo para sus adentros aquello de... "las barbas del vecino", y puso tierra por medio.
Dado que quedaban pocos toros para completar las corridas un buen día hubo necesidad de echar mano de él para completar una corrida, pero cuantas veces trataban de llevarlo nuevamente a “Cuarto”, tuvieron que desistir del intento porque se negaba en rotundo. No remaba en ese sentido pero sí en el contrario, de ahí que lo llevaron para la Isla y una vez allí llevaron una jaula en una carreta en la que fue introducido desde el corral al que se le había metido previamente.
¡Son las cabezonadas de los toros paliadas con la inteligencia del hombre!

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